Desde que tengo uso de razón, en mi casa se hablaba de los grandes héroes griegos y latinos y de sus portentosas hazañas. Personajes míticos como Eneas u Odiseo eran, para mi hermano y para mí, los precedentes lejanos de los vaqueros que veíamos cruzar desiertos en los westerns y de los aventureros que surcaban los siete mares en frágiles embarcaciones.
Y todos aquellos héroes clásicos forjaron su leyenda batiéndose contra las olas y las tormentas del Mediterráneo. Pero no fue hasta mucho después, hasta que viajé a Turquía con Manolo Villar, con “El corazón de Ulises” de Javier Reverte como guía; que comprendí la auténtica dimensión del Mediterráneo en nuestra concepción identitaria.
Desde hace dos días vengo oyendo una noticia que no terminaba de confirmarse: unos 500 náufragos podrían haber muerto, ahogados, entre Libia e Italia. Ahora parece que sí. Que ACNUR ha emitido un comunicado señalando que sería “la peor tragedia que ha afectado a refugiados y migrantes en los últimos doce meses”.
Repaso las Redes Sociales y no veo muestras de consternación. No sé si es temprano para encontrarlas o si ya es tarde, pero, en realidad, ¿cambiaría algo las cosas?
En los últimos años, el Mediterráneo se ha convertido en una tumba para miles de personas anónimas y desconocidas que, sin embargo, tenían nombre y apellido. Y familia. Y sueños, temores, deseos y esperanzas. Y hambre. De pan, justicia y libertad.
Estos días han llegado a Motril 39 inmigrantes que venían en patera desde Marruecos. Todos con vida. Y aparentemente sanos. Gente sin importancia. Cifras. Números. Problemas, en realidad. ¿Qué hacer con ellos?
La reencarnación de los héroes de la mitología clásica son, en el siglo XXI, los inmigrantes que se juegan la vida echándose al mar para tratar de llegar a Europa. Y nosotros, los europeos, nos hemos convertido en sus más feroces enemigos.
Escuchaba a un funcionario del gobierno español, en una entrevista, tratando de justificar el porqué solo hemos acogido a dieciocho refugiados sirios. 18, sí. Y lo hizo bien, que conste. Porque la culpa no es nuestra. Es de un monstruo llamado Europa, lento, pesado, elefantiásico e incapaz de moverse. Y no digamos ya de movilizarse. Hoy, el temible cíclope Polifemo, además de un solo ojo y orejas de sátiro, luciría una corona con las doce estrellas doradas de la bandera comunitaria.
Jesús Lens