Mi artículo de IDEAL de hoy habla sobre retratarse, mojarse y tomar partido. Y es que hay dos temas sobre los que, ahora mismo, me cuesta horrores hacerlo. Uno, el del soterramiento del AVE. El otro, el del vial que permita la entrada directa del tráfico rodado a la Avenida de Dílar.
Dos barrios, la Chana y el Zaidín. Dos colectivos de vecinos que no se resignan y protestan, tratando de cambiar las cosas. Y una ciudad, Granada, que se ve directamente afectada por ambos conflictos.
En ambos casos cuesta trabajo posicionarse porque se trata de elegir entre dos males: o la Chana queda partida en dos, soñando con tiempos mejores (y si eso ya tal) o seguimos esperando al AVE como el que esperaba a Godot.
O el Campus de la Salud queda dividido por un ruidoso vial o los comerciantes del Zaidín se verán un poco más perjudicados por ese urbanismo que favorece a los grandes centros comerciales en detrimento de las pequeñas tiendas de barrio.
Cuando uno ve a un grupo de vecinos enfrentado a las instituciones, automáticamente tiende a simpatizar con ellos: con lo que cuesta movilizar a la gente, de algo muy gordo tiene que tratarse para que decenas de personas se embutan unas camisetas chillonas y constituyan una plataforma de afectados, tomando las calles con sus protestas.
Y lo cierto es que razón no les falta, ni a los vecinos de la Chana ni a los del Zaidín. Pero eso no significa, necesariamente, que el Ayuntamiento, la Junta de Andalucía, la Diputación o el gobierno central tengan que hacer caso a sus demandas.
Que a estas alturas de siglo XXI, el AVE vaya a entrar como va a entrar en Granada es un escándalo. Pero plantearse paralizar las obras e iniciar el soterramiento, parece inaceptable. Y lo del vial del PTS, según el dictamen del Consejo Consultivo, es que no puede ser. Legalmente. Los comerciantes del Zaidín y representantes del ayuntamiento no están de acuerdo con el dictamen, pero ahí queda. Y todo ello sin entrar en la lógica de la cuestión, pensando en un Campus moderno que alberga, además de a las empresas biosanitarias más punteras de España, a un recinto hospitalario y a un conglomerado de facultades con cientos de alumnos.
Pienso en estas dos cuestiones y me alegro de no tener que tomar decisiones ejecutivas sobre ninguna de ellas. Y, precisamente por hacerlo y apechugar con las consecuencias, respetemos a esos gobernantes, tantas veces menospreciados y vilipendiados. Aunque no estemos de acuerdo con ellos.
Jesús Lens