«Todo lo paradójico que a ustedes les pueda parecer, pero en la Era de la Imagen no entendemos una gran parte de lo que las imágenes pretenden contarnos; peor aún: confundimos mirar y ver. Una panda de canallas que sabe muy bien lo que se hace nos ha escamoteado la Luz y nos mantiene sumidos en una penumbra siniestra y para colmo maloliente ¿o soy yo el único que percibe el hedor insoportable que exhalan algunos programas televisivos? Si es así tendré que mirármelo, que eso se llama Sinestesia».
Sinestesia.
Ese párrafo pertenece a Andrés Sopeña, y está sacado de sus notas para la presentación que finalmente no pudo hacer de nuestro libro de cine y viajes.
Libro, cine y viajes: ¡Sinestesia!
Hace unos días, planteamos un Jeroglífico, preparado por Burkina y basado en dicha palabra, rápidamente resuelto por algunos de los maquinones que nos siguen, para pasmo y estupefacción de su autora. Y, creo, para su desánimo, que no ha vuelto a decir esta boca es mía 🙁
Así que llevaba días pensando qué escribir sobre la Sinestesia, un concepto que me apasiona y que la Wikipedia define así:
«La sinestesia es, en retórica, estilística y en neurología, la mezcla de varios sentidos diferentes. Un sinestético puede, por ejemplo, oír colores, ver sonidos, y percibir sensaciones gustativas al tocar un objeto con una textura determinada. No es que lo asocie o tenga la sensación de sentirlo: lo siente realmente. La sinestesia es un efecto común de algunas drogas psicodélicas, como el LSD, la mescalina o algunos hongos tropicales.»
Quiénes me conocen saben que ni entre mis defectos -ni entre mis virtudes- está el abuso, y ni tan siquiera el uso; de sustancias alucinógenas, alteradoras de la percepción o psicotrópicas. Yo, con una o dos Alhambras Especiales, voy servido.
Así que, la sinestesia, la tengo que buscar por otros caminos.
Y a mí me gusta conseguirla combinando varios de mis vicios más contumaces. En ese sentido, el mejor cocktail es una buena dosis de música alta y el tecleo sistemático en el ordenata. Cuando mejor escribo es cuando llevo un buen rato ejerciendo de rompeteclas, con la música bien audible. Digamos que, entonces, lo que escribo tiene una musicalidad especial.
Y, cuando me encarta, también me gusta tener visibles fotos impactantes, relativas al tema de trabajo.
Cuando los amigos vienen a casa piensan que el hecho de tener frente al sofá un pantallón de televisión y unos cuantos anaqueles con películas, series, libros y discos es una discutible decisión decorativo-estética. Pero no. Es algo más.
Yo escribo tirado en el sofá. Nada de mesas especiales, sillas ergonómicas o recogimiento silencioso: o en la terraza, o en el sofá. Y siempre rodeado de papelajos, ruido y desorden.
«Así escribe lo que escribe», pensarán algunos… malandrines ellos.
Me gusta, cuando me atasco, levantar la mirada y encontrarme con Scorsese o Coppola. Con los dibujos de Jesús Conde, los locos de Mad Men, los sabios del Ala Oeste de la Casa Blanca, la genialidad de Bebo & El Cigala, con los Alien o con la figura de ese Bauer que me regaló el Gran Rash, y que siempre me está recordando que… «No-hay-tiempo».
Unas máscaras africanas por aquí, unas fotos de William Claxton por allá. El Padrino, a lo bestia, y un gran Sol Mexicano dándome luz. Siempre la Luz.
Unas esculturas de El Cairo, unos paisajes chinos, Stanley Kubrick, Diego Rivera… y mi Sierra Nevada, claro. Todo ello hace que fluya la creatividad y que, en mi cabeza, se mezcle todo.
Por eso, creo, tenía que ser obligatoriamente Géminis.
No porque tenga varias y distintas caras.
Sino porque soy un sinestésico contumaz y abusivo.
¡Por eso este Blog es el caos, el cajón de-sastre que es!
Porque uno es así: dentro del aparente caos, sencillo hasta el extremo.
Jesús Lens, el Sinestésico.
PD.- Quienes me conocen, ¿no han echado de menos siquiera una referencia a algo habitual en mi vida, que siempre he defendido como esencial para la creatividad?
Seguiremos 🙂