Islandia, caldera del Noir más helado

Ha querido la casualidad (o no) que el pasado fin de semana, tormentoso, gélido y desapacible, me sorprendiera leyendo una novela islandesa y viendo una extraordinaria serie de la misma nacionalidad: “Mentiras” y “Atrapados”, respectivamente.

Era un lugar común decir que en Islandia no se escribía novela negra dado el bajísimo índice de delincuencia existente en un país sin apenas crímenes ni asesinatos. De hecho, hace unas semanas, la periodista Inés Gallastegui publicaba en estas páginas un extraordinario reportaje: “Sangre en el hielo”, sobre el asesinato de una joven que ha conmocionado a Islandia, el país más pacífico del mundo, de acuerdo con el Instituto para la Economía y la Paz.

Pero, ¿es necesario que un país sea violento y tenga un alto nivel de criminalidad para que sus escritores y cineastas fabulen con el noir como género? ¡Por supuesto que no! Ahí tenemos, por ejemplo, al célebre Arnaldur Indriðason, nacido en Reikiavik en 1961, para cargarse todos los tópicos al uso, escribiendo un noir islandés con personalidad propia, muy original y diferente a la escuela nórdica habitual, aunque entre sus influencias se encuentren la mítica pareja sueca Maj Sjöwall y Per Wahlöö.

El protagonista de Arnaldur Indriðason está divorciado, cierto es. Y tiene tendencia a la depresión y a la misantropía. Su obsesión es la desaparición de su hermano, cuando era niño. De ahí que le conceda gran importancia al pasado, clave en la resolución de buena parte de sus tramas. Y es que, como señala en ganador del premio RBA de Novela Negra, “nunca nos libramos del pasado: la culpa es una fuerza muy poderosa que erosiona como pocas cosas en la vida”.

 

El éxito internacional del comisario Erlendur Sveinsson, protagonista de hasta trece novelas de Indriðason, ha abierto las puertas a otros autores de género negro como Arni Thorarinsson o Yrsa Sigurdardóttir. En el caso esta última, su forma de entender el género negro se ve trufado con lo fantástico y lo terrorífico, algo propio de reconocidos autores como John Connolly… y que no debería de extrañar en escritores provenientes de una cultura que concede enorme importancia a sagas y mitos milenarios.

 

La colección Roja y Negra acaba de publicar en España “Mentiras”, una novela de Yrsa Sigurdardóttir que nos cuenta tres historias independientes entre sí y muy concentradas en el tiempo, al transcurrir en apenas una semana. Tres historias que, al final, estarán relacionadas.

Por un lado, una familia regresa a Reikiavik después de haber pasado sus vacaciones en Estados Unidos, gracias a un intercambio de casas con un matrimonio de Washington. Llegan cansados, abren la puerta, entran al salón… y hay cosas que no están como debieran, arrepintiéndose inmediatamente de haber franqueado el paso a su hogar a unos desconocidos.

 

Tenemos a Nina, una agente de policía que pasa por un momento profesional muy complicado y cuyo marido ha sufrido un grave accidente. Y los que abren la novela: Heida, Helgi, Ívar y Toti, una mujer y tres hombres a los que un helicóptero ha depositado en un islote remoto de la costa islandesa, para que reparen un faro. El islote es tan pequeño que, en realidad, resulta imposible que los unos pierdan de vista a los otros. De hecho, apenas caben los cuatro, dentro del faro. Lo malo es que el tiempo empeora. Y, cuando en Islandia dice de hacer mal tiempo…

Las tres historias avanzan en paralelo, aunque saltando en el tiempo. Pero la acción, concentrada en menos de una semana, condiciona las vidas de todos los personajes. Porque empiezan a ocurrir cosas extrañas, tanto en el islote como en las casas de Reikiavik, con puertas que se abren, objetos que se mueven, cámaras de observación que captan presencias extrañas y grandes cajas que desaparecen.

 

A través de una creciente sensación de claustrofobia, la autora de apellido impronunciable va generando en el lector una tensión que, hacia mitad de la narración y a medida que empiezan a saberse cosas, se desinfla. Porque, en las historias policíacas con ribetes sobrenaturales, cuando la lógica y la razón ocupan su lugar; el misterio se desvanece y no termina quedando nada más que la cáscara.

 

Lo más interesante de “Mentiras”, insisto, es la sensación de claustrofobia que la autora consigue transmitir al lector, algo que también es básico en una de las sensaciones televisivas de la temporada: “Atrapados”, una serie islandesa que transcurre en Seyðisfjörður, una pequeña población del este de la isla que queda incomunicada por culpa del mal tiempo.

Y, como decíamos antes, el concepto de mal tiempo, en Islandia, es diferente al que barajamos por estos lares, por mucho que en cuanto caigan cuatro gotas, los bomberos no den abasto en nuestra comunidad.

 

En “Atrapados”, la llegada de un ferry de Dinamarca al puerto de Seyðisfjörður coincide con la aparición de un cadáver, decapitado y desmembrado, en las aguas de la bahía. Coincide, también, con una tormenta que impedirá partir al ferry… y llegar a los forenses y detectives especializados, por lo que el jefe de la policía local y sus dos ayudantes serán los encargados de llevar adelante la investigación.

 

Una investigación que se complica, además, por la tensión política que se vive en un pueblo que, azotado por la crisis que hundió el sistema bancario islandés en 2008, se enfrenta a una complicada decisión: vender tierras a los chinos para que establezcan una base comercial en la hipotética ruta marítima que unirá China con Rusia y Estados Unidos, a través del Ártico.

Sangre, nieve, frío, misterio y terror en una Islandia que, helada por fuera, hierve por dentro. Y no solo por culpa del magma de sus volcanes…

 

Jesús Lens

Contraband

Lo mejor de “Contraband” es que parte de un trabajo anterior muy sólido y solvente: la película “Reykjavík-Rotterdam”, dirigida en 2008 por Óskar Jónasson, con guion del propio director y uno de los grandes de la novela negra nórdica, el islandés Arnaldur Indriðason.

Y lo segundo mejor es que los responsables de este remake norteamericano de una película negra y criminal hasta el túetano han optado por darle un toque muy televisivo, en clave HBO, al estilo de “The Wire”, con una muy creíble pátina de realismo sucio para describir los barrios portuarios de Nueva Orleans y los garitos en los que se reúnen los protagonistas de la cinta, marinos mercantes, estibadores y demás currantes.

Con esas mimbres, para los amantes del género policíaco, “Contraband” es una película imprescindible, sólidamente protagonizada por un Mark Wahlberg a quién su papel se le ajusta como un guante y por un ajustadísimo reparto de secundarios en el que, quién más desentona es Diego Luna como desquiciado traficante y atracador panameño erigido en Rey del Crimen centroamericano.

La historia arranca con el personaje de Farraday, un antiguo contrabandista retirado que ha rehecho su vida junto a una bella esposa y sus dos preciosos hijos. Tiene un floreciente negocio, la vida le va bien y no quiere problemas. Pero los problemas sí le quieren a él: el hermano pequeño de su mujer se mete en un lío muy gordo y Farraday tendrá que enrolarse de nuevo en un barco que va a Panamá con el fin de volver a traficar, ganar dinero y liberar a su cuñado de la deuda contraída.

A partir de ahí, y es la gran originalidad de la película, la acción transcurre en dos escenarios paralelos: la travesía en barco y la estadía en Panamá del protagonista, por una parte (con un delirante atraco de por medio) y la vida de la gente que se queda en Nueva Orleans, familia, amigos y mafiosos, todos interaccionando entre sí.

Una de las críticas que se le puede hacer a “Contraband” es que muchos de sus momentos y de giros en el guion son inverosímiles. Lo que es cierto. Pero, cuando vas a ver la actuación de un mago, ¿eres de los que se sienta a disfrutar del espectáculo o de los que trata de descubrir los trucos?

Si vas a ver “Contraband” con ganas de disfrutar y de sumergirte en la historia, la disfrutarás. Si vas a pillar los renuncios… no tanto. El ritmo está muy bien conseguido y la acción se desarrolla a toda velocidad. Las imágenes del puerto y de los barcos, esos cargueros inmensos, como ciudades en sí mismas, impactan. La trama está bien llevada, no da un segundo de respiro y nada es lo que parece ni nadie es como se le espera. ¡Ah! Y la música. Esa música buena, blues denso e intenso.

A mí, desde luego, me ha gustado. Estuve imantado a mi butaca durante la hora y media larga de proyección y salí del cine con una gran sonrisa en el rostro. Cínica y descreída, pero sonrisa, al fin y al cabo.

Jesús Lens

Veamos el último día de marzo, qué nos deparó en 2008, 2009, 2010 y 2011