Y no es en Dinamarca, precisamente. ¿Soy yo, que me he pasado todo agosto leyendo el periódico, o resulta muy preocupante lo terriblemente mal que se ha gestionado la crisis de listeria provocada por la empresa cárnica sevillana Magrudis?
A lo largo del mes de agosto se han producido hasta cuatro alertas sanitarias diferentes, todas ellas sobre diferentes productos de la misma empresa, la referida Magrudis. El día 15 saltó la liebre con la carne mechada. No tardaron en correr como la pólvora chistes y memes a través de las redes sociales, invitando a consumirla a todo aquel que nos cayera mal.
El día 20 le tocó el turno al lomo, el día 23 a otra hartada de productos cárnicos, siempre de Magrudis. Y, por fin, el 28, le llegó su particular San Martín a los chorizos. A los de comer, me refiero. Que en este espinoso tema, que se ha cobrado la vida de 3 personas y ha afectado a casi 200 personas, hay mucho chorizo —de los otros— campando a sus anchas.
Sorprende, preocupa e indigna la actuación del consejero de Salud de la Junta de Andalucía en este caso, quitándole hierro al asunto desde el primer día. Parecía más preocupado por la imagen de Magrudis que por la salud de los andaluces. ¿Cómo pudo decir que la empresa culpable del brote tuvo ‘mala suerte’ y quedarse tan ancho? ¿Por qué se paró la fabricación de sus productos, pero no su comercialización?
Ahora, la Junta reconoce la gravedad de la situación, se echa las manos a la cabeza y denuncia el brutal volumen de bacterias detectados en la fábrica. Hace unos días, sin embargo, Magrudis fue tildada de colaboradora ejemplar en la gestión de la crisis por la propia Junta.
Pero la cosa es aún peor: Magrudis carecía de todos los permisos necesarios para su actividad, había hecho obras de ampliación en sus instalaciones sin licencia y vendía hasta 50 productos de otras firmas y con otras etiquetas de los que no informó. Magrudis. Un caso que, más que oler a podrido, apesta.
Jesús Lens