La novela picaresca, de acuerdo con esa fuente inagotable de conocimiento que es la Wikipedia, es un subgénero literario narrativo en prosa muy característico de la literatura española. Surgió en los años de transición entre el Renacimiento y el Barroco, durante el llamado Siglo de Oro de las letras españolas.
No vamos a forzar las cosas defendiendo que novelas como el Lazarillo de Tormes o el Guzmán de Alfarache son antecesoras de ese género negro y criminal que tanto nos gusta, pero sí que comparten una misma filosofía: narrar las miserias sociales del momento y contar con pelos y señales lo que pasaba en la calle, haciendo escarnio de los ricos y poderosos.
Los protagonistas de esta modalidad de novela son los llamados pícaros, antihéroes de baja extracción social y provenientes de lo que hoy llamaríamos familias desestructuradas. Delincuentes y maleantes que no dudan en cometer cualquier tropelía en aras de mejorar su fortuna o, al menos, de encontrar un chusco de pan que echarse a una boca en la que no es de extrañar que falte algún diente.
Tras el empacho del ideal caballeresco impuesto por la literatura anterior, con el hidalgo como protagonista de tramas justicieras repletas de heroísmo, el género picaresco baja la literatura a la tierra y, a partir de su realismo a ultranza, se trufa de humor negro, sátira social, naturalismo y un cierto pesimismo existencial: por mucho que haga para mejorar su situación, el pícaro está condenado a ser un nuevo Sísifo. Por alto que parezca subir en la escala social, terminará volviendo a morder el polvo y a chapotear en el barro, golpeado, machado y vilipendiado por las circunstancias.
Epítome de la figura del pícaro fue el Buscón llamado Don Pablos, surgido de la fértil y portentosa imaginación de Don Francisco de Quevedo, cuyas andanzas y desventuras nos contó en una novela esencial que terminaba así: “determiné de pasarme a Indias a ver si, mudando mundo y tierra, mejoraría mi suerte”. Un clásico, eso enviar al protagonista a tierras de posibilidades ilimitadas, en busca de más y mejores aventuras. ¿O desventuras?
Porque Quevedo ponía la siguiente puntilla a su Buscón: “Y fueme peor, como usted verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres”. Una segunda parte que no se publicó… hasta 400 años después de aquella promesa, cuando el guionista de cómic francés Alain Ayroles y el dibujante granadino Juanjo Guarnido retomaron las andanzas de Pablicos por el nuevo continente.
El próximo sábado, 7 de diciembre, a las 18 horas, en la librería Cómic Stores, tendremos a Juanjo Guarnido de vuelta en Granada, para hablarnos sobre la génesis y la ejecución de este auténtico viaje en el tiempo que, cuatro siglos después, nos devuelve a la vida a uno de los personajes esenciales de la literatura picaresca española.
Y es que nos encontramos ante ‘una segunda parte de la Historia de la vida del pícaro llamado Don Pablos de Segovia, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños; inspirada en la primera, tal y como en su tiempo la narrara don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, caballero de la Orden de Santiago y señor de Juan Abad’, tal y como reza la portada de un cómic soberbio, tanto por lo que cuenta por cómo lo cuenta.
Tras un prólogo que enlaza con el final de la novela, el cómic de Ayroles y Guarnido arranca con nuestro Buscón a bordo de la embarcación que lo llevaba a América, en busca de la buena fortuna. Ahí está Pablicos, acompañado de la Grajalita con la que trata de emprender una nueva vida, haciendo trampas con los naipes, para (no) variar.
Arrojado al mar por la iracunda marinería, harta de ser engañada por el pícaro buscavidas, así le escuchamos rezar a nuestro (anti)héroe: “la vida del villano es como yegua penca: uno cree tenerla por las riendas, pero la muy empicada se acula… ¡pensabais hacer esto? Haréis aquello. ¿Queríais ir allá? Es aquí que ella os trae”…
Un aquí bastante poco prometedor, la verdad sea dicha, que la siguiente vez que vemos a Pablicos nos lo encontramos muy desmejorado, macilento y greñudo, con los ojos hundidos en el famélico rostro y unas luengas y piojosas barbas que acreditan lo mal que le ha ido, efectivamente, en su nueva / vieja vida. Detenido, preso y atado a un potro de tortura, el Buscón cuenta su historia, repleta de penalidades… otra vez.
Tras partes tiene este nuevo Buscón: una primera, protagonizada por las picardías del pícaro en el Nuevo Mundo. Una segunda, en forma de viaje. Porque quienes hacían las Américas no se conformaban con su destino y se lanzaban en busca del mítico El Dorado que tantas leyendas ha deparado a lo largo de la historia.
Y está la tercera parte. La parte que deja al lector con la mandíbula desencajada. La parte que hace que te estalle la cabeza y que, nada más cerrar el tebeo y asimilar lo que has leído, lo vuelvas a abrir por la primera página, excitado por volver a empezar. Esta vez más despacio, deteniéndote en los detalles y disfrutando del precioso trenzado que nos regalan Ayroles y Guarnido. Y es que esta continuación del Buscón, sin lugar a dudas, le habría encantado al mismísimo Quevedo. Yo, al menos, me apostaría unos maravedíes…
Compren. Compren ‘El Buscón en las Indias’, publicado por Noma Editorial y léanlo. Poseídos por el ansia viva, la primera vez. De una manera más pausada, reflexiva y juguetona, las siguientes. Entren en el juego de espejos que nos plantean Ayroles al guion, con innumerables referencias a mil y una míticas aventuras de todos los tiempos; y Guarnido a los pinceles. Busquen rostros familiares, guiños inconfundibles, metáforas ocultas. No se arrepentirán.
Jesús Lens