Tengo dudas de cómo pasar este cuasipuente perimetral. Ayer, al terminar mis clases, hacía una mañana tan buena que decidí no limitarme a ir del curro a casa, como recomiendan esas autoridades más o menos sanitarias que, después, van a su aire y hacen lo que les viene en gana. Si había estado dos horas fuera de mi cueva, produciendo, era justo darme un paseo por las calles y disfrutar de las buenas temperaturas. Un lujazo.
Me acordé de las palabras de una de las participantes en el foro de ciudades creativas de la UNESCO del miércoles, que hablaba del redescubrimiento de la ciudad con motivo de la pandemia. De cómo los vecinos de los barrios hemos sido más conscientes de nuestro entorno. Primero, cuando estábamos confinados y lo echábamos de menos. Después, cuando solo podíamos alejarnos un kilómetro de nuestro domicilio.
Estos próximos días festivos, el cierre perimetral y el confinamiento en nuestros núcleos urbanos nos obligan a no salir de nuestros pueblos y ciudades. Por supuesto, habrá un número X de listillos que ya estén planeando la mejor ruta para burlar a Policía y Guardia Civil y escaparse a la playa o a la montaña. La mayoría, sin embargo, seremos buenos ciudadanos –esclavos sumisos, que dirán los libertarios de salón– y nos quedaremos en casa.
Como les decía, tengo dudas de cómo pasar estas jornadas. La prudencia, las culebreantes y mareantes cifras de contagios y el terrorífico número de fallecimientos que nos asolan son argumentos irrefutables para salir lo menos posible y encerrarnos a ver películas, escuchar discos, cocinar, leer y dormir. Pero la tentación de la Alhambra abierta solo para granadinos es muy golosa. Como la posibilidad de deambular por sus bosques o por un Albaicín y un Realejo sin atascos.
¿Será factible conseguir mesa en una terraza soleada y, además, con distanciamiento social? Previendo un probable confinamiento de aquí a nada, ¿nos adelantamos a los acontecimientos y nos autoconfinamos ya o disfrutamos, con la máxima prudencia, de estos días en libertad?
Jesús Lens