Continúo de ruta y en Asturias oigo comentarios acerca de los viajes y el turismo sobre los que conviene reflexionar. Para empezar, algo relativo a la futura distopía energética: cada vez hay más gente que sube desde el sur huyendo del calor.
Acostumbrados a la pasión generalizada por el turismo de sol y playa, me llama la atención esta corriente inversa que busca sombra y rebequita, aunque tiene toda la lógica del mundo. Verán ustedes cómo, con las sucesivas olas de calor y alertas de color, los creativos empiezan a apelar a Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco como destinos climáticos preferenciales, con lemas como ‘Te vas a quedar frío’, ‘Verano entre brumas’, ‘Las humedades de julio’ o ’Agosto con edredón’.
Íntimamente relacionado con ello, otra cuestión más espinosa: los andaluces tenemos fama de no gastarnos un duro. Y no precisamente los de la tierra del chavico. Sevillanos, cordobeses o malagueños que alquilan Viviendas de Uso Turístico y compran en grandes superficies para desayunar y cenar en casa. Para comer, picnic, que apenas gastan en una fabada, un cachopo o unos chorizos a la sidra. Es un debate de largo recorrido que viene a incidir en la dicotomía cantidad/calidad aplicada al turismo.
Estoy feliz de tener que taparme para dormir. Echo de menos los baños en el Mediterráneo, pero viendo las rojeces provocadas por las medusas que se publican en Instagram… no sé yo. También es verdad que, en comparación con el estercolero del Mar Menor, no es cuestión de quejarse por el roce de unos filamentos picantes.
No me las quiero dar de cazador de tendencias, pero me da que el éxito del Camino de Santiago de este verano tiene menos que ver con el Año Santo Xacobeo que con el bendito frescor de las fragas galaicas.
Jesús Lens