Tardó en llegar. Como si se hiciera el interesante. Todos lo esperábamos. Incluso con ahínco. Pero no terminaba de aparecer.
Será por eso que ahora no hay quien lo largue. Y aquí está, incombustible, dándonos la brasa.
Hay momentos en que parece que, por fin, va a pirarse, a irse, a marcharse. Amaga con levantarse y salir. Pero no. Se queda. Imperturbable. Impertérrito. Da igual lo que le digan. Ahí está. Presente. Impasible el ademán.
Yo creo que lo hace por provocar.
Impávido, pavoneándose y regodéandose, no hay manera de que se vaya de una maldita vez.
Hace unos días, un ruso la diñó mientras disputaba una final tan improbable como la del Campeonato Mundial de Sauna. Llevaba seis minutos en la cabina, a 110 grados de temperatura, le dio un colapso y se murió. El otro finalista, abrasado y despellejado vivo, acabó en el hospital. 110 grados.
Este verano, en Andalucía, hace mucho calor. Otra vez. Como todos los veranos. Cuando no estamos en alerta naranja, estamos en alerta amarilla. Y, si no, en prealerta. Ahora bien, una vez que el termómetro pasa de los 35 grados, ¿qué más da? Cuando pasamos de cierta temperatura, el calor es insoportable. Y punto. Como insoportables son las charlas sobre el tema. O columnas como ésta, obvias, cansinas y recurrentes. El frío en invierno, los brotes verdes en primavera, la caída de las hojas en otoño…
Lo que pasa es que, precisamente este verano, un estudio sobre el cambio climático ha venido a perturbar gravemente nuestra pachorra y tranquilidad veraniegas: a final de siglo, Madrid tendrá las temperaturas de Sevilla y la capital hispalense… ¡las de Tucson (Arizona)!
En realidad, lo de la subida de las temperaturas, nos importa una higa. Llámenme inconsciente, poco comprometido y hasta inmoral, pero uno empieza a estar aburrido de esos sesudos estudios realizados por Universidades, Think Tanks y Centros de Estudios de lo más variopinto. Cuando no es la pandemia de la Gripe A, heredera de la Gripe aviar, es que el Mediterráneo se verá invadido por tantas medusas que ni el pulpo Paul podría hacer sus juegos de magia en sus aguas. Cuando no nos amenaza una lluvia de meteoritos es la supuesta ola de incendios forestales que asolaría España este verano, con lo que había llovido en el primer semestre del 2010.
Son tantos y tan continuos los estudios apocalípticos y aterradores que, por saturación, ya nos dejan indiferentes. Así, al leer lo del cambio climático, en vez de preocuparme por las nieves de Sierra Nevada, el inconsciente me ha llevado directamente al Far West americano, con los políticos sevillanos convertidos en trasuntos de los pistoleros del OK Corral.
Lo siento. Será el calor, que reblandece los sesos y licua las conciencias, pero aún sin haberme metido en una sauna, a cien grados de temperatura, el único estudio científico que me ha impresionado este verano es el realizado en Alemania por la doctora Karen Weatherby, según el cuál, “mirar el pecho de las mujeres es bueno para la salud del hombre e incrementa su esperanza de vida”.
Por lo leído, la excitación que provoca en los hombres la contemplación del busto femenino durante diez minutos hace que la sangre se oxigene más que si hubiera hecho deporte aeróbico durante media hora. Lo de “pecho” y “busto” es mío. En el original, el titular hablaba de “tetas”, por lo que quizá el referido estudio no sea muy riguroso. Pero, en realidad, ¿a quién le importa?