Si veis la encuestas de la Margen Derecha, preguntábamos por nuestra identidad, de cara a posicionarnos para este artículo.
Que usted y yo, querido lector, no somos apenas nada, lo tenemos claro. O deberíamos. Nos pongamos como nos pongamos, no pintamos un pimiento ni en el concierto internacional, ni en el nacional, regional o local. Ojo, ni usted, ni yo… ni el alcalde, el presidente autonómico o el líder de la oposición. Aquí ya no pinta nada nadie.
No vamos a utilizar el recurso fácil de cargar contra ZP, cuya ceja enarcada es ejemplo en todas las escuelas de póker del mundo de cómo la suerte y las rachas siempre se terminan acabando. Pensemos en un tipo como Trichet. A Trichet, ese halo de Gandalf malévolo y gamberrote le viene dado, única y circunstancialmente, por ser presidente del Banco Europeo, que puede sonar a cargo muy importante, pero que, como el ejemplo de Strauss Kahn ha puesto de manifiesto, es tan voluble y sujeto a una caducidad tan fugaz que ni la mayonesa fuera del frigorífico. Y después, ¿qué? A dar conferencias y jugar al golf.
¡Si el mismísimo Obama lleva envainándosela una y otra vez desde que llegó a la Casa Blanca, hace ya tres años! Qué risa, cuando él y tantos otros pensábamos que, por fin, la política iba a embridar y meter en vereda a los mercados, los activos tóxicos, la prima de riesgo y las hipotecas basura.
Lo siento, pero he perdido cualquier esperanza en la persona, en el ser humano. A la contra, yo solo creo en el consumidor, en su tarjeta de crédito y en su capacidad de compra. De ahí que esta columna empezara diciendo que no somos “apenas nada”.
¿Quién manda en el mundo? ¿Quién gobierna, en realidad, nuestra vida? Las empresas. ¿De qué viven los mercados? Sean grandes, medianas o pequeñas, el mundo es de las empresas: todo gira en torno a ellas, siendo sus consejos de administración los que toman las decisiones que marcan el día a día de nuestra existencia, desde el precio del periódico a la calidad del café mañanero con que acompañamos su lectura.
Y ahí, como consumidores, sí tenemos mucho que decir. Y que exigir. Lo que habitualmente se nos hurta como ciudadanos, se nos concede como clientes. Desde el añorado “el cliente siempre tiene la razón” a las vetustas hojas de reclamación, en sus adaptaciones virtuales al siglo XXI. Si alguna utilidad pueden tener la implosión de las redes sociales y su imparable desarrollo es para, como consumidores y clientes, estar en condiciones de exigir comportamientos éticos, responsables y comprometidos a las empresas que dependen de nosotros para sobrevivir.