Pesadilla climática y eléctrica

Escribo estas líneas entre Osuna y Écija. En el exterior del coche estamos a 43 grados, ¿pero qué les voy a contar si en Granada se han batido récords de temperatura y los termómetros urbanos marcan los 50? A esto se une la kafkiana pesadilla de las subastas eléctricas, con los precios compitiendo por batir a las temperaturas.

¿Qué les parecería juntar en un gran salón a todos los presidentes y consejeros de las eléctricas y, al que no sepa explicar cómo se calculan las tarifas, que le despidan con cajas destempladas? Para mí que, en realidad, ya no hay mente humana capaz de enfrentarse al algoritmo que determina esos precios. Y si la ministra del ramo correspondiente tratara de hacerlo, la inteligencia artificial al mando daría la orden de acabar con ella sin temblarle ese pulso que, en realidad, no tiene.

Y con esto entramos en el campo de la pura distopía. A comienzos de julio, el gobernador de California solicitaba a los ciudadanos que redujeran el consumo de agua en un 15% por persona: la peor sequía en décadas está dejando sedienta la tierra. ¿Se imaginan llegar al punto en que las mansiones de Los Ángeles no pudieran llenar de agua sus piscinas?

De todas las (teóricas) enseñanzas de la pandemia, me impresiona que lo que creíamos imposible no lo es tanto y que lo improbable tiene muchas posibilidades de suceder. Por ejemplo, que en un horizonte no muy lejano, cinco o diez años, la electricidad sea tan cara que se haya terminado el uso masivo y generalizado de aire acondicionado en domicilios particulares, oficinas, comercios, bares, restaurantes y centros comerciales. Que haya salas de cine climatizadas en las que el precio de la entrada sea mucho mayor que en las salas para el vulgo.

Que las olas de calor de entre 45 y 50 grados sean moneda corriente. Que en Andalucía nos friamos como huevos en aceite hirviendo, con las localidades costeras impidiendo el paso a quienes no acrediten tener una propiedad en su término municipal o una reserva de hotel o apartamento turístico.

Impensable, ¿verdad? De todos los factores de desigualdad que ya conocemos, el climático y energético será uno de los que más va a crecer estos años. En la Zona Norte de la capital granadina saben bien de lo que hablamos, con sus constantes cortes de luz en lo más crudo del crudo invierno o en el largo y cálido verano.

Jesús Lens

Plan España 2050

Cuando he leído que Pedro Sánchez presenta el próximo jueves un documento base sobre el plan España 2050, lo primero que he pensado es que, para entonces, calvo y desdentado. Yo, no nuestro pétreo Presidente. Así de frívolo me sentía ayer domingo, disfrutando del sol preveraniego en la terraza. En 2050 tendré 80 años y comeré sopas, cremas, proteína de insectos o lo que quiera que se coma por entonces. Pero ahí estaré. Confío. Espero.

Cuando cumplí los 50 palos el año pasado, en plena primera desescalada pandémica, pensé que tal día como ese, en el 2070, cumpliré los 100. Optimista que es uno. Me niego a aceptar que ya tengo más vida por detrás que por delante, así que haré mío el plan España 2050 y trataré de aportar mi granito de arena, huyendo del deleznable ‘para lo que me queda en este convento…’.

En esas estaba cuando leí el artículo de Manuel Martín, Defensor de la Ciudadanía de Granada, sobre la Agenda 2030. “Nos pasamos el tiempo enredados en planes, planificiaciones, agendas, observatorios, comités y comisiones que acuerdan, aprueban, impulsan y promueven grandes declaraciones de intenciones”, rezaba el preclaro subtitular. “Y que no sirven para nada en la mayor parte de las ocasiones”, pensé.

Es como lo de invocar la capitalidad cultural del 2031 en una ciudad que ha laminado el cine de su agenda cultural, por ejemplo. La desaparición de Cines del Sur y Granada Paradiso, heredera de Retroback, se iba a ‘suplir’ con un gran festival de series. Échenle un vistazo a la web Iberseries Platino Industria, que ya anuncia sus fechas de celebración, entre el 27 de septiembre y el 1 de octubre. ¿En Granada, como era la idea original? No lo parece…

Pero volvamos a la cuestión del tiempo y del cuán largo me lo fiáis amigo Sanchez. Un desafío para el periodismo de datos: confrontar el importe realmente recibido en las cuentas corrientes con el montante global de las sucesivas ayudas prometidas por las diferentes administraciones para los distintos sectores productivos masacrados por la crisis.

Las ayudas son como los Bin Laden, aquellos míticos billetes de 500 euros de los que todo el mundo hablaba, pero nadie había visto. Excepto los traficantes y los defraudadores, claro. Que para ellos, eran moneda de cambio corriente.

En cualquier caso, hago mías la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el Plan España 2050 y, en su caso, la Operación Marte 2100. Apúntenme, que confío aguantar.

Jesús Lens