El Dramático

Escribes una broma en tu timeline de Twitter, ironizas en tu muro de Facebook, buscas una imagen divertida para Instagram… y lo más probable es que aparezca él, el Dramático, para arruinarte la fiesta.

Si lo haces en forma de pregunta sarcástica, peor: el Dramático dará una respuesta tan cargada de intensidad emocional que te fastidiará el invento. ¡A ver quién es el valiente que se anima a seguir bromeando después de que el Dramático haya sentenciado, transido de angustia existencial!

Existen muchas modalidades de Dramático. El aguafiestas es el más habitual, como les digo, pero no es necesariamente el peor. La incógnita con el arruina-chanzas es que nunca sabes si mete la cuña circunspecta por convencimiento, a modo de imperativo categórico; o por despiste, incapaz de entender cuándo se habla en serio y cuándo se está bromeando, ironizando o utilizando el sarcasmo.

Sortear los estragos de esta modalidad de Dramático es, sin embargo, relativamente sencillo: se le explica lo del sentido del humor, se le anima a relajarse, se le añade un 😉 con intención de rebajar la intensidad emocional y ánimo de restablecer la complicidad… y la vida sigue.

El Dramático escéptico, el equidistante por tremebundo, es más complicado de sobrellevar. Ocurre, por ejemplo, con las tragedias. Cuando se estrella un avión. Cuando hay un terremoto. Cuando muere algún famoso.

Muestras tu solidaridad, compartes tu dolor, exteriorizas tu pesar… ¡y el Dramático te acusará de frívolo postureo, dado que cada día hay cientos de tragedias sobre las que no manifiestas empatía alguna! Si cometes el error de entrar al trapo en conversaciones de esa índole, la discusión se eternizará y acabará desembocando en la maldad intrínseca del capitalismo y en los procesos democráticos que auparon al nazismo al poder. Es un hecho inexorable y, por lo tanto, mejor no perder el tiempo.

Igual que no conviene rodearse de frívolos cuenta chistes para los que todo es una broma infinita, tampoco es recomendable dejarse acompañar por los Dramáticos para los que el vaso, medio vacío o medio lleno, siempre está emponzoñado. Por lo general, no aportan nada al debate, más allá de su pesadumbre y su sentido trágico de la vida.

Y, lo que es peor: terminan arruinándote el día.

Jesús Lens

Todo mal

Lo más fácil, siempre, es concluir que todo es una mierda. A partir de ahí, ponemos de vuelta y media e insultamos a todo quisque y nos ciscamos en todo lo que se menea. De esa forma, además de quedarnos tremendamente a gusto y relajados, espoleamos los más bajos instintos de nuestros lectores, algo que siempre es muy bien recibido. Así empieza mi artículo de hoy, en IDEAL.

Aquí, estábamos al borde de la intervención

Motivos hay, y de sobra, para llegar a ese punto. Por ejemplo, una mañana te desayunas con la noticia de que resulta imprescindible una subida del IBI de un 40% para que el Ayuntamiento consiga sobrevivir y, un par de días después, parece que no es para tanto, que el consistorio tiene recursos para salir adelante sin ayuda de nadie y sin sablear a los vecinos.

 

¿En qué quedamos? No sé ustedes, pero a mí, este juego del poli bueno/poli malo me tiene mosca. Un día sale el concejal de asuntos económicos diciendo que al Ayuntamiento solo le falta el tiro de gracia, en forma de intervención del Estado, al estar pocho de deudas. Y que, o se incrementan los ingresos de forma notable, o no hay nada que hacer.

Que no… Que no era para tanto…

Entonces sale la pseudo-oposición echándose las manos a la cabeza, proclamando que no. Que eso de subir el IBI no puede ser. Que los vecinos no tienen la culpa de los desmanes de aquellos brillantes gestores de antaño. Que hay otras fórmulas para evitar el desastre. Tema del que ya he escrito en IDEAL este año. Por ejemplo, AQUÍ. Y más aún, tras el sainete del Pleno Extraordinario sobre las Ordenanzas Fiscales, en este otro artículo.

 

Y en esas estamos. A punto de cumplirse un año de gobierno del PSOE en el Ayuntamiento y rezongando de la herencia recibida, pero sin una sola iniciativa de calado económico que nos desvíe de este camino a la perdición en que estamos embarcados. Que sí. Que cosas, se han hecho. Dicen. Como reducir horas extra en la policía local y en los bomberos. Que sería necesario, pero claramente insuficiente. Tema del que ya escribí en enero, por ejemplo. ¿Alguna novedad desde entonces a ahora?

 

A mí, que me perdonen. Soy torpe y, ahora mismo, no sé si estamos al borde del precipicio o si, como en los dibujos animados, ya hemos saltado, pero hacemos como que corremos en el aire a toda velocidad, sin mirar abajo para evitar caernos.

¡El IBI no se toca!

Así las cosas, empiezan a darme ganas de comprimir todas estas disquisiciones y reducirlas a una sola conclusión: nos engañan, nos torean, esto no hay quien lo arregle y, en resumen, todo es una p… mierda. Sin acritud. Y con perdón.

 

Jesús Lens

 

 

Cambios disruptivos: ¡ojito!

Mi columna de hoy, en el periódico IDEAL. No sé cómo verás la cuestión y si estás o no muy de acuerdo… ¿Eres de cambios disruptivos o tiendes más al lampedusianismo del que “todo cambie para que todo siga (más o menos) igual?

Hay un momento en la película “Detour”, un clásico del cine negro norteamericano de los años 40 del pasado siglo, en que un personaje llama por teléfono a su novia, desde Nueva York a Los Ángeles. Utiliza una cabina y las imágenes, para mostrar lo importante, larga y complicada que es la llamada, muestran a las célebres operadoras, afanándose en meter y sacar las clavijas de conexión en inmensos paneles frente a ellas.

 Disruptivos

Quiso la casualidad que viera esta película poco después de “10.000 kilómetros”, una de las candidatas a los Goya de este año, en que se cuenta la relación a distancia de un chaval de Barcelona con su pareja, que se ha mudado a Los Ángeles. Lo novedoso de la película es que todo su desarrollo está basado en los diálogos, las conversaciones, las broncas y discusiones que mantienen los dos únicos personajes… a través de las novísimas tecnologías de la comunicación. Así, ambos duermen junto a sus portátiles, acompañados por la imagen del otro en pantalla. Hablan por Skype, se comunican por Whatsapp, a través de Facebook, por correo electrónico… hasta un tutorial de cocina on line se hacen, a través de Internet, en vivo y en directo. ¡Un no parar de estar permanentemente comunicados!

 Disruptivos 10000

En unas decenas de años, todo lo referente a la comunicación ha ido sufriendo avances tan prodigiosos que podríamos trazar un larguísimo itinerario de hitos disruptivos, desde el primitivo telégrafo hasta los actuales (y tiranos) Smartphones. Ahora, cuando el Whatsapp se cae un par de horas, las Redes Sociales hierven de indignación. ¡El horror! ¡El horror!

 Disruptivo WhatsApp

Así las cosas, nos hemos acostumbrado a tantos y a tan vertiginosos cambios tecnológicos que nuestra vida cotidiana se nos va quedando atrás, incapaz de proporcionarnos las satisfacciones que debería. Si los teléfonos y las televisiones cambian a tal velocidad, ¿por qué no deberíamos hacerlo nosotros, como personas y como sociedad?

Es entonces cuando empezamos a barajar la posibilidad y el anhelo de cambios disruptivos, también, en la realidad que nos rodea, en nuestro día a día. Solo que no debemos olvidar que esos grandes cambios, excitantes de por sí, además de provocar una brusca ruptura con lo anterior, conllevan la desaparición de costumbres, productos y servicios que eran de uso habitual en la sociedad.

 Disruptivo Televisión curva

Y es que el cambio disruptivo nos hace considerar que todo lo anterior, lo viejo; no solo está desfasado, sino que también es inferior en cuanto a calidad, prestaciones y satisfacciones.

Leo que la plataforma Uber, una disruptiva pesadilla para los taxistas de las grandes ciudades del Primer Mundo, anda estos días muy preocupada por la irrupción de Google en el mercado de los vehículos sin conductor, controlados y conducidos por GPS y por control remoto. Sin que aún haya sido aceptada, utilizada y digerida por buena parte de la sociedad… ¡Uber empieza a estar obsoleta!

Ojito con determinados cambios disruptivos. Que sí. Que su mera anticipación nos excita y nos saca de la abulia y de los cansinos lugares comunes que nos rodean. Pero que, por su propia naturaleza, esos cambios no solo no tienen marcha atrás, sino que no tardan en ser superados por otros que no habíamos sido capaces de prever y anticipar.

 Disruptivo Televisión

Jesús Lens

Firma Twitter

A la mierda

Segunda entrada de frases célebres y manual de urbanismo para momentos desesperados. Si hay ocasiones en que alguien se pone pesado, en vez de amenazarle a la manera de Santos Trinidad, quizá un tanto exagerada y expeditiva, podemos reaccionar como el grandioso Fernando Fernán Gómez.

Tenemos dos versiones de su explosivo ¡A la mierda! La primera, concentrada.

La segunda, contextualizada.

¡Grande, Fernando!

Y no olvidemos a otro gran mandador a la mierda: ¡Labordeta!

La tercera lección, algo más suave, nos la da Matías Prats, en esta otra célebre expresión

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