El miércoles pasado me infiltré en una de las Noches de Cervezas Alhambra, encuentros clandestinos organizados por nuestra marca cervecera de referencia en lugares especiales de distintas ciudades. Espacios con alma, llamativos y con fuerte y acusada personalidad. En nuestro caso, la reunión gastronómica se celebró en el restaurante de Álvaro Arriaga, uno de los grandes lujazos con los que cuenta Granada.
El encuentro no fue multitudinario. Menos de cincuenta personas… que no tardaron en dividirse en dos grupos, metafóricamente hablando. Por una parte estábamos los mayores, básicamente dedicados a hablar de nuestras cosas.
Por otro lado estaban los jóvenes. Ellos hablaban menos y tiraban más de móvil, sin parar de hacer fotos y teclear. Retrataban el restaurante, la decoración, los platos del cóctel… y a sí mismos, luciendo palmito en selfies vertiginosos.
Cuando hablo de mayores y jóvenes no distingo tanto por edades cuanto por actitudes. Que suelen coincidir, pero que no es requisito sine qua non. Los jóvenes no tienen empacho en buscar la mejor perspectiva para retratar los Dim Sum de verduras y gamba, dedicándole tiempo, ingenio y cariño a la composición de una imagen que, instantes después, rula por Instagram, Twitter, WhatsApp. Los mayores seguíamos hablando. De lo nuestro.
Después, sentados en la mesa, y por lo que he visto en Redes Sociales, los jóvenes continuaron compartiendo cada paso del exquisito maridaje planteado por Álvaro para la 1925, como si de auténticas obras de arte se tratara. Que, de hecho, lo eran. Sabores de la tierra con texturas, aromas y sabores memorables, presentados en platos cuyo impacto visual quedaba retratado en los móviles… antes de perderse en nuestras papilas gustativas.
A mí me sigue costando trabajo mantener una conversación y, a la vez, trastear con el móvil, sacarle una foto a las imperiales setas silvestres con morro ibérico confitado, fécula y brotes de mandarina y subirla al twitter, convenientemente etiquetada. Yo soy más de darle al pico y hablar, comentar, contar y charlar con las personas de mi entorno, desentendiéndome del móvil.
Pero ¿quiénes piensan ustedes que resultan más útiles a marcas y empresas? ¿Los mayores que disfrutamos de las viandas y la cerveza mientras no parábamos de hablar entre nosotros o los jóvenes que, disfrutando igual, participaban y comunicaban al resto del mundo lo que allí estaba pasando, en tiempo real, de forma gráfica y colorida?
Jesús Lens