Acción. Reacción. Contradicción

Reconozco que me molestó, el jueves por la noche, leer estados de Facebook de gente que seguía a lo suyo, como si lo de Barcelona no hubiera pasado. Sí. Es cierto que no se arregla nada con crespones negros, velas y fotitos con mensajes de apoyo, pero la solidaridad demuestra, como mínimo, empatía. El que sigue a lo suyo, con sus cosas, además de parecer un frívolo absoluto, demuestra una egolatría y una insensibilidad que roza lo psicopático.

 

Y, sin embargo, más allá de mostrar un ápice de solidaridad cibernética, ¿qué hacer? ¿Cómo llenar las horas? Por un lado, estamos convencidos de que tenemos que seguir con nuestra vida para no darles la razón a los terroristas. Pero, ¿cómo disfrutar de un concierto, de una película, de una cerveza o de un libro, con lo que estaba ocurriendo? Es lo que tiene ser humanos: que somos pura contradicción.

 

La gente llena el Twitter de gatitos y las fuerzas del orden piden que no se viralicen vídeos ni fotografías con las imágenes de las víctimas. Pero los medios de comunicación están obligados a contar lo que pasa. A mostrarlo. ¿Serían honestas las portadas de los periódicos sin la foto de las Ramblas con los cuerpos tendidos de algunas de las víctimas? Complicado debate. Pero, sinceramente, creo que no.

 

Entre recrearse en el morbo, la sangre y la desolación y mostrar imágenes dulcificadas que no muestran la verdadera magnitud de la tragedia, están el rigor y la profesionalidad de los periodistas, que nada tiene que ver con retuitear compulsivamente información de fuentes dudosas ni con compartir grabaciones de móviles con imágenes salvajes. Insisto, son las contradicciones de esta edad digital en la que vivimos.

 

Leo salvajadas y animaladas en las redes sociales, también. Y quejas ridículas de gente más ridícula aún, que trata de politizar y polemizar sobre cualquier acontecimiento, mezclando la banalidad con la tragedia. Y no me parece mal. Las redes se han convertido en una de las formas de descompresión favoritas de mucha gente. Y, si vomitando su odio, su racismo y su desprecio de forma virtual, se queda más relajada y actúa con cordura en su vida normal; eso que ganamos todos. Siempre que no se traspase un límite: el marcado por el Código Penal.

 

Acción. Reacción. Contradicción. Mientras, pasan los minutos. Pasan las horas. Pasan los días.

 

Jesús Lens

 

Con Barcelona

Me asomo a las últimas informaciones sobre el atentado de Barcelona, antes de escribir estas notas, y me invade la náusea al leer que ya van trece personas muertas.

Pienso en los muchos amigos que tengo en Barcelona y suplico que no haya ninguno afectado. Pienso en las víctimas, en sus familias, en el terrible dolor provocado por esta animalada.

 

Leo que se busca una furgoneta blanca, que los terroristas están atrincherados en una tienda o, quizá, en un restaurante turco.

 

Y las preguntas. ¿Cómo es posible? ¿Por qué ha ocurrido algo así? ¿Quién es capaz de una atrocidad de este calibre? ¿Qué quieren? ¿Qué buscan?

 

A lo largo de los últimos años se vienen repitiendo este tipo de atentados con una descorazonadora frecuencia. Y lo que más miedo da es que resultan imprevisibles: un desequilibrado, un coche o una furgoneta y se desata el Apocalipsis.

Frederic Amat

Sin bombas, sin explosivos, sin armas. Lo de Charlottesville de hace unos días es buena prueba de que cualquier enfermo, al volante de un coche, se puede convertir en un arma letal.

 

Cuando ocurren barbaridades como ésta, la vida queda en suspenso. Es difícil encontrar las palabras y todas las cosas en las que basamos nuestro día a día cotidiano dejan de tener sentido.

 

Y sin embargo, hay que seguir adelante con nuestra vida. Es la única manera posible de desarmar el terrorismo. De combatirlo de raíz. De vencerlo. Seguir adelante. Seguir creyendo en la democracia y en el Estado de Derecho. Seguir defendiendo nuestras libertades y nuestros derechos. No pensar en tomar atajos.

 

Las vísceras, las tripas piden venganza. En estos momentos de dolor, duelo e indignación, es fácil dejarse llevar por la ira.

 

Resulta esencial apelar a la sensatez, a la calma y a la frialdad de todos los poderes públicos. Es necesario un frente unido, sólido y cerrado en torno al gobierno. Que no se utilice de forma partidista una atrocidad como la de Barcelona.

 

Que el atentado de ayer sirva para hacernos más fuertes como ciudadanos y como sociedad. Ése sería el mayor fracaso de los terroristas.

 

Jesús Lens