A medida que iba leyendo La canción del perro, tenía la impresión de que su acción siempre transcurría de noche. Me daba igual que James McClure, el autor sudafricano que la parió, diera a entender que eran las tres de la tarde y que hacía un calor del carajo.
Para mí, era de noche.
Quizá, porque Sudáfrica estuvo viviendo en una noche perpetua, durante muchos años. Y esta novela, que cuenta “Un caso del teniente Kramer y el sargento Zondi” es un fiel reflejo de aquella sociedad oprobiosa del apartheid en la que llamar “cafre” a un individuo no era describirlo, sino insultarlo.
Vamos a aPostas, pero sin razones. Hoy hay para darle a la materia gris con «La herencia de Bobdil», que publicamos en IDEAL. Pero si nos siguen habitualmente, nos creen y confían, háganos caso.
Porque después de ver esta película…
… no es que tenga ganas, es que tengo la compulsiva, materialista, espiritual y ansiosa necesidad de tener esto:
Ni que decir tiene que ya lo he encargado…
Jesús simonado Lens
¿Y los 20 aPostados anteriores de agosto? Enlazar desde aquí.
Hace unas semanas planteábamos, a modo de broma, la posibilidad de ser entrenadores tan guays como Guardiola, de los que ponen películas y vídeos a sus jugadores para motivarles ante los retos más complicados de la temporada. Y la pregunta era acerca de la película que elegirías para motivar a los jugadores del Real Madrid, en el ya imposible caso de que jugaran la final de la Champions League en su propio estadio, el Santiago Bernabeu.
Hubo respuestas de lo más ingenioso y variopinto. Personalmente y si tuviera que elegir alguna, después de haberla visto -más vale tarde que nunca- me decantaría, por supuesto, por «Invictus», la última y sorprendente película de un prolífico e hiperactivo Clint Eastwood.
En «Invictus» se cuenta cómo Mandela apostó por el rugby, un deporte tradicionalmente jugado por los blancos en Sudáfrica y odiado por los negros, para unir a las dos comunidades. Con motivo de la celebración del Mundial en el país, recién salido del Apartheid, Mandela se jugó el todo por el todo de su credibilidad apoyando la simbología de los popularmente conocidos como Springbox, incluyendo los colores tradicionales de sus polos de rugby, que a los negros les recordaban a la época de la dictadura blanca.
Jugar en casa hacía que el reto para los Sprinbox fuera especialmente complicado: estaban en horas bajas y los partidos de preparación para el Mundial se saldaron con dolorosas e inapelables derrotas. Nadie apostaba porque pasaran siquiera de cuartos de final. Pero ahí entró el talento de Mandela: convocó al capitán de los Springbox a su despacho y, con su trato cercano y cálido, le ganó para su causa, convenciéndole de que el Mundial era más, mucho más que un torneo deportivo.
Y ahí radican los mejores momentos, con diferencia, de «Invictus». Con las lecciones de Mandela a la hora de propiciar la reconciliación. Y con el personaje interpretado por Matt Damon (la nariz postiza es demasiado postiza) llevándose al huerto a sus jugadores, muy reacios a cualquier tipo de cambio, desde el himno a la forma de entrenar.
Y, sin embargo, no es una película redonda. Eastwood ha apostado por los dos personajes principales, a los que confiere el noventa por ciento de la importancia de la película. Y ahí sale triunfante, con un Morgan Freeman absolutamente descomunal y un Matt Damon tan musculado como contenido. Sin embargo, toda la parte puramente deportiva carece de la épica que los buenos aficionados requerimos de un espectáculo de masas como es una fase final de un Mundial de rugby. Mucho botepronto, algún pase a la mano, mucho empujar en las melés y algún salto en las touches o saques de banda. Pero nada más. Si no es porque la cámara se fija continuamente en el marcador, toda la parte de la final no tendría sentido alguno.
Me decía Jorge, cuando comentábamos la película, que Eastwood salía airoso en las secuencias intimistas, pero que naufragaba en las espectaculares. Y es cierto. La música, estando muy bien conseguida, abusa de la cancioncilla compuesta para el emocionante poema de Mandela. Es decir, que estando muy bien en términos generales, «Invictus» no termina de ser redonda. Y, sin embargo, me sentí emocionado durante muchos momentos de la película. Siempre los más sencillos. Como cuando los jugadores visitan un barrio de chabolas para conseguir que el rugby se hiciera popular entre la chavalería de color. Cuando le regalan una entrada para la final a la criada.
En fin. Que estamos antes una película para aprender mucho acerca del liderazgo, del compromiso y de la capacidad de superación. Una de esas películas que, no siendo perfectas y aún con momentos demasiado previsibles y manipuladores, da gusto ver.
Los seguidores habituales de esta bitácora ya van conociendo, además de mis personales, subjetivas y lógicas filias y fobias, a algunas de las personas que, real o virtualmente, juegan un determinante papel en mi vida bloguera.
Está, por ejemplo, mi hermanito Bomarzo, cuyo jardín es una gozada transitar cada mañana. Está Colin, dotado de una personal e intransferible mirada. La cotidianeidad de Nefer, la sapiencia de Rigoletto, la acidez de Foces o las intempestivas opiniones de mi Alter Ego.
Sin embargo hay otras personas que, desde el trasfondo, en la sombra y la silenciosa discreción, juegan un papel igual determinante en todo lo que podéis leer en esta página. Mi Cuate Pepe y su actividad incesante, por ejemplo. La clarividente claridad de Clarito, imprescindible.
Y ahí está, a tiro de certero SMS o fustigante correo electrónico, una de las personas que mejor me conocen: Jorge.
¿A qué viene este largo preámbulo, cuando se trata de hablar de una película? Primero, a que vamos anticipando esa anunciada entrada sobre los amigos, un tema siempre apasionante.
Además, a que precisamente mi amigo Jorge es uno de los tipos de los que más me fío cuando se trata de hablar de cine. Bueno, de cine y de otras muchas cosas. Pero en cuestión de películas, sólo Jorge es más fiable que Boyero.
Así, cuando le pregunté si le había gustado «Distrito 9», la auténtica sensación de la Ciencia Ficción de la temporada, en un puñado de caracteres me contestó lo siguiente: «Sí. Mucho al principio. Luego menos. Factura similar a «Monstruoso» de JJ Abrams».
¿Entienden ahora por qué me alargué tanto al principio? Y es que, una vez leído el certero análisis de Jorge sobre la película, ¿qué más podemos añadir?
Efectivamente, el planteamiento de la película es extraordinario. Una gigantesca nave espacial se ha quedado varada sobre el cielo de Johannesburgo. Una vez abierta, en su interior había un puñado de alienígenas desnutridos. Instalados en un campo de refugiados, empiezan a reproducirse y proliferar, chocando sus costumbres, hábitos y aficiones con las de los humanos. Y comienzan los problemas…
Partiendo del formato de falso documental que tanto predicamento está teniendo últimamente, la película avanza a un ritmo vertiginoso, mezclando influencias de clásicos como Alien con «La mosca» de Cronenberg, poniendo el acento en lo que significa ser distinto, ser otro, ser diferente. Algo de lo que, en Sudáfrica, saben mucho.
Y, además, hay un gran conglomerado financiero manejando los hilos de unas personas que, convertidas en marionetas, apenas pueden luchar contra el poder de las crueles multinacionales. Y están esos Aliens que, más allá de su aspecto entre cómico y monstruoso, se muestran más tiernos y sensibles que los propios humanos.
O sea, una buena película. Y, sin embargo, hay una parte que se me hizo algo pesada: la de la persecución por el Distrito 9 del violento mercenario al antihéroe. Un poco al estilo de tanto Terminator que ya hemos visto demasiadas veces.
Menos mal que el final del todo, con el poético gesto que pone el The End a la película, sin ser en absoluto feliz, te reconcilia con una propuesta fílmica muy interesante que demuestra que el gran cine, cuando hay talento, no sabe de etiquetas o géneros mayores o menores.
Valoración: 7
Lo mejor: la idea, el planteamiento y la tensión inicial de la película.