Hoy he estado en el despacho de mi abogado.
¿Cómo te suena esa frase?
Yo tengo la suerte, la inmensa suerte, de que mi abogado, Jorge, fue compañero de estudios y, sobre todo, es mi amigo. Por eso, escribir que “vengo de hablar con mi abogado”, al referirme a Jorge, me suena francamente extraño.
Jorge, que tiene un estupendo despacho en Puerta Real, compartido con otros seis compañeros de una edad similar, es mi abogado desde siempre. Al menos, desde siempre… a partir del momento en que, por desidia, dejadez y estulticia; metí la pata. Hasta el corbejón.
Es curioso. Cuando queremos ir al cine, le preguntamos a algún amiguete o miramos las puntuaciones de la película en Filmaffinity. Y el mismo procedimiento seguimos al elegir un libro qué leer o un concierto al que ir. Si la cosa ya es más importante (comprar unos zapatos, elegir un destino vacacional… ¡no digamos ya elegir el modelo o el color del coche!) nos asesoramos más en serio, buscamos distintas opiniones y consultamos fuentes distintas; habitualmente, de nuestro círculo más cercano.
Algo parecido hacemos cuando se trata de elegir una tele de plasma, un aparato de música o un buen restaurante para comer en una ocasión especial.
Y, acostumbrados a esa rutina, cuando llega el momento de suscribir algunos de los contratos más importantes de nuestra vida o de cumplimentar algunos de esos enojosos trámites a los que la vida nos obliga; solemos hacer lo mismo.
– Quillo, ¿conoces a alguien de confianza para que me mire estos papeles, a ver si están bien?
Y ese alguien de confianza suele ser uno al que conoce otro del que tiene buenas referencias el de más allá; y todo porque una vez le repasó un contrato de arrendamiento para el apartamento de la playa y la cosa salió bien. Aunque ahora se trate de un tema fiscal.
Sí. Es cierto. Estoy exagerando. Pero… ¿no tengo un cierto punto de razón?
No sé. Quizá me equivoque. Quizá estoy generalizando por lo que me pasó una vez, poniéndome en manos de un indocumentado -muy bien recomendado eso sí-para que me ayudara con un tema económico.
Lógicamente, aquello salió mal. Y fue entonces cuando acudí a Jorge. Voy a omitir los cariñosos apelativos con los que me agasajó cuando vio el disparate que había cometido, pero te los puedes imaginar, ¿verdad?
Desde entonces, Jorge es mi abogado. Y las únicas firmas que rubrico antes de que los papeles hayan sido vistos por él, son las que pongo en mis libros de cine a los que tenéis la amabilidad (y el buen gusto 😉 ) de comprar.
El caso es que he ido hoy al despacho de Jorge y me he encontrado, además de con la encantadora y siempre sonriente y apaciguadora Charo, con otro viejo amigo de pleitos y tribunales: Octavio, uno de los compañeros de despacho de Charo y Jorge.
Hablando de una visita que atendió recientemente, nos dice que, en muchos casos, más que de abogado, le toca ejercer de psicólogo. ¡No me extraña, con la que está cayendo!
Y a todo ello venía yo dándole vueltas, camino de casa: llevando una vida tranquila y sin sobresaltos, más dedicado al trabajo y a las letras que a ninguna otra cosa, ¡la de veces que he tenido que acudir a Jorge, para pedirle consejo legal sobre ciertos temas o, a veces, una sensata asesoría desde la fría lógica del mundo del Derecho!
Y de ahí la pregunta que te hacía, desde el título de esta entrada: ¿Y tú? ¿Tienes abogado? ¿Cómo, de dónde y por qué? ¿Le consultas a menudo? ¿Forma parte de tu círculo cercano? ¿Es alguien de confianza?
Jesús Lens