Imaginen que el próximo viernes por la noche llega la policía municipal, cierra a cal y canto todos los gastrobares, pijobares, bares de copas y hasta los bares normales y corrientes de la calle Ganivet, por ejemplo. Y que a los clientes les sugieren, amablemente, que ya está bien de soplar vino, cerveza y otras bebidas espirituosas. Que mejor se vayan a las Pasiegas a bailar salsa o a la explanada del Palacio de los Deportes, a tirar con arco. ¿Qué piensan ustedes que pasaría?
No. No estoy comparando el Botellón con tomarse unas cañas y unas tapas en un bar. Ni siquiera con tomarse unos cacharros en una terraza que paga escrupulosamente sus tasas y tributos. Y a ello dedico mi columna de hoy de IDEAL.
Lo que digo es que a la gente le gusta juntarse. Y beber. Tomarse algo, que le decimos aquí. Inveterada costumbre en Granada, en el resto de España, en la China y hasta en la Antártida. Y más, los fines de semana. Costumbre que no tiene nada de malo, dentro de un orden. Y, a veces, hasta dentro de un desorden. Mesurado. ¡Incluso desmesurado, de cuando en vez y esporádicamente! Ustedes me entienden.
No sé qué iniciativas estará preparando el Ayuntamiento de cara al próximo fin de semana, para entretener a la chavalería a la que se le ha cerrado el Botellón, pero no lo va a tener fácil.
Ojo, que me parece muy bien y es un imprescindible ejercicio de responsabilidad por parte de los poderes públicos, ofrecer alternativas de ocio lúdico, cultural, deportivo y recreativo para las noches de los fines de semana. Lo es ahora que ha cerrado el Botellódromo y lo era antes, cuando parecía que no había más opción que darle al frasco, si eras joven en Granada.
Pero, insisto, no le pidamos a los jóvenes lo que la mayoría de nosotros jamás haríamos. Que juntarse con los amigos para compartir cañas, vinos y copas es un extraordinario ejercicio y una sana costumbre.
La respuesta sobre cómo armonizar el ocio de los jóvenes con el descanso de los vecinos la tiene el sector al nunca debió de hurtársele: el de la hostelería. Ojalá que la gente de nuestros bares, garitos y locales de copas sepa cómo atender a una juventud precarizada y de recursos limitados con ganas de divertirse y pasarlo bien. A fin de cuentas, es su negocio.
Jesús Lens