Fraseo. El fraseo de Sergio Ramírez es algo portentoso. No es ya lo que escribe. Es cómo lo escribe. Por ejemplo, este párrafo en el que habla de dos personajes que comparten habitación a la hora de dormir… “si es que llegaban a acostarse, pues casi siempre les daba el amanecer entregados a una plática desconcertada que se alzaba al punto de la controversia, aunque una controversia sin exaltaciones debido a la renuencia proverbial de Lord Dixon a elevar la voz, y todo terminaba resolviéndose en risas”. ¿Se puede describir de una forma más bonita una amistad, una complicidad que está por encima de las relaciones laborales?
Porque tanto el mencionado Lord Dixon como su jefe, el inspector Dolores Morales, son policías y trabajan juntos. A veces, hasta revueltos, en el sentido eufemístico del término. Son policías nicaragüenses y les conocimos por primera vez en ‘El cielo llora por mí’, novela que data de 2008, pero que Sergio Ramírez comenzó a escribir en 2003.
La trama arranca con la aparición de un yate varado y abandonado en un lugar extraño. Morales y Dixon comienzan su investigación, a la que no tardará en sumarse un personaje tan improbable como maravilloso: doña Sofía. Encargada de la limpieza de la comisaría, sus dotes de observación la convierten en una detective tan perspicaz que ríanse ustedes de Sherlock Holmes.
Una investigación que arranca con la misteriosa desaparición de la tripulación y el pasaje del yate y que se irá enredando de una forma harto singular. No les cuento nada de la trama, para que vayan tirando ustedes del hilo. Prefiero centrarme en el contexto. En esa Nicaragua que despertó del sueño revolucionario sandinista a la realidad de la geopolítica centroamericana. Y mundial.
Tanto Morales como doña Sofía fueron guerrilleros sandinistas en su juventud. Como el propio autor, que llegó a ser vicepresidente del gobierno posrrevolucionario en la Nicaragua de los 80 del pasado siglo. A Morales, la revolución le costó una pierna. Y allá va con su prótesis, arriba y abajo. En esta primera novela de una serie compuesta además por ‘Ya nadie llora por mí’ y ‘Tongolele no sabía bailar’; publicada por la editorial Alfaguara, el contexto político tiene menos importancia. En las dos siguientes, la corrupción y degradación del sandinismo son parte esencial de las tramas, con el alegórico Dolores Morales arrostrando su profético nombre por todas y cada una de sus soberbias páginas.
Cuando Lord Dixon incluye frases jocosas en un informe, bromeando con las viejas consignas revolucionarias, el autor lo resalta con una especia de nostálgica ironía: “quién iba a decirles que terminarían jugando con aquellas frases en un tiempo sagradas”. Mucho de eso hay en la primera novela de la saga de Dolores Morales.
La tercera de la serie, sin embargo, es mucho más amarga. La deriva del gobierno despótico de Daniel Ortega y Rosario Murillo, con sus escuchas y espionaje, con sus razzias y disturbios, detenciones, depuraciones y desapariciones; con sus videntes como consejeros… ¡pobre Nicaragua!
Aprovechando que Sergio Ramírez participó en la pasada edición del Festival Internacional de Poesía, en el Club de Lectura y Cine de Granada Noir nos pusimos como gozosa tarea leer sus novelas negras y esta tarde nos reunimos para comentar la primera de la saga. Estoy expectante por hablar del fraseo de Ramírez, de su prosa prodigiosa y su lenguaje exuberante: a veces puede apabullar, pero es una gozada. Y de los personajes, tan locos, diferentes y originales. Tan particulares. Y de la importancia de contextualizar una trama en el momento histórico en que transcurre la acción, algo esencial en novelas como las de Ramírez, hijas de su tiempo, pero llamadas a trascender.
Jesús Lens