Esto no es una Serendipia, desde luego. En serio. Esto no es un libro. Es un monumento. The company. De Robert Littell. Uno de esos libros prodigiosos que te retan y te desafían. Que te miran. Y te invitan a sumergirte en unas páginas que se presentan bajo una premisa tan atractiva como la siguiente: «The company hace con la CIA lo que El Padrino con la Mafia.»
«Este libro ofrece tanta información sobre el robo y la falsificación de arte que debería ser prohibido».
Geert Jan Jansen. Maestro falsificador.
Marta me llamó cuando leyó que había interrumpido la lectura de la tercera parte de la trilogía Millenium para meterle mano a «Fraude», la última novela de Elvin Post, recién publicada por la editorial Alea.
Marta me la había recomendado vivamente y me quería prevenir: «¡A ver si no va a ser para tanto!» Pero, la verdad, sí que lo es. Una estupenda novela de las que se leen de un tirón, protagonizada por un grupo de personajes, algunos de cuáles te gustaría que fueran tus amigos y a otros… te gustaría asesinarlos con tus propias manos.
Hay novelas que se leen con más o menos agrado, pero siempre desde la distancia que marcan tus ojos del papel en que están impresas. Hay otras, sin embargo, en las que esa distancia parece desaparecer, de forma que, nada más abrir las páginas del libro, te sientes transportado a los escenarios en que se desarrollan la trama y la acción.
«Fraude» es uno de ellos. En diez minutos de lectura estás recorriendo la Costa Este de los EE.UU., planeando uno de los atracos del siglo: el famoso robo del Museo Isabella Stewart Gardner de Boston, de donde desaparecieron nada menos que «Tempestad en el mar de Galilea», de Rembrandt, «El concierto», de Vermeer, algo de Manet y de Degas, entre otras telas y objetos.
Dicho robo, real, cierto y documentado, acaeció la mañana del 18 de marzo de 1990, cuando unos ladrones vestidos de policía irrumpieron en el museo para llevarse las piezas señaladas, dejando, sin embargo, el famoso «El rapto de Europa», de Tiziano, una de las joyas artísticas que están depositadas en los Estados Unidos, lo que provocó el desconcierto de los investigadores.
La investigación del robo involucró a la mafia de Boston, pero nunca ha podido ser resuelto, hasta el punto de que los huecos en que estaban los cuadros robados aún muestran un escalofriante vacío que, gritando a los cuatro vientos, clama justicia.
Elvin Post, a través de su novela, hace justicia poética al robo. Inventa a una serie de personajes secundarios, basados en los sospechosos de haber perpetrado el atraco, así como a otros totalmente imaginarios, a los que insufla una extraordinaria vida y personalidad, cruzando entre ellos una compleja serie de relaciones tan atractivas como intensas.
Y así vamos avanzando en la lectura, como si estuviéramos montados en un coche que devora el asfalto a toda velocidad, con un estilo cinematográfico 100% en el que lo importante es la acción, siempre la acción, auténtica escultora de la personalidad y la forma de ser de los protagonistas. Y con muchas alusiones, precisamente, al poder de la imagen en la sociedad americana, con todos los personajes siempre pensando en salir en la televisión.
Me gustan, y mucho, las historias que tienen que ver con robos de obras de arte y atracos imposibles que, sin embargo, la realidad y/o la mejor ficción se encargan de demostrar que sí. Que eran posibles. Que podían ocurrir. Y que, de hecho ocurrieron.
Así que, ya lo saben. Si quieren fabular acerca de uno de los robos del siglo, a través de una narración vibrante, adictiva y poderosa, «Fraude» es su libro y Elvin Post es su hombre.
A veces lees, ves, escuchas cosas distintas y de fuentes diversas que, sin embargo, parecen tener relación entre sí. Ahí van tres, consecutivas, de este domingo de lecturas, series de televisión, música y relajación.
En el dominical de El País leo esta historia:
«Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo, mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque. El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó 18 árboles.
– Te felicito. Sigue así – le dijo el capataz.
Animado por estas palabras, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó temprano.
A la mañana siguiente se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de 15 árboles.
– Debo de estar cansado – pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.
Al amanecer se levantó decidido a batir su marca de 18 árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron 7, luego 5 y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento. El capataz le pregunto:
– ¿Cuándo afilaste el hacha por última vez?
– ¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.»
Después, viendo ese prodigio que es «El Ala Oeste de la Casa Blanca», no puedo evitar caer de rodillas frente a un episodio de la T3 en que Josiah Bartlett, posiblemente el mejor Presidente de la historia de los Estados Unidos, si Obama no demuestra lo contrario, se enfrenta a una crisis internacional con China y Taiwan como protagonistas. Y, mientras intenta resolverla, se dedica a jugar dos partidas simultáneas de ajedrez con dos de sus colaboradores más cercanos.
Con uno había tenido unas serias desavenencias en capítulos anteriores. El otro es como su hijo adoptivo, un posible delfín, pero cargado de dudas sobre su capacidad. Cuarenta y cinco mágicos minutos televisivos, una impresionante lección de cómo gestionar personas y un mensaje final que no tiene desperdicio, cuando consigue resolver la crisis y Sam, impresionado, le pregunta que cómo lo hace:
«Tienes mucha ayuda, escuchas a todo el mundo y diriges la jugada.»
A Stella, una de las protagonistas de la estupenda novela «Fraude», de Elvin Post, publicada por la editorial Alea, se le plantea una situación complicada. Hay que tomar una decisión. Y no es fácil. De hecho, lleva mucho tiempo posponiendo el momento de decidirse.
Y, entonces, recuerda el consejo de su madre:
«Hija mía, hay momentos en la vida en los que uno no está seguro de lo que quiere. En esos casos no te preocupes innecesariamente y míralo desde otro lado: pregúntate qué es lo que no quieres en ningún caso y de ninguna manera».
No. No es un aviso antispam ni nada por el estilo. «Fraude» es la nueva novela de Elvin Post. Y tenerla entre mis manos hace que aparque momentáneamente el último Larsson. ¿Han visto ustedes «F for fake», una de las más enigmáticas, sorprendentes y atractivas películas de Orson Wells?
Pinchen en el enlace para tener más información de esta novela y CONSULTEN AQUÍ para ver la de cosas que está haciendo Alea, una de nuestras editoriales de cabecera.
Jesús Lens.
El hombre que no dudaba en aparcar la lectura de Larsson… por una buena razón.
Para los Cuaversos de hoy, hablamos de un libro muy singular, en que este poema, desasosegante, juega un papel esencial.
So I turn´d to the Garden of Love
That so many sweet flowres bore
And I saw it was filled with graves (*)
William Blake
Rara. Muy rara, pero extrañamente fascinante esta novela, «Garden of love», de Marcus Malte.
Vale.
Ya he empezado la reseña. Pero ahora… no sé qué más decir. Me voy a dar una vuelta, a la nevera, a echar un buchito de agua, a ver qué se me ocurre.
Ya.
A ver. «Garden of love» cuenta una compleja historia, con multitud de puntos de vista, en que cada página es como la capa de una cebolla, que hay que ir quitando para llegar al meollo de una historia de sexo, locura y violencia de lo más turbador.
Bien.
Vamos avanzando.
El comienzo, espectacular. Durísimo. Con una chica recibiendo a un grupo de marineros para tener un encuentro sexual de alto voltaje. Sexo duro. Bondage. Y, a partir de ahí, cambios espacio temporales, personajes que aparecen y desaparecen, encuentros y desencuentros… todo ello a través de una construcción literaria primorosa, en que cada página, cada línea, encaja como un guante en la estructura general.
Cada personaje que aparece, cada frase que pronuncia, cada pistola que saca… todo ello tiene un sentido que, al principio, no se adivina. Así, mientras lees «Garden of love», te encuentras aparentemente perdido. Como dentro de una película de David Lynch.
Y por eso es tan difícil hacer esta reseña y ando removiéndome, inquieto, en el sofá. Porque si digo algo de más, puedo reventar la trama. Si hablo de los personajes, sólo puedo equivocarme. Y equivocarles. Y mira que los personajes son atractivos…
«Garden of love» es una novela en que cada página se lee como un relato independiente, primorosamente rematado. Y, después, cada «relato» acaba teniendo su importancia dentro del conjunto, dando lugar a una novela atípica en que lo oscuro, lo sórdido y lo enfermizo muestran una inusitada y sorprendente capacidad de atracción.
Permítanme que termine aquí esta reseña y que vuelva a la fresquera a beber otro trago de agua fría. Que este «Jardín del Amor» da mucha, mucha sed.