Desde esta plataforma, mi querido Colin Bertholet y un servidor queremos enarbolar una pancarta, hacer una proclama, entonar un grito de rabia y rebeldía, pegar un puñetazo virtual en la mesa y mandar un recordatorio; se forma sencilla, pero contundente:
Y es que, el austericidio mental es tan peligroso como el material. Los recortes de ideas son tan letales y empobrecedores como esos otros recortes que nos amargan la vida.
Por eso, lo decimos alto y claro: ¡No a la Austeridad Mental!
Que no te recorten las ideas.
Si te gusta, compártelo. Para Colin y para mí será un honor.
Un libro que comienza con la siguiente advertencia, no puede ser un libro vulgar: “Se desaconseja cualquier imitación de los hechos narrados en esta novela”.
¿A que parece fuerte? Suena, lo menos, a sadomasoquismo extremo. O a gore procedente de Texas y ejecutado con una sierra mecánica.
Pero no. Lo peor es que no.
Porque seguimos con la cita de un alto cargo de diversos gobiernos griegos y Primer Ministro en 1955: “Grecia es un enorme manicomio”.
Estamos hablando, efectivamente, de “Liquidación final”, la segunda entrega de la Trilogía de la Crisis, escrita por el autor griego Petros Márkaris y recién publicada en España por Tusquets.
Si os acordáis, no hace mucho publicábamos la reseña de “Con el agua al cuello”. Me había gustado, pero daba la sensación de haber sido escrita con una cierta prisa, urgencia y hasta precipitación. La trama negra era demasiado endeble y se notaba en exceso que no era sino una excusa para hablar de lo que de verdad interesa a Márkaris: el salvaje desmantelamiento del estado del bienestar que estamos viendo y sufriendo a nuestro alrededor, por culpa de la crisis, y sobre lo que hablaba en este arículo sobre la Predistribución, hace unos días.
Márkaris escribía para hablar de la crisis, de sus consecuencias… y para tomarse una especie de venganza literaria, al convertir en víctimas de un justiciero asesino a algunos de los banqueros más desvergonzados del país.
En “Liquidación final”, y de ahí la advertencia con que se abre la novela, los muertos que comienzan a aparecer en la historia y a cuyo asesino debe encontrar nuestro querido, entrañable y encantador comisario Kostas Jaritos, son notorios defraudadores de hacienda.
Muertos, asesinados con cicuta y cuyos cadáveres aparecen en antiguos recintos arqueológicos de una Atenas imposible e intransitable, en la que las protestas callejeras, las manifestaciones y las algaradas se suceden mañana, tarde y noche, sin solución de continuidad.
Lo que pasa es que, apenas se hace público que hay un liquidador final que está obligando a las grandes fortunas de Grecia a ponerse al día con el fisco, so pena de morir asesinadas, la gente lo convierte en un héroe popular, un Robin Hood aclamado y venerado por buena parte de la ciudadanía, esa a la que se acusa de haber vivido por encima de sus posibilidades y a la que ya lo le quedan agujeros en el cinturón para apretarse.
¡Pobre Jaritos, cuya propia hija, cansada de trabajar gratis, empieza a plantearse la posibilidad de emigrar y de irse a trabajar… a África! Así están las cosas. En Grecia. Y así llevan camino de estar en toda Europa, si continúa el Austericidio homicida impuesto por el Reich alemán.
No creo que se enfaden conmigo los amigos de Tusquets y los amigos libreros por aconsejarte hacer un ejercicio muy sencillo: píllate un ejemplar de “Liquidación final” y, con discreción, lee el capítulo 1, muy corto, el que va de las páginas 11 a 15.
No podrás evitar que se te haga un nudo en las tripas. Porque sabes que lo que cuenta Márkaris, por desgracia, podría ser verdad y que casos parecidos ya se están sufriendo en nuestro entorno.
Evidentemente, seguir leyendo la novela es esencial, pero ya tendrás que comprar el libro. O sacarlo de una biblioteca. O pedirlo prestado. ¿Estamos? Nada de robarlo o piratearlo. Que los malos son los otros.
El sábado publiqué este artículo en IDEAL. Sarcástico y ácido, pero serio. Muy serio. A ver qué os parece.
Empecemos fijándonos en Italia, el ejemplo más cercano (en el tiempo), con unas elecciones a la vista: un presidente tecnócrata no elegido en las urnas anuncia su dimisión mientras que el candidato democráticamente elegido proclama su intención de presentarse. Resultado: las Bolsas se hunden, la Prima se dispara y tiembla el Misterio en toda Europa.
Dirán, algunos, que lo de Berlusconi no es serio. Y yo estaré de acuerdo con ellos. Pero las urnas son soberanas y los italianos le eligieron presidente. Es, salvando las distancias –no solo geográficas –lo mismo que en Valencia, donde el partido más salpicado por la corrupción arrasó en las urnas.
¿Se equivocan los italianos? ¿Se equivocan los valencianos? ¿Se equivocan las urnas?
Pero es que, además, las elecciones son incómodas. Y condicionantes. ¿Se acuerdan ustedes del mandato y del discurso de Rajoy, antes y después de las elecciones andaluzas? Había una práctica unanimidad en los analistas al exigirle que empezara a aplicar sus recetas, con independencia de la cita electoral. Pero él, nada. Aguantando. Total, para terminar dándose un morrazo y aplicando la amputación como terapia preventiva.
Todo lo que lleva el apellido “electoral” empieza a estar mal visto y a ser más sospechoso que la ropa made in China. Los programas electorales se diseñan para incumplirlos sistemáticamente y damos por supuesto que las promesas electorales son como los votos matrimoniales: se contraen para romperlos poco después. Pero lo peor son los intereses. Los intereses electoralistas.
Por ahí se dice que el llamado Austericidio Angelino, también conocido como Estrangulamiento Merkeliano, tiene su raíz en las elecciones alemanas de final de 2013. ¿Sería imaginable, de verdad, que toda esta ruina, paro, miseria, crisis y destrucción social, económica y empresarial; respondiera a los intereses electoralistas de la Canciller alemana?
Si así fuera… casi, casi, casi que estaríamos obligados a concluir que las elecciones son perjudiciales para la salud y que, por el bien común, en beneficio de todos, habría que prescindir de ellas.
La solución, pues, sería emular lo de Monti en Italia y consensuar un gobierno de tecnócratas para toda Europa que, desde el Banco Central, rigieran nuestros destinos, que tuvieran satisfecha a la Prima, que maniataran a los Tipos y que contuvieran a la inflación.
¡Un mundo feliz!
Estéticamente mucho más bonita, moderna y contemporánea que aquel militarismo fascistoide trasnochado; la Tecnocracia de los Hombres de Negro es la respuesta que propone cada vez más gente a las fallas y a las grietas que nuestra vetusta Democracia empieza a presentar.
¡Si será chunga la democracia, que los propios partidos abominan de las Primarias a la hora de elegir a sus candidatos y hacen lo posible y, a veces hasta lo imposible, por evitarlas!
Desafección. Así se llama al hecho de que cada vez vaya menos gente a votar en las citas electorales; a la realidad de que la casta política sea cada vez menos y peor valorada por la ciudadanía; al miedo a que los grupos antisistema se ganen el apoyo popular. Desafección. ¡Ojito!