LÍBANO: NIEVE & AGUA

Hoy he vuelto a recuperar esa pasión por la montaña que durante tanto tiempo me acompañó. No sé si será pasajera o no, pero en lo alto del Monte Líbano sentí de nuevo la pulsión por la naturaleza y los espacios abiertos, apenas asomado al pequeño bosque de cedros que el país mantiene como reserva ya que los cientos de miles de árboles que son consustanciales a esta zona han desaparecido, no en vano, ya los egipcios comerciaban con los cedros del Líbanos y los fenicios consiguieron abrir sus rutas comerciales marítimas utilizando el mismo noble material.

 

Es decir, que ver un cedro del Líbano en el Líbano es un lujo. Sobre todo, cuando se trata de ejemplares milenarios de decenas de metros de largo… y de ancho, como los que hemos tenido el privilegio de ver hoy. Pero si, además, los ves enteramente cubiertos de nieve, las sensaciones se multiplican.

 

Adoro la nieve. Y cuando salía a la Sierra, pocas experiencias más estimulantes y sobresalientes que las excursiones por paisajes nevados. Paisajes nevados y, sobre todo, nevando. Y con ventisca. Siempre me han gustado las condiciones atmosféricas extremas. Por eso, volver a sentir el crujir de la nieve bajo los pies, mientras la cabeza se me iba tornando blanca, sintiendo el frío en la cara… no sé. Experiencias sensoriales muy fuertes, como sentir el sonido del viento entre los árboles. Y de repente lo vi claro: hay que volver a las montañas nevadas, máxime en un año de nieves como el que estamos disfrutando en Granada.

 

Daniel y Jose se han comprado unas matas de cedro. Yo no me atreví, que soy muy torpe y descuidado. Me compré una cuñita de madera con la forma del cedro de la bandera libanesa y me lo hice grabar a fuego por el vendedor. Sencillamente: Cedros del Líbano, debe poner. Lo suficiente para recordar un momento de una belleza conmovedora para alguien que fue un gran montañero y que, por un rato, volvió a sentir aquellas sensaciones que tanto le aportaron durante tanto tiempo.

 

Además, en esta zona nació Khalil Gibrain, escritor, poeta y pintor libanés del que alguna vez hemos hablado y que tiene cuentos como «Las dos ciudades», que esta mañana me regaló Yazmina y que les he dejado en una entrada anterior, a modo de optimista presente de Año Nuevo para todos. No es de extrañar que, habiendo nacido en este Wadi tan impresionante, Gibrán se convirtiera en un poeta místico y simbólico de tanta trascendencia.

 

Y, lo que son las cosas. En apenas dos o tres horas, estábamos a orillas del Mediterráneo, en la mítica ciudad de Byblos, cuyo enlace cultural ponemos en rojo y de la que sí me gustaría destacar su etimología, preciosa, al significar «Libros» en griego. Y otra cosa: citada por la Biblia como ciudad más antigua de la humanidad, lo sea o no lo sea, la realidad de la misma es que es antiquísima y si la historia de la humanidad comienza cuando el hombre empezó a escribir; estamos en la cuna de la Humanidad tal y como la conocemos. O nos gusta conocer.

 

Y por eso me gustaron tanto las estelas de «El Nido del Perro», un saliente de la montaña, situado a orillas de Beirut. Al cortar el camino hacia la ciudad, la leyenda cuenta que quién lo dominaba, dominaba toda la zona y, por tanto, al rendirlo, los generales y monarcas comenzaron a dejar sus estelas victoriosas, acreditando la grandeza de sus conquistas. Hay estelas de reyes asirios, de Ramsés II, de generales griegos y romanos y, después, de Napoleón y de los ingleses y franceses de las Guerras Mundiales. Hasta las más recientes, de las guerras del Oriente próximo.

 

Porque estamos en una zona de extraordinaria belleza, pero también extremadamente dura y violenta. Por eso, cuando Jorge me pregunta por la gente, me cuesta trabajo responderle. Cortés y exquisita en el primer trato, es casi imposible entablar charla y relación más allá de lo puramente comercial. Porque aquí, de política, no se habla. De hecho, tenemos un pacto tácito entre nosotros de no pronunciar en voz alta nombres como «Israel» o el del presidente asesinado de Siria. ¿Saben que, a la entrada a Siria, si en la solicitud de visado pones «Periodista», te echan para atrás y no puedes entrar?

 

No. Aquí puedes comprar y vender, reír y bromear. Pero la política es otra cosa muy distinta. Nada que hacer con ella.

 

Y así llegamos al final de año, que celebraré en Beirut, con la panda de este viaje. Es decir, los dos Josés, Lilian y su amiga de Barcelona y, por supuesto, Daniel. Hemos reservado en una fiesta tradicional, con los entrantes de la cena primero, el champán y los besos y abrazos después; el resto de la cena a continuación y, por último, copas.

 

Mañana espero seguir aquí, dignamente, contándoos cosas de mi viaje. Aunque sea con resaca.

 

A todos, muchas gracias por vuestra fidelidad, muchas felicidades y el deseo y la confianza de que 2009 será pródigo en experiencias enriquecedoras y placenteras.

 

Os quiere,

 

Jesús Lens.   

LÍBANO CONFUSO: BAALBEK & TRIPOLI

A ver. Estoy en un hotel-refugio de montaña cerca de lo más alto del Monte Líbano, donde dormimos con la intención de, mañana temprano, salir a ver los famosos cedros que forman parte del imaginario libanés hasta el punto de haberlo incorporado a su bandera.

 

Mi panda de amigos andan dando una vuelta, pero yo estoy cansado y me apetece un rato de relax antes de la cena. Además, el sawharma de pollo que me comí hace un rato no me ha terminado de caer bien y estoy purgando los efectos del severo cambio de dieta, siempre atractivo y sugerente, pero con efectos colaterales indudables en forma de digestiones complicadas y tripas con tendencia a soltarse.

 

Hoy, el día ha tenido dos focos de interés: Baalbek y Trípoli. Si os parece, dejo un par de enlaces sobre cada lugar para que os hagáis una idea de la historia del Templo de Júpiter, el más grande jamás construido por los romanos y también del castillo que los cruzados construyeron en Trípoli, nada que ver con la capital libia, que conste.

 

Dicho lo cuál, a mí me gustaría hablar de la extraña mezcla de sensaciones que tengo al estar haciendo turismo en una de las zonas más calientes del mundo, bélicamente hablando. Ayer dormimos en uno de esos hoteles que a tanta gente ponen de los nervios. El Palmira, construido en el siglo XIX, es más viejo que Carracuca por cuyos han pasado jefes de estado, artistas y viajeros de todo el mundo. De De Gaulle a Jean Cocteau. De hecho, y esto le gustará a Antonio, El Padrino, en la Primera Guerra Mundial fue cuartel general de los alemanes y, en la II, albergó a los ingleses.

 

Un hotel, por tanto, cargado de historia y, por supuesto, frío, incómodo y desapacible. Frente a las ruinas de Baalbek, desde su terraza se ven los restos romanos. Además, enclavado en el corazón del chiísmo más duro, feudo de Hezbolá, el Partido de Dios, cuyo símbolo incorpora una metralleta, para dejar claras las cosas.

 

No podemos visitar la mezquita chiíta del lugar, de clara inspiración iraní, hermosamente decorada. Es peligroso. El líder de Hezbolá ha llamado públicamente a una tercera Intifada e Israel amenaza al Líbano una vez termine su trabajo con Gaza. ¿Y que hacemos nosotros? Cenar y, después, pasar a un pequeño bar donde algunos nos tomamos unos vodkas y whiskies, hablando de nuestras vidas, riendo y contando historias.

 

Por la mañana, tenemos las ruinas de Baalbek para nosotros solos. Y para una pareja francesa que está allí con sus tres niños, el mayor de los cuáles no tendría más de seis años. Ni el gato, hay aquí. Lógico. ¿A quién se le ocurre? Y podemos disfrutar de una visita maravillosamente relajada, tranquila e ilustrativa. Me recreo en el paisaje, en el viento helado, gozando con las columnas más altas que los Romanos instalaron en todo su feudo. Aprendo de la sabiduría de Daniel y paseo, solo, por un recinto milenario cargado de historia y simbología, no en vano, el templo se sitúa sobre otro anterior, dedicado al mítico y sugestivo dios Baal.

 

Y, mientras, los amigos me preguntan que cómo está todo. Que las noticias son preocupantes y que están alarmados por mí. Y yo, sintiendo las emanaciones de fuerza que vienen de los templos del Sol, del fastuoso Templo de Baco, cuyos muros tantas cosas deben haber visto. Y el Templo de Venus… primero de rezaba y se purificaba, luego se bebía y se tomaban drogas, y después de folgaba. Cada templo cumplía su papel. Y el de Baco, realmente de Hermes, estaba consagrado al Dios de los comerciantes… y los viajeros.

 

Trasponemos, después, hasta Trípoli, otra ciudad problemática ya que es cuna del fundamentalismo sunní. La carretera está llena de controles militares y, cuando llegamos al castillo de los cruzados de la ciudad libanesa, nos lo encontramos toado por los propios militares. Hay dos tanquetas en la puerta, sacos terreros y decenas de soldados fuertemente armados, mirando al horizonte, por los cuatro puntos cardinales. ¿No habían terminado ya las cruzadas?

 

En ese ambiente, hacemos una visita histórica y turística de lo más singular. Los militares parecen pensar «¿Qué coño harán estos aquí?», pero nos dejaban que les hiciéramos fotos. Sin problema. Y mientras paseamos por el mercado medieval de Trípoli, como congelado en el tiempo, abigarrado, fascinante, bullicioso… vemos cómo las televisiones muestran los muertos provocados por los bombardeos israelíes y cómo los clérigos clamas venganza. Las radios repiten esos mensajes, pero cuando paramos a comprar unos shawarmas para almorzar, los chavales se desviven por hacerlos a nuestro gusto, nos dan la bienvenida al Líbano, se alegran de tenernos allá y nos acompañan gentilmente a comprar agua.

 

Y, después, camino del Monte Líbano, más soldados copan las calles. Y aquí cenamos, nos fumamos una shisha y nos contamos nuestras vidas. Mañana visitamos los cedros y la ciudad de Byblos. Y llegamos a Beirut, para celebrar la Nochevieja. Ésas son nuestras preocupaciones. Y las de buena parte de quienes leéis esto.

 

Sí. El mundo está loco. Y cuando estamos aquí, parece más surrealista, absurdo y anacrónico. Y estúpido. Pero es lo que hay. Unos gozamos de los paisajes, la historia, la cultura… otros mueren. A un puñado de kilómetros.

 

¿Entienden que esté un poco confuso y que el tabaco de manzana de la shisha nada tenga que ver con ello?

 

Hesh al-Lens, perplejo y descolocado, en Oriente Medio.    

ESTAMBUL. EN TRÁNSITO

Es raro, estar en Estambul, y no salir de los estrechos márgenes de su aeropuerto, con lo que he soñado, recordado y escrito sobre esta ciudad. Estambul, antigua Constantinopla y más antigua aún, Bizancio; la ciudad deseada por el mundo, cuya historia, «Historia de tres ciudades», escribí para el prólogo del libro de De Amicis, publicado por la editorial granadina Almed y que les recomiendo vivamente. No por el prólogo (que también 😉 sino porque el libro de De Amicis es una maravilla que se lee como una novela, y la edición de Almed es de la que te hacen disfrutar con el tacto de cada página del libro.

 

Me quedan en este aeropuerto más horas que las que este portátil antediluviano tiene de batería. Así que contesto a los comentarios de este blog y, me temo, echo nuevamente el cierre.

 

Dos veces he estado en Estambul. Pero sé que a esta ciudad, que es un mundo en sí misma, le debo más visitas. Estambul, puente entre oriente y occidente, es embrujadora, adictiva, admirable. Santa Sofía, Suleymán, el Bósforo, los barcos, el Cuerno de Oro, sus palacios, los ferrys para las islas, la mezcla de lo moderno y lo tradicional, las leyendas…

 

Ganas dan de echarse a las calles, aunque sea por tres o cuatro horas. Pero no me atrevo. El tráfico, la noche, la lluvia… a las 23.30 sale mi avión y no es cuestión de tentar a la suerte.

 

No sabía si traerme el ordenador. Pensé en no traer siquiera el teléfono. Pero está bien mantener esta conexión. Mientras se viaja solo, ayuda. Ya terminé de leer la estupenda y muy recomendable «Kickboxing en Nirvana», a cuyo autor le hice una entrevista por mail que aún no he visto cómo salió, para nuestros amigos de Novelpol. Christopher G. Moore, un tipo de lo más interesante que, esperamos, andará por Semana Negra este año.

 

Y ahora me he pasado a la nueva, novísima novela de Carlos Salem. Que comienza con la siguiente cita, mexicana y corrida:

 

Yo sé bien que estoy afuera,

pero el día en que me muera

vas a tener que llorar.

Llorar y llorar.

Llorar y llorar.

Dirás que no me quisiste,

pero vas a estar muy triste

y así te vas a quedar.

 

¡Ay! Tremenda curda, aquella tarde, en Puebla, escuchando a los mariachis, bebiendo tequila, deambulando por aquellas calles. ¡Sigo siendo el rey!

 

¿Seguro? Jajajajaja. Buena canción para acompañar este viaje.

 

Me gusta el follón de los aeropuertos. Al menos, cuando no tengo prisa. Uno de esos «no lugares» fascinantes en sí mismos. Tanto que, una vez, escribí un relato radicado en el aeropuerto de Rotterdam, un lugar en el que se puede pasar un estupendo fin de semana de vacaciones. Si llevas pasta claro. Que me acaban de pulir cuatro euros (4 €) por una tónica.

 

De momento, sigo solo. En teoría, desde Madrid viajan tres personas que harán mi mismo recorrido, según me dijo Daniel esta mañana, con quién hablé un rato. Que va a hacer frío. Mucho frío. Que me prepare para la nieve. Imagino que en la zona de los bosques de cedros, no en el Mediterráneo. Supongo.

 

Por cierto, estuve buscando «El contador de historias», del escritor libanés Rabih Alameddine, publicado por Lumen, tras hojear ayer el extraordinario reportaje que le hacía Toni Iturbe en la revista Qué leer. No lo he encontrado. Es una especie de «Las mil y una noches», a caballo entre el Beirut moderno y el legendario, con decenas de historias trenzadas, en el tiempo y en el espacio. A la vuelta, ha de ser uno de esos tesoros bibliográficos que encontrar, de todas, todas.

 

Pero como la casualidad existe, después de que mi Alter Ego, José Antonio Flores, glosase las virtudes de Haruki Murakami, en el mismo «Qué leer» leí una estupenda entrevista con el autor. Y, hablando esta mañana con una de esas amigas tan necesarias como ya añoradas, me decía: «Lens, tenías que haberte llevado el libro de relatos de Murakami a tu viaje.» Así que me hice con el Tokio Blues, que no encontré los cuentos. Pero Murakami será una de mis referencias para 2009. Así que me lo dejo pendiente hasta comerme las uvas.

 

A ver, de admiten apuestas. ¿Cuál era el autor estrella en el avión de Madrid a Estambul, llegando a contar hasta a tres lectores con uno de sus títulos? Es sueco, para más pistas, y ha sido el fenómeno, la revelación del año. Por supuesto. Es Larsson.     

 

Perdonen por esta larga parrafada, pero no he tenido tiempo de hacerla más corta.

 

Reciban un cordial abrazo… ¡qué demonios! Reciban un besazo de este Jesús Lens en tránsito, contento por estar de viaje, pero que les echa de menos.

 

Estambul. 26 de diciembre de 2008.