Por una concatenación de diferentes circunstancias, este fin de semana me quedé en casa, literalmente hablando. Excepción hecha de salir a comprar el periódico y a tomar café, no he puesto un pie en la calle. Cuando se me plantea un fin de semana presidido por el aislamiento, la soledad y la misantropía, me las prometo muy felices, convencido de que por fin podré hacer todo eso que el caos del día a día me va impidiendo. Ver determinadas películas y documentales, por ejemplo.
Así las cosas, el viernes por la noche me lancé sobre una de las plataformas a las que estoy suscrito y busqué en ‘Favoritos’ todo lo que había ido atesorando a lo largo de estos meses. Imaginen la cara que se me quedó, los ojos más abiertos que los de Alex en ‘La naranja mecánica’, cuando me encontré con que no había nada. De nada.
No sé si habrá sido culpa de alguna actualización o, sencillamente, la plataforma ha hecho limpia de contenidos, pero el caso es que se han volatilizado las decenas y decenas de felices horas cinéfilas que me tenía reservadas. He apagado y encendido, reiniciado, desconectado y reseteado. Pero nada. No hay nada.
Y ahora me arrepiento, claro. Me arrepiento de todas esas naderías que he visto porque estaba cansado para entregarme a algo realmente importante. Me arrepiento de todas las veces que he aparcado lo que realmente me apetecía ver para ver lo que supuestamente debía ver. Me arrepiento de haber dejado para un mañana tan improbable que ya nunca llegará lo que pude y debí disfrutar en el calor del momento.
Momentos. La vida son momentos y, con cada uno que postergamos, corremos el riesgo de perderlo por siempre jamás. De no vivirlo. De no disfrutarlo. ¡Cómo me he acordado de Paul Bowles este fin de semana! “Como no sabemos cuando vamos a morir, creemos que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo todo sucede sólo un cierto número de veces. Y no demasiadas”. Véanlo -y escúchenlo- en esta prodigiosa secuencia.
Prioricemos lo importante. Lo urgente seguirá ahí. Como el dinosaurio.
Jesús Lens