Mi columna de hoy en IDEAL habla de esas cosillas, llámenle inconvenientes, si quieren, que supone vivir en una gran ciudad. O mediana, como es el caso de Granada.
El caso es que comprendo perfectamente a los representantes vecinales de la zona del Zaidín-Campus, cuando se temen que el hipotético y bautizado como “contenedor cultural o de ocio”, también llamado “espacio escénico” o “lugar para la celebración de espectáculos y conciertos de gran capacidad”; termine siendo un contenedor, efectivamente, pero de botellones.
Lo comprendo, pero no comparto su negativa a hablar del tema. Porque vivir en una ciudad, es lo que tiene. Sobre todo, vivir en una ciudad universitaria que acoge a decenas de miles de estudiantes. Que algo tendrán que hacer, las criaturas, para divertirse y pasarlo bien.
Como escribía hace unas semanas, nos hemos pasado los últimos años criticando el Botellódromo como fracaso colectivo a la hora de ofrecer alternativas de ocio a los jóvenes y, ahora que se plantean diferentes opciones, no queremos las posibles molestias que inevitablemente conllevarán. Y eso no puede ser.
Que el Zaidín disponga de un nuevo espacio cultural que albergue conciertos y actuaciones debería ser saludado como una gran oportunidad para el barrio, siempre que se controle que, efectivamente, ese sea el uso que se le dé, no permitiendo que se convierta en un nuevo abrevadero encubierto.
Y habrá que estar pendientes de la cuestión de los horarios, por supuesto, una de las grandes lacras de esta sociedad nuestra, acostumbrada a que la cultura y el ocio alternativos deban adentrarse en lo más oscuro de la madrugada.
Por lo demás, bienvenidas sean estas estas ideas para dotar de contenido cultural algunas noches de los fines de semana. Bienvenida, también, la iniciativa de “vestir” la Zona Norte de Granada con áreas para skate o un anfiteatro que acoja actividades diversas y variopintas.
Las ciudades son espacios vivos que albergan a decenas de miles de ciudadanos que, además de respirar, beber, comer y ver la televisión; tienen otras inquietudes. O deberían tenerlas. Espacios de convivencia en los que deben caber las procesiones de Semana Santa, los conciertos, las terrazas de los bares y los partidos de fútbol.
Tenemos la suerte de vivir en una ciudad mediterránea con todo lo que ello implica: luz, sol y calor que favorecen las actividades al aire libre, salir a la calle, darle patadas a un balón y disfrutar de un cielo estrellado. Lo contrario sería demasiado parecido a la paz y el silencio que reina en los camposantos. Y tampoco se trata de eso, ¿verdad?
Jesús Lens