Le conocí en los años de la insumisión, cuando un grupo de jóvenes valientes y comprometidos dieron con sus huesos en la cárcel por negarse a hacer el servicio militar obligatorio ni la prestación social sustitutoria.
Rondaría por entonces mis primeros veinte años, encontrándome en pleno proceso de formación académica, intelectual, social y humana. Leía a Proudhon y Fourier, investigaba sobre el socialismo utópico y creía en el anarquismo humanista.
Años en los que lo quería saber todo sobre Los Solidarios, Durruti, Ascaso y García Oliver; la acción directa y la propaganda por el hecho. Años en los que leía a uno de mis grandes maestros, Paco Ignacio Taibo II, que me hacía sentir que entre México y España no había tanta distancia, gracias a la novela negra.
Entonces llegó un 1 de mayo. Y me fui a la plaza de las Pasiegas, donde se concentraban la CNT y la FAI. Una concentración que no era una manifestación o un desfile, como los organizados por CCOO y UGT. Era una fiesta reivindicativa en la que distintas personas cogían el micro y hablaban, mientras se tomaban una cerveza al sol, acompañándola con sencillos bocatas de chorizo y morcilla.
No recuerdo qué dijo en aquella ocasión. La imagen suya que me quedó fijada llegó fuera del escenario, cuando se puso a jugar al fútbol con unos niños, le dio una fuerte patada al balón de plástico y lo mandó al otro lado de la plaza. Mientras veía el balón alejarse, se echó las manos a la cabeza, como si fuera un chaval pillado en falta, tras hacer una trastada. Los niños reían alborozados: era uno de los suyos. Nunca olvidaré aquella expresión vivaz de simpático pilluelo, con sus ojos claros iluminando las Pasiegas y su cabellera blanca ondeando al viento.
Tuve ocasión de hablar con José Luis García Rúa algunas otras veces. De política, de la Universidad, de historia, de literatura, de Filosofía y Letras… y de mi padre, con en el que tanto compartió.
El fantástico mediodía de Reyes se ensombreció, ayer, al conocer que García Rúa se nos había ido, a los 93 años de edad. Con él se fueron el profesor, el catedrático, el escritor, el pensador, el hombre de acción, el hombre comprometido y, sobre todo, el hombre bueno. En la más amplia acepción del concepto. ¡Buen viaje, maestro!
Jesús Lens