Cuando me quedé dormido, la cifra oficiosa de asesinados era de treinta. Al despertar, la barbarie terrorista ya había segado ochenta y cuatro víctimas. ¿Qué decir, en ese momento? Cualquier frase suena banal, manida, innecesaria y carente de sentido. Y de ello hablo en mi columna de IDEAL.
Tristeza, dolor, consternación, solidaridad, fuerza, ánimo… Sí. Por supuesto. Pero resulta insuficiente. Y es mejor callar. Me asomo a las redes sociales y me encuentro con los típicos comentarios construidos con esos peros tan repugnantes. Naderías del tipo “me da mucha pena lo de Niza, pero ¿qué pasa con…?” Sin embargo, la mayoría eran mensajes sensatos y mesurados, afortunadamente.
El vértigo de la jornada laboral me mantiene aislado durante unas horas y, cuando vuelvo a consultar Twitter, leo un montón de nombres de estadios de fútbol convertidos en tendencia: ayer por la mañana se hizo público el calendario de la Liga y todos los aficionados andaban como locos, señalando cuándo jugarán Real Madrid y Barça contra sus equipos o entre sí.
¿Cuánto tiempo hemos de darle al luto cibernético, en días como el de ayer? ¿Cuándo deja de ser de mal gusto y una muestra de insensibilidad hablar de fútbol, tras un atentado en Francia? ¿Y subir la foto de una birra, acompañada de una tapa? ¿Debe ser el mismo tiempo que tras un atentado en Irak? ¿Depende del número de muertos?
Sigo navegando y, en las Redes, veo pocos lazos negros, lágrimas, crespones luctuosos o perfiles revestidos con la Tricolor. Imagino que, tras lo de París de hace unos meses, lo de Niza nos impacta menos. O será el calor. ¿Quién sabe?
Y entonces, la paradoja. Leo una noticia en IDEAL Digital: fallece una mujer en Granada, atropellada por una furgoneta, cuando caminaba por la autovía, a eso de las seis de la mañana. Los ochenta y cuatro atropellados de Niza estaban celebrando el 14 de julio, en el paseo marítimo. ¿Qué hacía esa señora, al amanecer, deambulando por la A92, camino de Santa Fé?
Hasta hace poco tiempo, nos sentíamos protegidos y seguros. Pero cada vez somos más esa mujer desnortada, confusa y sola que, al alba, circula a pie por una autovía destinada únicamente al transito de vehículos.
Empezamos a estar fuera de nuestro tiempo y expulsados de nuestro paraíso. Vulnerables, débiles y amenazados. Y lo peor es que estamos aturdidos, mudos y paralizados. Sin capacidad de respuesta.
Jesús Lens