El pasado fin de semana, en pleno ataque de indignación, escribí la que debía ser la columna del viernes de IDEAL: «Quiero ser pirata».
Después pensé que, quizá, justo hoy viernes se estrenara, aunque fuera con dos semanas de retraso, la película que motivó la furibunda columna, por lo que decidí bloguearla (y buen pollo se armó, como podéis leer AQUÍ) y escribir otra columna, en el mismo sentido, pero algo diferente. Y aquí la tenéis…
Es un hecho: en apenas un mes, «Avatar» ya se ha convertido en la película más taquillera de la historia del cine, algo de lo que personalmente me alegro. Y mucho. En primer lugar, porque la película me encantó y disfruté como un enano acompañando a los protagonistas en sus aventuras por el planeta Pandora, como ya reseñamos AQUÍ. Pero, además, me encanta que un visionario como James Cameron haya tenido el mayor de los éxitos, después de haberse pasado catorce años desarrollando la tecnología que ha hecho posible una joya como «Avatar».
Hace unos meses escribíamos un reportaje en que saludábamos alborozados la llegada del 3-D a las salas de cine, una auténtica revolución que, efectivamente, se ha demostrado imparable. (Leer AQUÍ)
Con enorme alegría comprobamos que la mayor parte de los complejos cinematográficos de Granada y alrededores habían adaptado sus mejores salas para la exhibición en formato digital y, por supuesto, para acoger las imperiosas e impresionantes tres dimensiones.
Y, sin embargo, en el pecado llevamos la penitencia. Porque con tanta tecnificación, tanto avance, lujo y oropel, nos encontramos con que la cartelera muestra inequívocos signos de estrangulamiento, con una oferta paupérrima en la que los Avatares, la ardilla Alvin, el detective Holmes y cuatro subproductos hollywoodienses de tercera fila copan el 95% de las pantallas granadinas.
Así, dos semanas después de su estreno, una obra maestra como «La cinta blanca», galardonada con la Palma de Oro de Cannes, seleccionada para los Oscar y elegida como Mejor Película Europea del año, venerada de forma unánime por toda la crítica internacional, una película que está provocando debates históricos y sociológicos sobre el origen del fascismo en Alemania… todavía no ha sido estrenada en Granada, esa ciudad que, nunca nos cansaremos de repetirlo, presume de cultura, sensibilidad artística y tal y tal.
Será que a los exhibidores no les interesa una película en blanco y negro que, además, es larga. O será que la productora ha hecho escasas copias de la misma y a Granada no le ha tocado ninguna. El caso es que en nuestra ciudad «La cinta blanca» ha sido invisible, como mínimo, durante sus dos primeras semanas de exhibición, hurtándonos una genialidad cinematográfica y la posibilidad de seguir y participar en los vivos debates que la misma ha suscitado. (Y, como ya dijimos en aquel lejano mayo, ardíamos por verla)
Así las cosas y sintiéndolo mucho, empiezo a convencerme de que las descargas a través de Internet son el futuro. El presente, más bien. Lo siento, pero me siento excluido. Y eso que vivo en una capital de provincia que… bueno. Que tal y tal. Lamentándolo mucho por la industria, por los puestos de trabajo, por la propiedad intelectual, por los derechos de imagen, etcétera, etcétera, voy a bajarme «La cinta blanca». Y «Amerrika».
Y cualquier película a cuyo visionado no tenga un acceso normalizado, sea por la desidia de los exhibidores locales, de las productoras o por el imperante monopolio yanqui que, entre todos, hemos permitido.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.