Resulta hasta entrañable. Es una imagen tantas veces vista en estos cien días que ya le he cogido incluso cariño. A Onofre Miralles y lo de su moción de censura, me refiero. Se va a convertir en todo clásico de nuestra tierra. Igual que El Almendro vuelve por Navidad y El Corte Inglés nos marca la vuelta al cole, no pasa un mes sin que el concejal de Vox aparezca en los medios blandiendo la emocionante posibilidad de una moción de censura que descabalgue a Luis Salvador de la alcaldía de Granada.
Lo de ayer estuvo muy bien. Fue un golpe de efecto muy hábil. Cs y PP habían convocado a los medios para hacer un balance conjunto de estos primeros 100 días de gobierno —o lo que sea— y cuatro minutos antes de la hora prevista para la comparecencia, alguien cayó en la cuenta de que la agenda marcaba otras prioridades. ¿A quién lo le ha pasado, darse cuenta de que ha quedado en dos sitios distintos a la vez? Los lunes, es lo que tienen.
Aprovechando el silencioso vacío de la sala de prensa, Onofre concitó el interés de los periodistas con su petición de disculpas a la ciudadanía por ser cómplice —¿o será cooperador necesario?— del sindiós que preside la Plaza del Carmen en los últimos meses.
Yo le entiendo, ya les digo. Que no se me borra de la retina la imagen de un Miralles sonriente y confiado, mostrando la papeleta con su voto en el pleno de investidura que hizo alcalde de Granada a Luis Salvador. Tiene que ser duro saberse el tonto útil de dos políticos con tablas y experiencia que llevan ninguneándole desde aquel preciso instante.
Por mucho que Miralles tire de Esopo y no deje de utilizar metáforas protagonizadas por animales, sean toros o sean gallos, lo cierto es que esto se parece más a la fábula de Pedro y el lobo: con tanto amenazar en vano, el día en que haya que plantearse una moción de censura, de verdad, no se lo va a creer nadie.
Jesús Lens