Hay palabras que tienen multitud de significados y sentidos diferentes. Con el SILENCIO lo hemos podido ver. Para mí, el de silencio es un concepto esencial que me ha costado descubrir, pero al que no pienso renunciar nunca jamás y que pienso cultivar, mimar y querer con más fuerza cada día, aunque a veces, pueda ser un silencio ensordecedor.
Y ello me ha llevado a redescubrir la soledad.
Soledad. Pura contradicción. Si Víctor Hugo sostenía que «en dicha palabra está el infierno», Montaigne la alaba de forma tan sencilla como poética: «Soledad: un instante de plenitud.»
Este verano, cuando llegó el 15 de agosto, la busqué, deseé y cultivé con denuedo. A la soledad. Y la redescubrí, felizmente, volviendo a esas jornadas recogidas, recoletas y cartujas, fines de semana completos incluidos, que, a lo largo de mi vida, me han construido como soy, para lo bueno y para lo malo.
¿Se acuerdan de aquello que escribimos sobre la vida social, hace unas semanas? Siendo adicto a leer, escribir y correr, ¡he de ser obligatoriamente solitario! Porque, además, me gustan las largas distancias: leer cien páginas de un tirón, escribir hasta que me duelen los dedos y quemar las zapatillas por los caminos. Yo no estoy hecho para los aquí te pillo, aquí te mato. En mi caso, la duda metódica solo tiene una respuesta.
Y, sin embargo, la soledad da miedo. Dice Aristóteles que el hombre solitario es una bestia o un dios. Y yo, de divino, nada.
Mis amigos me conocen y lo saben: hay veces en que Lens, sencillamente, desaparece. Porque sí. Porque le gusta. Porque lo necesita. Porque es así. Y no pasa nada. Entonces, cuando se desvanece y está en casa, alejado del mundanal ruido, con su familia, ellos se ríen cariñosamente de él, llamándole pampero, ché.
Pero la soledad, aún siendo reconfortante, no es fácil. Lo aullaba Tom Waits en una de mejores canciones, «Better off without a wife»: (*)
«You must be strong
to go it alone…
…like to sleep until the crack of noon
midnight howlin’ at the moon
goin’ out when I wanto, comin’ home when I please
I don’t have to ask permission
if I want to go out fishing
and I never have to ask for the keys.
You must be strong
to go it alone..».
Pero, ¡ojo!, no olvidemos a Antonio Machado, cuando nos advertía: «Poned atención: un corazón solitario no es un corazón».
Una cosa es disfrutar de tus espacios y de tus tiempos, buscando esos necesarios y constructivos días y horas solitarios, practicando esas imprescindibles actividades íntimas que nos reconcilian con nosotros mismos y con los demás, y otra muy distinta es ser una persona huraña, asocial, poco comunicativa, endurecida y sin capacidad de amar o de ser amada.
La soledad, cuando es positiva y creativa, nos fortalece, nos ilumina y nos hace crecer. Nos hace mejores personas y, quiénes nos rodean, agradecen y fomentan que tengamos esos episodios de voluntario autismo.
Pero la frontera con la soledad empobrecedora es tan liviana que entiendo que haya quién la rehuye con todas sus fuerzas, ganas e intención.
Quizá, la mejor y más ponderada definición de cómo siento yo la soledad, la dictó Thomas de Quincey, cuando dijo que «la soledad, si bien puede ser silenciosa como la luz, es, al igual que la luz, uno de los más poderosos agentes, pues la soledad es esencial al hombre. Todos los hombres vienen a este mundo solos y solos lo abandonan.»
Silencio, soledad y luz. Un triángulo mágico al que seguiremos añadiendo aristas. ¿Cómo lo veis? ¿Sois solitarios? ¿De qué tipo? ¿Hasta qué punto?
Jesús Lens, lobo solitario… en el calor de la manada.
(*) Esta tarde, Cuaversos basados en Tom Waits.