En primer lugar, quiero dar las gracias al club Pazito a Pazito de Motril por volver a organizar, cinco años después, una prueba tan emblemática como ésta, que pone el punto y final al 2013 atlético. Al menos, por lo que a competiciones se refiere.
Ya sabes, porque así lo he escrito y publicado, que estoy convencido de que correr es el deporte más democrático que hay y que el mismo esfuerzo invierte el primero en llegar a la meta que el último en traspasarla. ¿Te acuerdas de este artículo? Pues ahí lo explico.
Y carreras como la de hoy son una palmaria demostración de la virtualidad y la veracidad de dicha teoría.
No sé si llegaríamos a 200 los chalados que, a las 10 horas de una excepcional mañana, climatológicamente hablando, partíamos de la motrileña Plaza de la Coronación para hacer tres kilómetros planos, incluso de bajada, antes de afrontar las primeras rampas que conducen a Puntalón. (Lo que sí sé es que hemos terminado 137, solo, lo que habla bien a las claras de la dureza de la prueba).
Cumplimentados a buen ritmo esos primeros kilómetros, por debajo de 5 minutos cada uno de ellos, los dos siguientes eran relativamente cómodos. (AQUÍ tienes mi particular y notablemente pedestre recorrido).
Hasta ahí iba hablando con mi amigo Eduardo, con el que bajé desde Granada. Bueno, miento. Él hablaba y yo hacía como que le contestaba, escupiendo monosílabos a duras penas. Menos mal que luego se puso a charlar con el incombustible, adorable y por todos querido y jaleado Roberto y con David, y yo pude respirar.
Después, cuando subimos y bajamos junto a la nueva e inmaculada Autovía y el paisaje empezaba a cambiar, dejando atrás casas y entrando en tierra de cortijos, Eduardo se fue hacia delante, al ver que yo ya no podía articular palabra. Y es que Edu debería haber intentado ir con Víctor y su imperial paso de triatleta. Pero a él le gusta compartir tiradas y disfrutar del recorrido.
Poco a poco, los cortijos fueron dejando paso a los bosques de pinos. El asfalto, húmedo por el rocío, resbalaba en algunas partes. Pero el tiempo, atmosférico, seguía siendo una gozada. El otro, el que marca el cronómetro… ya es harina de otro costal. Y las Bolas, las del Conjuro, allí arriba. Llamándonos. Y nosotros, hacia ellas. ¡La de veces que me he acordado de las tiradas que hacíamos en bici, desde la Chucha, las tardes de verano en que Perico e Indurain nos espoleaban…!
De repente, el mar. Impresionante y sereno. El sol, reflejado en su superficie, lo convertía en un espejo. Y allí seguíamos, hacia arriba. Siempre hacia arriba. En esta parte del recorrido, tras perder contacto con un grupo de atletas, me quedé solo. Y ahí seguí, en tierra de nadie, hasta la meta. No pude alcanzar a nadie ni nadie me adelantó. Kilómetros y kilómetros en soledad, gozando de este deporte glorioso que te permite disfrutar de días tan memorables como éste.
Cuando alcanzas los molinos de viento, sintiéndote más loco que Don Quijote, das una curva y allí aparecen las blancas cumbres de Sierra Nevada. Es un tópico, pero… ¡es que es una gran verdad! A la derecha, el mar. A la izquierda, la Sierra. ¡Qué lujazo!
El peor momento de la carrera llega cuando, al terminar el kilómetro 14, tras un haber hecho un par de ellos a un ritmo algo más vivo gracias a un falso llano tan necesario como agradecido, en vez de seguir por la carretera que baja hasta los Gualchos y Castell de Ferro, hay que tomar el desvío que te obliga a subir, de forma inclemente, hasta la meta.
Cuatro durísimos kilómetros en los que la cabeza tiene que hacer un trabajo ímprobo para que el cuerpo no se venga abajo. Porque, aunque al final siempre acabo llegando, ni quería sufrir como un perro ni destrozarme y cruzar la meta como otras veces, exhausto, mareado e incapaz de articular palabra.
Pazito a pazito, sin nadie por delante ni por detrás, seguí subiendo. Hasta que, a la vuelta de una curva, estaba la meta. Y el agua. Y esos sensacionales rosquillos de azúcar, caseros, caseros. Y la ropa seca, en el bus. Los abrazos con los amigos, los choques de manos, los comentarios de las mejores zancadas… y los proyectos.
– Pues me han dicho que en Almería…
– Pues este año hay que hacer la Media Maratón de Montaña de La Ragua…
– Y no podemos fallar en la Órgiva-Lanjarón-Órgiva…
– ¡Habéis estado en la de San Antón en Jaén, con las antorchas?
Porque correr es un veneno. Y hacerlo en montaña, aunque sea un sufrimiento extremo, es un placer sin igual.
Vale. Cinco años después de mi anterior Subida al Conjuro, he invertido 15 minutos más (aunque el recorrido contaba con 400 metros extra) Pero eso es anécdota. Lo importante era volver a subir.
Y bajar para contarlo.
Y brindar con una Alhambra bien fresquita con Eduardo. ¡Misión cumplida! Por nosotros y nuestros compañeros, José Miguel y mi hermano. Que ya vendrán, ya… y por mi Álter, José Antonio Flores. Que tenía esta carrera marcada en rojo en su calendario, pero al que una inoportuna lesión alejó de una Subida al Conjuro que ya estamos empezando a preparar, para despedir 2014… ¿verdad?
Y nos quedan las albóndigas. Porque la lotería… pero lo de las albóndigas ya es otra historia.
Jesús Lens
PD.- Para la Meta #Correr250kmsen1mes , ya acumulo 185 kilómetros. Es decir: quedan 65 kms. por correr y 9 días para hacerlo.
¡Seguimos!