– ¡Lo que es usted es una fresca!
Un ominoso silencio se adueñó de la cafetería.
Serían las 9.30 de la mañana del sábado y la mujer que pronunció, a grito pelado, dicha interjección podría pasar por una señora de unos cincuenta y tantos años, correctamente vestida y, hasta ese momento, de prudentes maneras y ademanes.
La interpelada, como si quisiera dar vida a los chistes del Facebook, solo decía “Uy, uy, uy, uy”, con la sonrisa congelada en la cara, roja como un bote de ketchup, mirando a todos lados para tratar de no fijar la vista en nadie en concreto.
– ¡Si señora! ¡Una fresca! – insistía la primera mujer. – Que nos está viendo que llevamos aquí media hora de pie, esperando, y ahí está usted sin parar de hablar, ocupando la mesa, cuando ya hace rato que han terminado el desayuno.
¡Qué tensión! Mi cafetería del Zaidín se había convertido, por momentos, en OK Corral. Menos mal que un buen cliente salió al quite y cedió su mesa a la indignada Dama de las Camelias Frescas, al ver que estaba al borde de una apoplejía.
Regresó la normalidad, prosiguieron las conversaciones donde se habían quedado y allá paz y después gloria.
La pregunta, sin embargo, sigue siendo pertinente, dejando al margen la impertinencia de la señora, que le quita cualquier razón que pudiera llevar: ¿qué piensas de la gente que ocupa mesa y silla o banqueta en la barra y que, con el local de turno a tope, se pega el rato, de casquera o tonteando con el móvil, sin consumir nada?
Ahí lo dejo.
Jesús Lens