Qué cínico es el sistema. Tras más de un año de sesudos y complejísimos análisis sobre la crisis provocada por las subprime americanas, uno de los más lúcidos, sinceros y creíbles análisis de su origen no lo he leído en ningún periódico, informe o revista económica. Lo vi en la televisión. Pero no en el Bloomberg o en la CNN. La auténtica verdad sobre esta crisis la dijo Tony Soprano cuando brindaba con un político corrupto y un respetado agente social afroamericano no menos sucio: “¡Por el gobierno federal! Nunca pensé que brindaría por ellos.” Y Tony se reía. Porque gracias al gobierno federal, había conseguido pegar un pelotazo inmobiliario de muchos quilates. A los economistas y analistas les encanta echar la culpa de todo este caos en que estamos sumidos a la ingeniería financiera, la ausencia de controles, la falta de ética y, en última instancia, a la codicia, como si de una maldición bíblica se tratara. Y de todo ello hay, claro. Pero de lo que no se habla, quizá para no enervar aún más a los estupefactos contribuyentes que vamos a pagar el pato, es de la corrupción sistémica, el latrocinio y las tramas criminales organizadas que están detrás de tanta mandanga económico-financiera.
En un puñado de fotogramas, “Los Soprano” nos muestra cómo los mafiosos, a través de testaferros, compraban un puñado de viviendas en ruinas en barrios depauperados, por cuatro euros. Después, se ponían en manos de organizaciones sociales untadas, a través de las que solicitaban sustanciosas hipotecas a los bancos, con la promesa de hacer reformas en los inmuebles que sirvieran para “ponerlas en valor” y, de esa manera, colaborar a la recuperación de las barriadas marginales.
Expoliaban todo lo expoliable, lo vendían y dejaban que el esqueleto de la casa se pudriera, pasto de las ratas. Y, si alguien preguntaba por la rehabilitación, la organización social que actuaba de tapadera ponía mil excusas: la violencia del barrio, problemas financieros sobrevenidos, líos burocráticos… y a nadie importaba. Porque nadie iba a pagar por esa ruina y esa estafa. ¿O sí?
Resulta que, ahora, de aquellos polvos nos ha llegado un alud de lodo que, en teoría, amenazaba con arrasar el sistema capitalista. Y me imagino a Tony Soprano, carcajeándose, cuando se anunció que el Estado se iba a hacer cargo de los llamados “activos tóxicos”. Seguro que el Capo organizó una memorable fiesta en el Bada Bing, pagada por Papá Estado. O sea, por usted y por mí, querido lector. Una fiesta a la que, por supuesto, jamás estaremos invitados.
|