A mi padre, cuando fue Decano de Filosofía y Letras, los fachas le enviaban anónimos escritos a máquina en los que le amenazaban con quemarle el coche o su casa de Carchuna si seguía permitiendo reuniones de rojos en las dependencias universitarias.
Él nunca nos lo contó a mi hermano ni a mí. Lo descubrimos después de su muerte, cuando tratábamos de poner orden en sus mil y una carpetas y archivadores.
Creo que no hay nada más despreciable que las amenazas y los insultos anónimos. Y, por desgracia, las Redes Sociales han convertido esa repugnante costumbre en algo habitual y cotidiano, tema del que hablo hoy en IDEAL. Entrar en los foros de cualquier página o publicación virtual que todavía permiten el anonimato es asomarse a un pozo ciego, hediondo y rebosante de mierda. Da igual el tema que se trate o las personas de las que se hable. La mierda salpica a todos por igual.
Estos últimos días, que han sido una locura para mí, he metido la pata en Twitter un par de veces. Afortunadamente, los internautas que se ha percatado de esos fallos son buena gente y, con todo respeto y educación, me lo han hecho ver a través de Mensajes Directos, tan sinceros como inteligentes y mesurados.
Quiere la casualidad que ayer mismo leyera un interesante artículo de la prensa económica en que explica que Twitter es demasiado tóxico para los inversores: las marcas no quieren invertir en publicidad en un medio en el que, amparados por el anonimato, millones de personas se dedican a insultar, vejar y vituperar y soltar los exabruptos más vomitivos que se puedan imaginar.
De ahí que Jack Dorsey, el CEO de Twitter, además de estar pensando en permitir textos de más de 140 caracteres y de transmitir deportes en directo a través de Periscope, ande dándole vueltas al tema poner coto al anonimato de los usuarios.
Para los que se echen las manos a la cabeza por aquello de la libertad de expresión, recordar unas palabras, quizá tremendistas, pero tirando a ciertas, del ensayista Evgeny Morozov, para el que las Redes Sociales pueden ser instrumentos para la censura, la propaganda y la vigilancia.
Nada como el anonimato para terminar de redondear el círculo vicioso de una pesadilla orwelliana conformada por control, (auto)censura y violencia cibernética contra cualquiera que piense de forma diferente, libre e individual.
Jesús Lens