ARS MÁGICA

Comienza esta apasionante novela de Nerea Riesco con una cita de Paracelso que, por supuesto, mi amigo Miguel Puga, el famoso MagoMigue, conocerá y seguro que suscribiría, con alegría y alborozo:

“La magia es sabiduría, es el empleo consciente de las fuerzas espirituales para la obtención de fenómenos visibles o tangibles, reales o ilusorios, en el uso bienhechor del poder de la voluntad, del amor y de la imaginación. Es la fuerza más poderosa del espíritu humano empleada en el bien. La magia no es brujería”.

A partir de este discurso, Nerea nos conduce por un universo entre lo mítico, lo mágico y lo mitológico, a través de las tierras del norte de España que, a principios del siglo XVII, sufrían una especie de plaga o epidemia muy especiales: plaga de brujería. Y para luchar ella, para pelear de tú a tú contra las fuerzas del Maligno, la Santa Inquisición envió a uno de sus hombres más sagaces y, también, uno de los más crueles y taimados: Alonso de Salazar y Frías.

O, al menos, esa es su fama, es lo que parece…

Y, sin embargo, si hay una lección de podemos sacar de la lectura de “Ars Mágica” es que las apariencias engañan. Y mucho. Nada es lo que parece. El ojo te traiciona y la sugestión colectiva puede ser abrasadora, en el más estricto sentido de la expresión. ¿Quién no ha oído hablar de los famosos akelarres? ¿Qué se hacía en ellos? ¿Quiénes los protagonizaban? ¿Qué se pretendía con su celebración?

El culto a la Madre Tierra, Mari, que ahora está en la base de tanto credo ecologista y New Age, seguía muy vivo en la España católica del XVII, en las zonas rurales.

Las curanderas, que lo sabían todo sobre las hierbas, emplastos y cataplasmas, eran miradas con recelo por los médicos de carrera.

Y los hombres querían seguir imponiendo su machismo recalcitrante a toda costa y en todas las situaciones.

La ecuación, así planteada, es fácil de despejar: todas brujas (*) y, por tanto, ¡a la hoguera con ellas!

Y de paso, con el vecino de enfrente, cuyas tierras son mejores que las mías. O con el vecino de al lado, que me robó a la moza cuando éramos jóvenes. Terror, delación, miedo, envidia, avaricia, ignorancia… cuanto más se preocupen los hombres del demonio y sus obras, menos lo harán de cosas terrenas y mundanas, como el Gobierno, por ejemplo. U otras naderías por el estilo.

La estructura con que Nerea Riesco ha construido esta fascinante “Ars Mágica” contribuye a darle una fuerza singular a una narración prodigiosa. Fantasía y realidad, magia y ciencia, superstición y raciocinio… el haz y el envés de la existencia, conviviendo en cada capítulo. ¿Es magia lo que hace la pequeña Mayo, cuando cura una enfermedad? ¿Es brujería lo que le pasa a Íñigo, el novicio de acompaña a Salazar?

Y, sobre todo, ¿existe realmente el demonio?

Mientras leía la novela, escribí en mi Twitter que si tuviera que definir “Ars Mágica” en una sola frase, lo haría así: “Es como “El nombre de la rosa”, pero sin buena parte de lo más abstruso, pesado e infumable de “El nombre de la rosa”.

¡Ojo! La novela de Nerea tiene entidad propia y no necesita de comparación alguna para salir airosa, pero lo mejor de la novela de Eco: la relación del maestro con el discípulo y las tentaciones carnales de éste con un ser extraño que surge de la nada, están ahí, junto a la explicación racional de ciertos hechos sólo supuestamente irracionales.

Y tenemos que reivindicar, por supuesto, los exquisitos paisajes que Nerea nos describe con tanto mimo y cariño en una novela doblemente mágica, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Ese norte de España tan evocador, de Logroño a San Sebastián, pasando por Fuenterrabía y, por supuesto, entrando en Zugarramurdi y sus famosas cuevas.

¿Qué fue la Inquisición? ¿Cómo actuaba y qué perseguía? ¿Quién se valía de ella y para qué?

A estas y a otras muchas preguntas da respuesta “Ars Mágica”. A través de cada una de sus páginas, la prodigiosa prosa de Nerea, su musicalidad y su cadencia te transportan a una España lejana, contradictoria y apasionante, de la que, en pleno siglo XXI, todavía formamos parte.

Porque somos parte de lo que fuimos. Y seremos parte de lo que somos. Y Nerea, con novelas como “Ars Mágica” o ESTA, “El elefante de marfil”, nos ayuda a descubrirlo.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

(*) Según una encuesta, todo lo fiable que pueden ser las encuestas, el 31% de los norteamericanos creen, hoy en día, en la existencia de brujas. El 31%. Y ya sabemos qué dados son los yanquis a la Caza de Brujas, cuando se ponen. Por no hablar del efecto contagio y rebote que cualquier sandez gringa tiene a todo lo ancho y lo largo del globo…