Escribe Íñigo Domínguez, en el viaje que nos cuenta en el Suplemento V de Vocento que podemos leer en IDEAL, la siguiente perla:
«Las aventuras suenan bien, pero ponerse a ello da mucha pereza. A veces uno tiene ganas más bien de haberlas vivido que de vivirlas».
¿Quién lo suscribe?
Jesús Lens, amante de las aventuras a posteriori.
PD.- Desde el final de Semana Negra, ya he leído «Bill, Héroe galáctico» y «Buda Blues». Ahora estoy con la demencial historia viajera de Steve Redwood, en busca de Cleopatra.
No sé si os acordáis que hace unas semanas os escribía sobre el libro de ni de coña iba a leer. Se trataba de ESTE «Cualquier otro día», de Dennis Lehane, el autor que escribió el libro en que se basa la comentadísima «Shutter island».
Pues bien, como ahora salgo de viaje y voy a pasar muchas horas de aeropuertos, aviones, jet lag, largos recorridos, etcétera, etcétera, voy a leer dicha novela y ya os contaré. Pero ahora quiero hablar de otro libro, recién salido, hermosamente editado por una editorial que lleva por nombre Blackie Libros. Otro libro que, por supuesto, tampoco pienso leer. Ni de coña. Se trata de «La conquista de lo inútil», del director de cine Werner Herzog, del que hablábamos mucho y bien en ESTA reseña.
Y no pienso leerlo porque el autor habla de cine. Y sabéis lo me pasa con el cine. De hecho habla de una película, «Fitzcarraldo», que ardo por ver. Bueno, esa y todas las que Herzog hizo con Kinski. Y, si leo el libro, en que se cuenta el rodaje de una de las películas más misteriosas de la historia del cine, una película que es una obra homérica en sí misma, el desafío del hombre a la naturaleza… entraré en combustión espontánea por ver la peli. Y en mi última excursión a la FNAC no la encontré. Y no quiero piratearla. Y el libro tiene una pinta tan atractiva, tan interesante, tan fascinante… que me voy a frustrar enormemente.
Así que, ahí está. «La conquista de lo inútil». Atrayente desde el título. Me mira. Con descaro. Me reta. Me cita. Me atrae. Pero yo me resito. Porque soy un tipo duro…
Jesús Lens, a sabiendas de que lo inútil es la resistencia y de que terminaré cayendo en las garras de Herzog…
Para la presentación de «Hasta donde el cine nos lleve» en la librería Negra y Criminal había preparado una introducción que más o menos debería haber comenzado así:
«Cuando me han preguntado que por qué me decidí a escribir este libro, he dado respuestas varias y diversas, desde la pasión que Fran y yo tenemos por el cine a lo mucho que nos gustan varias de las películas que hay en el libro. También, porque pensamos que podíamos aportar un punto de vista distinto a los libros de viajes al uso o, más sencillamente, por completar esa terna que, en teoría, nos hace hombres: escribir un libro, plantar un árbol un árbol y tener un hijo.
Pero, a lo largo de estos meses me he dado cuenta de que, en realidad, lo he escrito con un sólo y principal propósito y objetivo: tener la ocasión de viajar para presentar un libro de habla de cine, y siempre rodeado de buenos amigos. Los mejores.»
Pero nos quedaba un lugar imprescindible y necesario: la librería Negra y Criminal de la Barceloneta, con nuestros queridos Paco y Montse como anfitriones. Y, como este año teníamos que ir a Cornellá a pasar una semanita jugando al baloncesto, aprovechamos la ocasión para cumplir uno de esos sueños que, por fin se hacen realidad: ponernos la camiseta de Negra y Criminal y posar, como autor, en la puerta de la mítica librería. Un subidón que, quienes me conocen, saben lo fuerte que fue para mí.
Y, repito, en la mejor de las compañías. Con Montse y Paco como anfitriones. Que no veáis las cariñosas y desmedidas palabras que Paquito Camarasa dedicó a un servidor, que le escuchaba embelesado, suspirando por conocer a ese sujeto tan, tan interesante del que hablaba. (AQUÍ, nota en el Blog de la librería del evento, feliz y alegre.)
Además, y como fiel Guardia de Corps, nuestro equipo de baloncesto en pleno que, mientras avanzaba por las calles de la Barceloneta, semejaba el reparto de una película de Tarantino. Curro, Miranda, Burgos, los dos Álvaros, mi hermano Jose y Pedro al comando nos unimos a Moreno, que ya estaba en la librería. Mención aparte para Fali y Paqui, que estuvieron metiendo tensión en las horas previas al encuentro, con sus bromas y su buen humor, haciendo que ésta haya sido una de las presentaciones más singulares que hemos protagonizado.
Y, por supuesto, mi Cuate Pepe, que no podía faltar al evento y allí estaba, el primero, siempre presente.
Además, nuevas y felices amistades. Esas amistades que empiezan por ser cibernéticas y terminan siendo corpóreas, como la de esa Kaperusita, con la que tan bien lo hemos pasado y quién nos hizo sentir como en casa en su Cornellá.
O reencuentros felices, como el de Julia, a quién hacía muchos meses que no veía y cuya aparición por el Palau del Mar fue un alegrón. Y Lillian, que tenía que estar en una ocasión tan especial. Que los viajes hicieron que nos conociéramos y siguen posibilitando que no encontremos cada poco tiempo, sea en Granada, sea en Barcelona. Allí estaba también Irene, que NOVELPOL también existe, aunque se fuera muy pronto.
¡Y Marta, por fin! Después de tres años sin coincidir, Marta estaba allí. Y anda que no lo celebramos. Todos.
O la feliz sorpresa de abrazar, de forma festiva y no tan profesional como otras veces, a Francesc y Gema, que tuvieron un detallazo bajando hasta la Baceloneta, y que ASÍ lo han contado.
Había más amigos de la librería, a los que tuve ocasión de conocer y saludar con cariño, claro. Sin embargo, no pudieron llegar ni Talía ni Patricia, pero sé que les habría encantado estar allí. Y Fran, claro, que tenemos los calendarios cambiados.
Tras las palabras (espero que no me extendiera en demasía) y ese rito tan especial que es el de la firma y dedicatoria de los libros a los amigos, nos fuimos a tomar vermús, birras, tintos y tapas variadas en un singular y sabroso bar de la Barceloneta, El Eléctrico, absolutamente chispeante. Bebimos, brindamos y un trompetista búlgaro nos amenizó la velada con sus tonadas.
El dueño del bar nos lo hizo pasar en grande y entre risas, charlas, recuerdos, planes, sueños y alocadas ideas de futuro, un puñado de veinte amigos rematamos la faena en el Gimlet, con unos mojitos, alabando el Best Of de una noche muy, muy especial, que ya está en el recuerdo de los grandes momentos de este año 2009… que aún tiene muchas alegrías que depararnos.
Gracias a todos, amigos. Sois vosotros los que lo hacéis posible. Y por eso, a toda la peñita catalana, con la que tan a gusto hemos estado, y especialmente dedicado a los compis de Caixa Penedés, que no sólo han ganado el Intercajas de baloncesto, sino que lo han organizado maravillosamente, esta maravillosa canción de Mano Negra, Rambla paquí, Rambla pallá… la Rumba de Barcelona.
Jesús Lens, con ánimos renovados.
PD.- Y, por cierto, vayan apuntando en sus agendas el 15 de enero de 2010. El que avisa…
Hoy es día de Liblogs, una iniciativa que se nos está desinflando. En ese enlace tienen más información sobre esa iniciativa literario-virtual. ¡Anímense a participar! Tenemos varias citas pendientes, con libros de Ruiz Zafón, Gabriel García Márquez o Jorge Amado, por ejemplo.
Una vez leí, sintiendo vergüenza ajena, las declaraciones de uno de esos escritores que se creen superimportantes. Decía que, cuando vio que un sujeto iba leyendo uno de sus libros en el metro, se deprimió y pensó en dejar de escribir. El buen hombre se mostraba convencido de que era indigno que su libro fuera deglutido en el metro por una persona que, a buen seguro, no se concentraba lo suficiente en esa magna obra en que él había trabajado con denuedo, esfuerzo y sacrificio.
No recuerdo (lo juro) ni el título de la novela ni la identidad del pretencioso autor, pero sí que me pareció un pamplinas, descalificando de esa manera a toda una literatura cuyo fin es hacer agradable algo tan incómodo y molesto como ir a trabajar.
Esos escritores que aspiran a cambiar el mundo con su obra, que se creen tan importantes como para sentirse humillados porque sus libros sean leídos en el metro por los currantes mañaneros, me provocan una mezcla de desprecio y miedo, la verdad. Porque los endiosamientos nunca son buenos. Para nada. En absoluto.
Y de todo ello me acordaba este fin de semana, cuando aproveché un viaje de ida y vuelta a Madrid para leer las apenas 250 páginas de «Tierra firme», de Matilde Asensi, una novela de aventuras, al modo clásico, que se devora en apenas un suspiro.
El viento en las velas de los barcos, los abordajes, naufragios, tesoros, piratas, los gobernadores corruptos y los comerciantes usureros conforman un fresco narrativo muy agradable de leer que, si bien no está llamado a revolucionar la historia de la literatura ni aspira a transformar la sociedad; resulta un estupendo entretenimiento para amenizar un viaje de cerca de 1.000 kilómetros.
Protagonizada por un puñado de personajes nobles y leales, esta novela de buenos y malos, que algunos no dudarían en tildar de maniquea, es un canto a las aventuras de antaño, a los culebrones de piratas y mujeres de mala vida que se reciclan en empresarias de éxito, con un sustrato inequívocamente histórico que sirve para descubrir cómo España, siendo ese Imperio en que no se ponía el sol, se las ingenió para naufragar en el contexto de un mundo mucho más globalizado de lo que podemos imaginar.
Una novela repleta de buenos sentimientos, que trasmite estupendas sensaciones y que, cuando viajas en autobús, te hace sentir que los llanos de la Mancha son el Océano Atlántico y que Puerto Lápice se asemeja a Cartagena de Indias.
A fin de cuentas, el Quijote enloqueció por leer novelas de caballerías ¿no?
¡Imaginación al poder!
Y con «Tierra firme», desde luego, el ambiente huele a salitre, el viento trae ecos de tormentas y tempestades y, mientras dura su lectura, te crees a punto de escuchar ese glorioso tipo de frase:
¡Izad el foque! ¡Arriad las jarcias! ¡Largad todo el trapo y…