Resulta inevitable, al comienzo de año, echar la vista atrás y reflexionar sobre el paso del tiempo. Y sobre su peso. Que, en ocasiones, son toneladas.
Uno empieza a cobrar conciencia del paso del tiempo cuando sus deportistas favoritos, en vez de parecer personas mayores, se convierten en críos insultantemente jóvenes, imberbes y descarados. Te das cuenta de lo viejo que eres la primera vez que te descubres tildando a un deportista de niñato millonario y malcriado.
Otro signo inequívoco del paso del tiempo viene dado por esas reuniones de amigos en las que los temas de conversación arrancan con un preocupante “¿te acuerdas de aquella vez en que…?”. Muchas risas, pero viejunismo rampante, al fin y al cabo.
Sin embargo, el mazazo temporal te deja definitivamente noqueado cuando empiezan a celebrarse los 20 o, peor aún, los 25 aniversarios de acontecimientos históricos e hitos deportivos, culturales o científicos de los que guardas recuerdo… por haberlos vivido o presenciado en primera persona, en vivo y en directo.
Por ejemplo, este 2018 se celebran 25 años del Nobel de la Paz a Mandela y de Klerk por propiciar el final del Apartheid, mientras que Sarajevo seguía sufriendo el deplorable sitio del ejército serbio. Clinton tomaba posesión como presidente norteamericano y el World Trade Center sufría un primer atentado terrorista. En Waco, asediados por el FBI, morían 74 davidianos, secta liderada por David Koresh. “Parque Jurásico” arrasaba en taquilla y Nirvana y Guns N’ Roses sacaban disco nuevo.
Y se cumplen unos nada desdeñables 20 años de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, los 11 Óscar de “Titanic”, el Nobel de Literatura al granadino José Saramago, la constitución del Banco Central Europeo, la detención en Londres de Pinochet a demanda del Juez Garzón o la final de Roland Garros entre dos españoles: Moyá y Corretja, con Arancha Sánchez Vicario ganándole a Mónica Seles.
Pero 2018 nos trae el argumento definitivo de que el tiempo es relativo y de que, por tanto, Einstein tenía razón: en febrero de 1998, la poderosa Netscape presentaba en sociedad el buscador Mozilla con el que quería hacerle la competencia al imparable Explorer de Microsoft. Se presumía un duelo de titanes. Unos meses después, en septiembre, dos jóvenes estudiantes de Stanford, Larry Page y Serguéi Brin, fundaban en California una empresa llamada… Google. ¿Les suena?
Jesús Lens