Estas semanas estoy metiendo más codos por las calles que los que metí en las canchas a lo largo de mi torpe, pero voluntariosa carrera como aprendiz de baloncestista. Al ser corto de vista, ahora que vamos todos embozados y enmascarados, me resulta literalmente imposible distinguir a amigos, conocidos e incluso familiares. De ahí que, en cuanto me cruzo con alguien que hace amago de pararse, le saco el codo. A modo de saludo. Y de bloqueo, también.
Aun así, hay personas empeñadas en tocar. Me pasó el viernes, en una esquina del Zaidín, con un vecino. Tras el protocolario, cariñoso y sincero codazo ritual y después de lamentarnos por el cierre del garito en que solíamos compartir el café de las 8, que se ha reinventado y ya no pone desayunos; hablamos del Cóvid, claro. Del Cóvid acentuado en la o, que así parece más familiar, como de andar por casa.
En un momento dado, mi vecino, nerviosillo él, me palmeó la espalda. Una de esas palmadas que se dan a quien le ha dejado la novia o al que le han robado el móvil. Seguimos hablando y el hombre, que no puede parar quieto, empezó a sobar la pieza de mobiliario urbano que tenía más a mano y que resultó ser… un contenedor.
Al despedirnos, intuí que estaba firmemente dispuesto a repetir la palmadita de marras. Anticipándome, saqué el codo y se lo puse a la altura de la nuez. Captó el mensaje. “Que no me toques”. De hecho, y si por mí hubiera sido, le habría aplaudido la cara. Con cariño y sin acritud. Una serie corta de cinco pequeñas, inocuas e indoloras bofetaditas, a modo de toque de atención. Una por cada sílaba: “Que-no-me-to-ques”.
Lo mismo me pasa cuando veo en las redes sociales fotos de grupos de amigos y familiares no convivientes que, sin empacho alguno, posan juntos y revueltos. En espacios cerrados. Sin mascarilla y a lo loco. Sin distanciamiento social, sin medidas de protección, ni nada que se le parezca.
¿Qué parte de que el virus sigue ahí, vivito y coleando, nos cuesta tanto trabajo comprender? Les confieso que mi natural hosco y esquivo hace que lleve bastante bien lo del DS. Pero, aunque fuera tocón, abrazador y besucón por naturaleza, trataría de contenerme. Y desde luego, lo que jamás haría, es subir a las redes mis arrebatos de cariño público. Por responsabilidad. Por coherencia. Por sentido común.
Jesús Lens