Dicen que, cuando supo lo que costaba el servicio de peluquería, François Hollande montó en cólera. Y es que, efectivamente, 9.895 euros al mes por el cuidado capilar del presidente francés parece pelín excesivo. Y a ello dedicaba mi columna de hoy en IDEAL, en un día trágico, por el repugnante atentado de Niza. Consternación, dolor, espanto y solidaridad con el pueblo francés.
A mí, lo que me resulta más llamativo del Affaire-Pelazo, es que Hollande no preguntara cuánto costaba eso de tener a su disposición, las veinticuatro horas del día y siete días a la semana, a un peluquero personal.
Que el hombre se lo curraba, ojo. Según han explicado fuentes del Elíseo, el tipo estaba permanentemente encima del presidente, recortando una puntita o recolocando un remolino, antes de cada aparición pública. ¡Un estrés, oigan!
Fíjense si el trabajo del peluquero era exigente, sufrido y sacrificado que el hombre se perdió el nacimiento de sus hijos y ni siquiera estuvo con su familia cuando uno de ellos se fracturó un brazo. La grandeur de la France, es lo que tiene.
Escribo estas líneas mientras miro diferentes fotos de Hollande, fijándome en su pelo. Que, a simple vista, no parece gran cosa: escaso, ralo, liso y apelmazado. Lo que me da que pensar.
Y pienso que el sueldazo del peluquero debía incluir una serie de consejos susurrados al oído, previos a cada intervención en público del presidente. Que ejercía como asesor aúlico y aprovechaba los retoques capilares para recordarle esas cosas de pueblo llano que los consejeros suelen ocultar a un presidente.
Es lo malo que tiene: llegas al Elíseo y dejas de coger taxis, de ir al mercado, de pasar por el quiosco y de tomar café en el bar de la esquina. Y así empiezas a perder el contacto con la realidad. Porque es un hecho que, en esta vida, los que saben lo que pasa por la calle son los taxistas y los camareros que hablan, cada día, con decenas de personas.
Y los quiosqueros y peluqueros. Que si quieres saber lo que pasa en tu barrio, nada como acercarte a la barbería, pedir la vez, coger una revista y hacer como que lees mientras pegas la oreja a las conversaciones de los parroquianos.
Estoy convencido de que un porcentaje importante del sueldazo del peluquero iba en calidad de asesor. Pero como un experto que no haya pasado por el prestigioso Instituto de Estudios Políticos de París no mola nada en Francia, prefirieron disfrazarlo de sencillo peluquero.
Jesús Lens