Estos días, como si de un personaje de los ‘Rotos’ de Don Winslow me tratara, he aprovechado para quedarme junto al mar cuando la mayor de la gente ha tirado pa’rriba, de vuelta a Granada. Tras unos julio y agosto extenuantes, disfruto del septiembre más sosegado de los últimos años, dado que no vamos a celebrar la sexta edición de Granada Noir a final de mes. Pero no es de esa modalidad de cultura de la cancelación pandémica de la que quiero hablarles hoy, sino de la gran ausente de nuestras costas este verano: las medusas.
Estaba jugueteando con unas olillas de levante de lo más simpáticas cuando sentí un lambreazo en el dedo de un pie. Automáticamente pensé que me había picado una, pero luego caí en la cuenta de que este año ha habido menos medusas en la Costa Tropical que famosos de la jet set en Marbella.
Ha sido un buen verano, climatológicamente hablando, que mejor no hablar de la economía. El agua ha estado —y sigue estando—a una temperatura que habría hecho las delicias de cualquier spa, apenas ha soplado el poniente helador y, sobre todo, las temidas medusas que nos amargaron la vida en veranos anteriores no se han dejado ver este 2020, como si estuvieran asustadas por el otro bicho.
Cambio climático, salinidad del agua, sobrepesca de sus depredadores naturales, disminución del plancton del que se alimentan y abundancia de aguas residuales en las orillas que lo sustituyen como nutriente… Varias eran las causas que los científicos aducían para explicar la proliferación de medusas en nuestras costas.
¿Por qué apenas ha habido medusas este verano, al margen de que acaben de pescar una monumental en La Herradura? La tentación de vincular su desaparición con el confinamiento es fuerte: al haber dejado a los mares en paz durante dos o tres meses, se habría producido un reequilibrio de las fuerzas naturales. Esta explicación, más simplista que simple, también nos permitiría fustigarnos como especie una vez más y proclamar aquello de que nos merecemos la extinción.
No van por ahí los tiros, sin embargo. A comienzos de julio, el departamento de Biología Animal de la Universidad de Málaga ya anunció que “el grado de favorabilidad macroecológica para la proliferación de medusas” no era muy alto para este verano. Y la cosa no tenía que ver con la pandemia, sino con algo mucho más sencillo: los caprichos de las corrientes del mar de Alborán.
Jesús Lens