“El viejo encendió otro cigarrillo de mi paquete de rubio americano, dio una profunda calada, expulsó el humo mirándome fijamente a los ojos y dijo:
– Además, Federico García Lorca no murió en agosto de 1936”.
Así comienza una novela muy, muy especial que este año está de plena actualidad. Hablamos de “La luz prodigiosa”, de Fernando Marías, ganadora en su momento del premio de Novela Corta Ciudad de Barbastro y publicada originalmente en 1991.
Se cumplen, pues, veinticinco años de su primera edición. Y para celebrar tan especial aniversario, Ediciones Turpial acaba de lanzar una preciosa reedición en su colección Ópera Prima, con epílogo especial del autor.
Una reedición que coincide con otra conmemoración, en este caso, triste y lamentable: el 80 aniversario del fusilamiento del poeta de Fuente Vaqueros. Pero, ¿y si, como sostiene Fernando Marías, Lorca no hubiera muerto en Víznar, aquel infausto verano?
¿Y si, tras el fusilamiento, Lorca hubiera sobrevivido, aunque desfigurado y amnésico? Porque, tal y como comprobaremos al leer “La luz prodigiosa”, Federico fue visto, en Granada, allá por los años sesenta. La historia se la cuenta un anciano, en la cantina de la estación del tren de Avenida de Andaluces, a un periodista que vino a cubrir unas jornadas de homenaje al poeta. Y la historia no tiene desperdicio, empezando por un amanecer de agosto del 36 en que un panadero que cubría la ruta de Víznar se encontró con el cuerpo inerte de un hombre, tendido en mitad de la carretera.
“La luz prodigiosa” es una adictiva novela que se lee del tirón, en una sentada, que transcurre en varios espacios temporales, mostrando una Granada en continua transformación y por la que transitan diferentes personajes que, siendo de carne y hueso, tienen una cierta presencia espectral.
Pero llegados a este punto, vamos a retroceder en el tiempo, para acompañar a un joven Federico García Lorca que, una mañana de 1920, llega a la famosa Residencia de Estudiantes de Madrid, en la que coincidirá con otros grandes artistas de la talla de Dalí o Buñuel. Lo recordaba Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia, quien nunca pudo olvidar “la entrada en mi despacho de aquel joven moreno, de frente despejada, ojos soñadores y sonriente expresión, que venía a Madrid a solicitar su entrada en la Residencia”.
Mucho se ha escrito sobre la estancia del poeta en la Residencia, en aquellos años de formación, en el que, sin embargo, hay un capítulo bastante desconocido: el de los Caballeros de Toledo, de la que formaron parte los tres genios citados, además de Pepín Bello, Rafael Alberti, María Teresa León y algunas otras personas.
Fundada el 19 de marzo de 1923 por Buñuel, tras una memorable farra durante una de esas noches toledanas que tanta fama tienen, la Orden tenía cinco preceptos de obligado cumplimiento: vagar toda una noche por Toledo, borrachos y en soledad, no lavarse mientras se estuviera en la ciudad, a la que era obligatorio acudir una vez al año. Porque a Toledo había que amarla por encima de todas las cosas y, además, era obligado velar el sepulcro del cardenal Tavera.
Lo de no lavarse, en realidad, era una cuestión práctica, sobre todo, porque nuestros héroes se alojaban en la Posada de la Sangre, una venta de arrieros sin agua corriente. Además, solían comer perdices y vino de la tierra en la Venta de Aires, como nos cuenta Tomás Hernández en el prólogo de unos tebeos fascinantes: “Los caballeros de la Orden de Toledo”, de Javierre y Juanfran Cabrera, galardonados con el premio Expocómic del año 2015.
El ideario de la Residencia está relacionado con la Institución Libre de Enseñanza y su convicción de que la modernización de España dependía de un nuevo modelo de educación. Pero la Institución tenía enemigos, como el diputado Fernando de los Ríos les cuenta a los Caballeros de la Orden de Toledo en un pasaje de sus aventuras. Y para conseguir sus objetivos, la ILE les plantea la necesidad de hacer uso de acciones poco ortodoxas y les anima a que conformen un grupo operativo a su servicio. En una palabra, que los Caballeros de la Orden de Toledo se conviertan “en un brazo ejecutor en la sombra, allá donde la ILE no pueda hacerse visible”.
¿Qué les parece esta dimensión de la biografía de Lorca, convertido en una especie de agente secreto al servicio de la Institución Libre de Enseñanza? Lean, lean los tebeos de Javierre y Juanfran Molina. Y échenle un vistazo a la web: http://www.laordendetoledo.com
Como se puede apreciar, Lorca es una fuente constante de inspiración literaria y libérrimamente creativa. La última buena noticia en este sentido nos la ha dado uno de los grandes autores negro-criminales contemporáneos, Alejandro Pedregosa, escogido por un comité de expertos para pasar el verano en Praga con la misión de escribir su nueva novela, en la que relacionará a Franz Kafka con el propio Federico García Lorca en un proyecto que promete ser absolutamente apasionante.
¡Ya estamos expectantes!
Jesús Lens