La Huaca lo es todo. Y yo no lo sabía. ¡Qué ignorante!
La Huaca.
Estaba en Perú, en mitad de ese periplo que me reconcilió con los largos, intensos y viajes lejanos. Estábamos en lo más hondo del Valle Sagrado, hablando sobre los Incas y sus costumbres, genealogía, cosmogonía… y fue la primera vez que oí la palabra: huaqueros.
Esa misma noche, con unos piscos, me interesé por los huaqueros. Y me informaron:
– Los huaqueros son los saqueadores de tumbas. Como ocurría con los egipcios, los incas tenían un profundo sentimiento religioso y embalsamaban a sus muertos. Las momias, por supuesto, eran enterradas con sus joyas. Y ya se sabe que los españoles buscaban El Dorado por estas tierras. Por algo sería…
El verbo era huaquear.
Me encantó. Hasta el punto de anotarlo y subrayarlo, varias veces, en mi cuaderno. Palabras como ésas se merecían un cuento. ¡Vaya que sí!
Volví a casa y un buen día, leyendo alguno de esos suplementos culturales que tanto me gusta, descubrí que se iba a publicar la edición definitiva con todos los relatos de un autor fascinante: el peruano Juan Ramón Ribeyro. Una edición que incluía algunos cuentos inéditos, entre ellos, uno llamado “Los huaqueros”. ¡Qué casualidad! Volví a mi cuaderno, anoté ese título entre los libros de inmediata adquisición… y me olvidé por completo de él.
Pasaron los meses y en nuestro Club de Lectura, nos tocó leer un cuento de Cortázar. “La casa tomada”. Me cautivó. No soy un gran leedor de cuentos, pero éste me gustó tanto que se lo mandé a mi Amiga Burkina, sin decirle quién era el autor.
Lo reconoció, por supuesto. Y me reconvino.
– Hace tiempo que te mandé un cuento de Cortázar. “La autopista del sur”. Veo que no lo has leído…
¡Cachis! Le juré u perjuré que no. Que no me lo había mandado o, en caso contrario, que nunca lo recibí.
Con la displicencia de quién no termina de creerse del todo lo que podría sonar a vana excusa (sin serlo), Burkina me volvió a enviar el cuento, que resultó ser absolutamente maravilloso, por supuesto.
La pelota estaba en mi tejado y estaba claro que a Burkina no la podía sorprender con cuentos del autor argentino-parisino. Y me acordé de Ribeyro, otro cuentista sudamericano que vivió en la Ciudad de la Luz y para el que las distancias cortas eran suficientes, literariamente hablando. Y vinieron a la memoria “Los huaqueros”, fácilmente localizables en Internet, gracias a San Google.
– ¿Qué es una huaca? –me preguntó Burkina, cuando empezó a leer el cuento.
Huaca. ¡Uf! A mí me sonaba el nombre de la Huaca Pucllana, en Lima, por haber cenado una noche allí con Fabiola. Pero ¿qué era exactamente una huaca?
¡Por favor! Huaqueros, huaquear… ¡la huaca! ¿Cómo no había caído?
Desde que me mi Amiga me hiciera la pregunta, he estado huaqueando la palabra sin descanso. Huaca. Una palabra sonora, atractiva, evocadora, con resonancias místicas y aventureras. Una palabra preciosa.
Pero es que, además, ¡no es cualquier cosa, una Huaca, como podéis leer AQUÍ!
La Huaca, el hogar primigenio, el refugio, el templo, el origen. La Huaca, donde reside esa Pachamama a la que hay que adorar, venerar, cuidar y festejar. La Huaca, el espacio sin el que nada es posible. La Huaca, donde todo empezó y a dónde siempre hay que volver. Así, no es de extrañar que la Huaca más importante de la cultura inca fuera una Huaca Viviente.
Ya lo escribí, estando en Perú. Y a la vuelta. Lo que me había enamorado de esa cultura, de la Pachamama, del culto a la Madre Tierra. de una cultura mestiza, integradora y total en la que la arquitectura, la orfebrería, la pintura y las artes aplicadas honran a la Huaca como espacio sagrado en el que pasa todo lo bueno. Y la gastronomía, claro. Pero de la gastronomía, ya hablaremos. Muy pronto.
Disculpen esta tormenta, este maremágnum de relatos, viajes, palabros, aventuras, sueños, recuerdos, escritores y deseos.
Es lo que tiene la magia de las palabras.
Que una, la palabra justa, en el momento apropiado, nos desencadena un torrente de sensaciones.
La Huaca, en este caso.
Jesús huaquero Lens