Lo último que he escuchado antes de desconectar para escribir estas líneas es que un portavoz de la propia Notre Dame señala que la estructura se encuentra muy dañada y que está por ver si la bóveda aguanta sin venirse abajo, como el ya derrumbado pináculo de la gran catedral parisina.
Al principio de la tarde parecía algo sin importancia. Una columna de humo y poco más. Después, daba la sensación de ser controlable. Y, de repente, el horror de las llamas desbocadas frente a las que el agua de los bomberos no parecía ejercer efecto alguno.
Un tarde que había arrancado con la publicación del cartel del Festival del cine de Cannes de este año, paradójicamente, de un naranja ígneo y abrasador, casi a modo de premonición. ¡La tarde del Día Internacional del Arte, nada menos!
Repaso las redes sociales y, aunque la mayor parte de la gente muestra su consternación, empiezan a leerse los primeros arrebatos conspiranoicos, algo inevitable cuando se trata de terribles tragedias como esta.
Echo cuentas. Tenía 20 años y fue mi primer viaje al extranjero con mi amigo Jorge. Una Pascua, precisamente. Fue pura casualidad que, al entrar en Notre Dame, ya de noche, un inmenso coro arrancara a cantar, haciendo retumbar los muros del templo. Lo recuerdo como una de las experiencias estéticas más conmocionantes de mi vida. Fue entonces cuando comprendí que monumentos como Notre Dame, la propia música sacra o una procesión de Semana Santa, sin ir más lejos, son fenómenos culturales que van más allá de lo puramente religioso.
Después volví a Notre Dame, ya más mayor. Y subí a esa parte alta que ahora se quema, entre las gárgolas y los pináculos. Era de día y me maravillé con los juegos de luz de las vidrieras y rosetones, pero no volví a sentir el impacto de aquella primera vez. Ahora me resulta inconcebible pensar que, de todo aquello, solo vaya a quedar un recuerdo, imposible de revivir, imposible de recuperar.
Arde Notre Dame. Arde Nuestra Señora de París. Arden Cuasimodo y Esmeralda. Arde un patrimonio universal que es nuestro. De todos nosotros. Arde un tesoro de la humanidad que se encuentra más allá de banderas, credos y nacionalidades.
Jesús Lens