Es una palabra fea. Resiliencia. No sé si habría otra que sirviera para explicar el concepto, pero cada vez que la oigo me acuerdo de Mayra Gómez Kemp y el ‘Un, dos, tres’: Loli y Andrés, amigos y resilientes en Granada.
Pedro Sánchez, que ya escribió su particular ‘Manual de resistencia’, acaba de presentar el llamado ‘Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia’, todo así, con mayúsculas. Y menudo barullo, oigan.
Se supone que el Plan es el instrumento a través del que se ejecutarán las ayudas europeas por la pandemia, resumiéndolo mucho. Lo de recuperación y transformación es más fácil de entender. Lo de la resiliencia requiere algo más de atención. De acuerdo a la interpretación del término que le da su creador, el neuropsiquiatra y psicoanalista Boris Cyrulnik, se define como la capacidad de los seres humanos sometidos a los efectos de una adversidad, de superarla e incluso salir fortalecidos de la situación.
La resiliencia, por tanto, es más, mucho más que resistir los embates de la vida o que adaptarse al cambio. Para que haga su aparición en escena son necesarios dolor, trauma y sufrimiento. De ahí que, para mi gusto, se hable demasiado alegremente de ella en los discursos buenistas tipo autoayuda. Cuando oigo lo de ‘tiene que ser resiliente’, así como consejo, se me eriza el vello. Para desarrollar dicha capacidad es necesario que te vapuleen. Como si fuéramos sacos de boxeo. ¿Debemos de asumir, por tanto, que nos van a estar sacudiendo como a una estera de aquí en adelante?
Desde un punto de vista meramente físico, la segunda cualidad de esta propiedad permite que el cuerpo resiliente, una vez sometido a la fuerza, vuelve a su estado primigenio, sin acusar desgaste. Para Cyrulnik, yendo un poco más allá, las personas más resilientes son las que salen incluso fortalecidas de una situación traumática. El clásico ‘lo que no te mata te hace más fuerte’ de Nietzsche, o sea.
Ojito, no se nos vaya a ir de las manos el concepto, que esto de las bondades de sufrir para ser mejores personas nos retrotrae a épocas felizmente dejadas atrás. ‘No pain, no gain’, defienden los deportistas. Y no les falta razón. Sin dolor no hay mejora. Una frase pistonuda a la hora de salir a entrenar sin ganas. Pero, insisto, cuidadín con convertir la vida en una sufrida y exigente competición. Recuerden que, para que ganen unos pocos elegidos, son muchos más quienes deben perder.
Jesús Lens