“¡Uno pone tanto ardor en conquistar el poder, conservarlo y disfrutarlo que apenas si os queda para ejercerlo!” Me acordaba de esta frase del Buscón de Ayroles y Guarnido al ver la polémica que se ha suscitado en relación a la pintura de los semáforos, una de esas cuestiones que pueden parecer menores e intrascendentes pero que, sin embargo, tienen gran valor simbólico.
Después ha explicado por qué, pero que el consistorio del PP/Cs eliminara la pintura arcoiris de de determinados semáforos de la capital, devolviéndoles a su luctuoso negro original, era una pieza demasiado golosa como para que el PSOE la dejara pasar así como así.
Si la idea es, como ha señalado César Díaz, que los semáforos ejerzan como portavoces de diversas causas, además de reivindicar los derechos del colectivo LGTB, ¿no lo podían haber hecho de otra manera? Esperando a que llegara el día de la lucha contra el cáncer de mama, por ejemplo, cambiando un color por el otro. Porque lo de la capa de imprimación negra para que los próximos colores luzcan mejor, suena a chiste.
Con lo de los semáforos le ha pasado a César Díaz como con lo de las procesiones y la solicitud de permisos para la ocupación pública: que ha pisado callos y la idea se le ha vuelto en contra. En política no basta con hacer cosas. Hay que comunicarlas. Hay que contarlas de manera que le lleguen al gran público. Tan importante es lo que haces como la percepción que tiene la gente de lo que haces. ¿Se acuerdan de los años en que José Torres Hurtado arrostraba la fama de buen gestor y, gracias a ella, ganaba las elecciones por mayoría absoluta mientras conducía la ciudad a la ruina en la que nos ahogamos?
No hay imprimación que justifique cambiar el luminoso color del arcoiris por el negro riguroso. ¡En otoño, además! ¿De verdad nadie previó lo que iba a pasar? O será que, efectivamente, el aliento de Vox impulsa según que decisiones…
Los semáforos, de negro. Y en las calles, muchas procesiones. Esa Granada monocolor, de luto e incienso que tanto le gusta a algunos.
Jesús Lens