DEL VALOR DE LA EXPERIENCIA A LA IMPORTANCIA DEL TRABAJO EN EQUIPO

Dedicado a mis compañeros de Peñas, Intercajas y deporte.

Porque somos un buen EQUIPO.

 

El titular no fue que «Un equipo de viejunos derrota a la Bestia», pero podría haberlo sido. Perfectamente. Porque la semana pasada, los Boston Celtics ganaron a los Cleveland Cavaliers de LeBron James las semifinales de conferencia de la NBA.

 

– ¿Y a mí, qué? – seguro que os estáis pensando más de uno. Y de una.

 

Pues eso. Que el deporte, aunque a muchos no os guste ni os diga nada, nos da auténticas lecciones de vida, en multitud de ocasiones. Y ésta es una de ellas. Porque Cleveland no sólo tiene en sus filas al mejor jugador de la NBA, un portento físico y técnico… es que, además, terminó la exigente temporada regular clasificado en primer lugar, habiendo ganado más partidos que el resto de sus rivales.

Pero llegaron las eliminatorias, llegaron los tan anhelados como temidos play offs… y los viejunos de Boston les dieron para el pelo a unos Cleveland Cavaliers que perdieron exactamente igual que el año pasado, cuando eran claros favoritos para hacerse con el anillo de campeones. Y eso que en la presente temporada, para ayudar a LeBron, sus directivos habían fichado a otro animal de las canchas, el brutal Shaquille O´Neall.

 

La realidad ha sido que Cleveland ha ganado sus partidos sólo cuando LeBron ha hecho auténticas proezas. Si no… ¡al hoyo! Por ejemplo, en el último partido de su serie contra Boston, aunque La Bestia se marcó el enésimo «triple doble» de la temporada, sus porcentajes fueron bajos. Y Cleveland perdió. Otra vez.

Como tantas veces ha pasado en la historia del baloncesto, tener al mejor jugador no sirve para ganar campeonatos. Contratar al hombre-récord sirve para acumular marcas para la historia, como la de tener en tus filas al jugador más joven en alcanzar los 1.000 puntos en la NBA, recién salido del instituto, el único jugador capaz de destronar a Kobe al alcanzar los 15.000 tantos a los 25 añitos de edad. Pero todo eso son estadísticas y marcas individuales. Nada menos. Pero nada más.

 

De hecho, en cuanto Cleveland cayó eliminado, Kevin Garnett, uno de los puntales de Boston, le aconsejó a LeBron que tuviera los pies en el suelo y que pensara muy bien qué iba a hacer en el futuro inmediato. Que no tomara decisiones en caliente. Ni aceleradas. Y él bien sabe de lo que habla, no en vano, su historia es muy parecida a la de La Bestia, aunque con matices.

Garnett fue el primer hombre en veinte años que saltó del instituto a la liga profesional, sin pasar por la universidad. Fichó por Minnesota por una morterada de dinero (llegó a firmar un contrato de 126 millones de euros por varias temporadas) y se convirtió en una de las estrellas de la NBA, jugador franquicia de un equipo joven que nunca había entrado en los play offs. Gracias a sus prestaciones, Minnesota fue dando pasos hacia delante y creciendo de forma continuada. Garnett fue elegido MVP de la liga, entraba en los quintetos ideales de todos los analistas, fue designado mejor jugador defensivo de varias temporadas y su equipo se clasificó para los play offs… pero prácticamente siempre cayeron en la primera ronda. De hecho, nunca llegaron a jugar siquiera una final de la NBA.

 

La bomba explotó el 31 de julio de 2007. Boston, una franquicia en franca decadencia que llevaba más de veinte años sin disputar una final de la NBA y que vivía anclado en el recuerdo de sus años gloriosos, protagonizados por Larry Bird, Robert Parish o Kevin McHale, fichaba a Garnett. Pero es que un mes antes, el equipo del trébol ya había fichado a otro jugador mayor, otra vieja estrella decadente en su equipo de siempre: Ray Allen. Y había renovado su contrato a Paul Pierce, apodado «La Verdad» -The Truth-, un jugador que, tras varias lesiones, ya había dejado atrás su plenitud física. En teoría…

Partiendo de un Triángulo Mágico de jugadores tan experimentados como veteranos, supervivientes de mil batallas y con un amplio historial de lesiones a sus espaldas, Boston protagonizó una reveladora paradoja: los tres antiguos líderes y superestrellas bajaron en su anotación, disminuyeron sus minutos en cancha, tuvieron menos protagonismo individual y sus estadísticas personales menguaron. Al igual que su caché. Pero el equipo salió fortalecido. Ninguno de sus jugadores solía presentar estadísticas espectaculares después de cada partido, pero fueron ganando eliminatorias, por desgaste de los contrarios. Boston se mostró compacto, duro y rocoso… hasta terminar ganando el anillo de campeones, ese mismo 2008, derrotando a Los Angeles Lakers de Bryan y Gasol, en una apasionante final… de color verde.

Danny Ainge, otro famoso ex jugador del mítico Boston de los ochenta, reconvertido en general manager del equipo, fue saludado como el genio que consiguió el milagro, alabado y felicitado por todos los analistas de la NBA. Un milagro que, tras la eliminación de Cleveland, continúa este 2010.

 

De este tipo de ejemplos hay muchos en la historia del baloncesto. De hecho, hasta que no dejó de meter sistemáticamente cerca de cuarenta puntos por partido, Michael Jordan no ganó el anillo de campeón de la NBA con Chicago Bulls. Sus gestas, anotando más de cincuenta tantos en algunas ocasiones, aquellos mates y aquel derroche de facultades; nos tenían en vilo durante las madrugadas. Pero tuvo que llegar Phil Jackson, el Entrenador Zen, para convencer al genio de que sólo ganaría títulos si, en vez de jugar tan bien él solo, hacía jugar mejor a sus compañeros. Aunque él bajase sus prestaciones. Los resultados: medias de «sólo» veinticinco a treinta puntos por partido… y seis anillos de campeón de la NBA, con una inesperada y sorprendente retirada de por medio, para probar fortuna con el baseball.

 

Pero ésta… ésta es otra historia.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

PD.- Cuando subo estas notas on line, Boston le va ganando por 3 a 0 al Orlando de SúperHoward en la Final de la Conferencia Este y todo hace pensar que estamos abocados a una brutal Finalísima entre el Verde de los Céltics y la Fiebre Amarilla de Los Ángeles.

 

Vuelve el glamour…

 

¡Vivan los Viejunos!

LOS CARPINTEROS & EL BÁSKET

Escribía ayer un artículo sobre la importancia de la experiencia y el trabajo en equipo, tomando como excusa algo tan «banal» como el baloncesto. Lo leía una amiga y me decía que era un rollo, preguntándose/me que a quién le interesa el baloncesto… Mi indignación fue mayúscula, lógicamente. Y miren ustedes, amigos, que hoy me encuentro con esta fascinante obra de arte, «Free basket», de los cubanos que se hacen llamar Los Carpinteros y que ahora mismo exponen en Madrid, en la galería de Ivory Press, su Drama Turquesa.

Sí. Aunque algunos/as raritos/as no lo entiendan… 

 

 

INGLES EN GRANADA

No. La columna de hoy viernes de IDEAL no es (sólo) sobre baloncesto…

 

Desde el partido de presentación del CeBé Granada, mi hermano y yo le llamamos Bob, el Inglés, recordando al personaje que Richard Harris interpretara en la memorable «Sin perdón», un famoso pistolero que recalaba en Big Whisky para cumplir un encargo que terminaría por demostrarse harto complicado…

 

Bob, el Inglés.
Bob, el Inglés.

Rubio y letal, Ingles es un tirador excepcional y su muñeca prodigiosa le valió, la pasada semana, alzarse con el MVP de la jornada de la ACB de baloncesto. Pero si hacemos referencia al bueno de Joe en esta columna, más allá de por su indudable calidad baloncestística -entonces tendríamos que hablar de «Pata Negra» Aguilar, de las carreras de Gianella «Gacela de la Pampa» o de los solos de Hendrix dentro de la zona- es por su actitud en la cancha.

 Joe Ingles

Nada más empezar el partido, el pasado domingo, Ingles le clavó un triple a su defensor. En la cara. Lo que los norteamericanos, tan dados a los eufemismos sonoros, llaman «in your face». Unos instantes después, le metió otro. Limpio. Y en ambas ocasiones, mientras volvía para defender, Ingles le miraba con todo descaro, retándole, buscándole la boca.

 

Precisamente, esa agresiva actitud le ha costado a Ingles alguna crítica y censura en otros partidos. Y es que el australiano no se achanta ni se deja avasallar por nadie, sean rivales, árbitros o el público contrario, encarándose con cualquiera, aunque le saque una cabeza y pese treinta kilos más que él.

 Si hay que sacar los codos, se sacan

Y a mí, personalmente, me encanta esa actitud. Acostumbrados como estamos los granadinos a que nos ninguneen en todos los foros y a que nuestros dirigentes sean mayormente unos pintamonas, siempre achantándose ante los poderes sevillanos y madrileños, da gusto ver al aussie, vestido con los colores nazaríes, sacando pecho y peleando por lo que cree justo y necesario.

 

Porque, además de peleón, Joe se parte el pecho en cada partido, dejándose la piel en todos y cada uno de los minutos que está en cancha, aunando calidad, voluntad y disposición. Lo que siempre se ha dicho que deben tener las personas grandes: aptitud y actitud, algo a lo que, por desgracia, estamos muy poco acostumbrados por estos lares.

 

¿Dr. Ingles y Mr. Hyde?
¿Dr. Ingles y Mr. Hyde?

¡Ojalá hubiera más Ingleses en otros ámbitos de la vida granadina! Porque su actitud rocosa y peleona no significa que no sea un exquisito deportista, sin maldad alguna en sus acciones. Un tipo que va de cara y al que se le ve venir… aunque después resulte letal en sus acciones. Es lo que caracteriza a la gente valiosa: no necesitan utilizar tretas falsarias ni arteras artimañas para ser los mejores. A base de entrenamiento, trabajo duro, compromiso, actitud e ilusión, son capaces de cargarse todo un equipo a las espaldas. Por eso, en los momentos en que las cosas no les salen bien, que siempre llegan, siguen contando con el cariño y el beneplácito de un público que admira su arrojo, descaro y valentía.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

BALONCESTO & PATRONATO

La columna de hoy de IDEAL, sobre esa pasión de un servidor, que nos llevó hasta a encargar un cuadro… EL cuadro… ESTE cuadro… y está dedicado a todos mis compis de Peñas baloncestísticas, presentes, pasadas y esperemos que futuras 😉

 

Jugar el Torneo del Patronato Municipal de Deportes de baloncesto es como apuntarte al Facebook, pero en versión activa, deportiva, divertida y físicamente interactiva.

 

El pasado domingo teníamos que jugar a las doce de la mañana. Entré en el flamante pabellón Federico García Lorca y, hablando con Pedro, en el centro de la cancha, estaba Adolfo, un compañero de estudios al que había perdido la pista hace muchos, muchos años. Era el árbitro del partido.

 

Saludos, puesta al día, guiños al pasado, bromas, risas… hasta que llegó el momento de jugar. Entraron los rivales a la cancha y un tremendo tipo con fiero aspecto de guerrero vikingo también saludó afectuosamente a Pedro, que habían jugado juntos en Almuñécar.

 

Me encanta el baloncesto. Imagino que en todos los deportes se darán este tipo de reencuentros, pero el mío es el deporte de la canasta. Adoro la mística que lo envuelve, desde que los mayas lo inventaran en su versión mágica más primitiva, llamándolo sencillamente «Juego de Pelota». Y disfruto con la enorme variedad de situaciones que posibilita, su versatilidad: tiros lejanos, cercanos, penetraciones, mates, driblings… Algunos jugadores se pirran por los triples. Otros, por los mates. Álvaro, por ejemplo, sostiene que un buen pase, en forma de asistencia, hace feliz a dos personas: el que la da y el que anota la canasta.

 

A mí, personalmente, me gustan los rebotes. Sobre todo, los de ataque. Me gusta fajarme en la pintura y coger ese balón loco y libre que vuela por el aire. Es una sensación zen, la de ir en busca de la bola que todos quieren capturar y que sólo puede caer en unas manos: bloquear, medir el tiempo, saltar, atenazar el cuero, rematar la jugada o sacar un contraataque…

 

Enormes amigos he hecho gracias al baloncesto. Amistades forjadas en torno a una afición común que implica compromiso, esfuerzo, sudor, diversión, lesiones, viajes y que, como en el Facebook, sirve para conocer gente nueva, sea en las peñas, en los Intercajas de baloncesto (como ese «bilbaíno» de la BBK, descubierto en Cornellá y que, paradójicamente, vive en Armilla y trabaja en Motril) o en el propio torneo del Patronato, que nos quedamos con la curiosidad de saber qué garitos frecuentan contrincantes como esos duros y aguerridos «The Chosen One», cuyo aspecto se asemejaba al de unos temibles Ángeles del Infierno, larguísimas melenas al viento y tatuajes por doquier y que, sin embargo, no sólo eran unos caballeros en la cancha sino que ponían fuego y tensión a cada minuto del juego, espoleándose y animándose con cada buena jugada que hacían.

 

Así que, por mucho que el Facebook, el Tuenti y demás redes sociales estén tan de moda, nunca olvidemos que el cuerpo a cuerpo, el tú a tú y el boca – oreja siguen siendo las mejores fórmulas para relacionarse, sea dentro de una cancha o junto a la barra de un bar.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.