Nada mejor que la avería del frigorífico, en plena canícula veraniega, para hacerte reflexionar sobre las cosas que realmente importan en la vida. Andaba yo entre autocríticas y pucherazos, combinando la asunción de responsabilidades con la práctica de mi mejor sonrisa, cuando fui a beber agua y la encontré templaducha. Eché mano a otra botella, y lo mismo.
Les ahorro los detalles técnicos y me voy al momento en que me confirman que tengo que comprar otro frigorífico. Días de dudas, visitas del técnico, los congelados amenazando con echarse a perder y una tortilla en la basura, no sea que me agarre una salmonelosis. Y, lo peor: el agua caliente. Y sobre estas cuitas domésticas hablo hoy en mi columna de IDEAL.
Yo soy poco caprichoso y de fácil conformar, acostumbrado a comer yogures tan caducados que sería la envidia de Arias Cañete. Pero con el agua… ¡con el agua soy un sibarita! Tiene que estar fría. No helada. Pero tampoco templada. Fría. Que escucho “agua del tiempo” y se me revuelven las tripas. Agua del grifo, sí. Pero inodora, incolora e insípida: el menor sabor a plástico, por ejemplo, me arruina ese placer tan sencillo, pero tan básico: beber un trago de agua fresca.
Cuando se te estropea el frigorífico te das cuenta de la importancia de un electrodoméstico básico, sin cuya existencia, la vida se te altera y alborota mucho más de lo que cabría esperar. Y, llegados a ese punto, los pactos postelectorales o la llegada del AVE pasan a un segundo plano. De hecho, la cabeza empieza a jugarte malas pasadas y te recuerda que, hace unos meses, también se te estropeó el microondas. Y la cafetera de cápsulas.
El tiempo, que va pasando. Y la caducidad de los chismes, esa obsolescencia programada que, a modo de memento mori tecnológico, te conduce a otras reflexiones: ¿Cuánto tardará en empezar a fallarme el cuerpo? ¿Se va acercando la fecha de caducidad de unos tendones demasiado machados, de unas rodillas muy baqueteadas? Y caes en la cuenta de que la espalda te viene avisando, con insistencia, tras cada partido de baloncesto.
Ya he encargado otro frigorífico. En un par de días, tendré cubitos de hielo y la tortilla no será una amenaza para mi salud. Entonces, Rajoy volverá a ser una preocupación. Pero, hoy, lo único que me importa es dónde pegar un trago de agua fresca.
Jesús Lens