Me tumbo sobre la cama y me dejo llevar por el incesante girar de las aspas del ventilador. Y me acuerdo, claro, del arranque de ‘Apocalypse Now’, con el capitán Willard en su habitación de Saigón, esperando una misión. Enajenado, drogado y alcoholizado, confunde el ventilador del techo con las hélices de los helicópteros mientras suena el ‘The End’ de The Doors.
Unos minutos le bastan a Francis Ford Coppola para embarcarnos en un viaje con destino a la insania y a la locura, como si el ventilador fuera el reloj de péndulo de un hipnotista que nos induce al sueño.
Este es el verano de los ventiladores. Me lo decía un instalador: tienen una interminable lista de espera por toda la Costa Tropical. Y no hay horas para tanto montaje pendiente.
El calor insoportable acumulado a lo largo de estas semanas hace inhabitables casas, pisos y apartamentos en los que antes entraba algo de fresco, sobre todo cuando soplaba el Poniente. Este verano, el mar está hecho un plato y no hay brisa que le saque siquiera unos borreguillos blancos a su calma superficie.
El agua del Mediterráneo es sopa de pollo y no se ven en el rebalaje los escorzos habituales de los más frioleros a la hora de hacerse a las aguas.
Sin que se mueva el aire, aunque sea caliente, resulta imposible pegar ojo. ¡Qué bochorno! ¡Qué panzás de sudar! Y como poner el aire acondicionado es un lujo asiático, los vendedores de ventiladores están haciendo su agosto, en el sentido literal del término.
Un consejo: ojito dónde y a quién le compran el ventilador. Me decía el instalador que hay marcas que fallan más que las escopetas de feria y que ellos ya no los montan, para evitar suspicacias. Que luego todo son quejas y reclamaciones. La palabra ‘chinos’ entra en juego. Y no por el famoso juego de manos, precisamente.
Y las averías en diferenciales y contadores, que también están este verano al orden del día, por los picos de tensión. ¡Estamos arreglados! El ventilador es, de largo, el complemento estrella del 2022. Y será nuestro mejor amigo en los próximos estíos, de acuerdo a las previsiones de los expertos.
El ventilador era un elemento exótico que aparecía en películas de época. En los decorados de Indochina y otros países del Extremo Oriente. Acostumbrados a los aparatos de aire acondicionado, creíamos haberlos superado.
Pero el ventilador ha vuelto. Y lo ha hecho para quedarse. Integrado con la lámpara, en el techo de nuestras habitaciones, ver a sus aspas dar vueltas es la versión posmoderna de distraerse con el vuelo de una mosca.
En las noches de insomnio, cuando ni los bodrios de Netflix ayudan a conciliar el sueño, siempre tenemos la opción de concentrarnos en el ventilador y contar cuántas vueltas da por minuto a la máxima velocidad. Es como contar ovejitas, pero sintiendo cómo se mueve el aire. De repente, amanece. La cama está húmeda, pero al menos has conseguido descabezar un postrer sueñecito. ¡Gracias, venti!
Jesús Lens