Quien en Hierro mata…

Se acaba de estrenar la serie ‘Hierro’, una nueva apuesta de Movistar+ por la ficción criminal de producción propia. Ocho episodios que cuentan una historia autoconclusiva, aunque sus máximos responsables no descartan una segunda temporada, si la primera tiene éxito.

Subidas a la plataforma digital de una tacada, las siete horas que dura ‘Hierro’ funcionan como una montaña rusa: el viaje se inicia de forma pausada, con el espectador intuyendo lo que va a pasar. A partir de ahí, hay vertiginosos sube y baja y loops de lo más excitante en los episodios centrales para, al final, llegar a un desenlace demasiado tranquilo, lánguido y previsible.

‘Hierro’ comienza al estilo de ‘Twin Peaks’, con el hallazgo en el agua del cadáver de un joven muy popular en la comunidad. A la pequeña isla de las Canarias, en vez de un agente del FBI que habla con su grabadora, llega Candela, una jueza de fuerte personalidad a la que han desterrado a uno de los puntos más lejanos de la geografía española. Y lo hace acompañada de su hijo, un chaval de diez años aquejado de parálisis cerebral que necesita especiales cuidados y atención.

A través de los ojos de la recién llegada, el espectador descubrirá, en primer lugar, los espectaculares paisajes y la indómita geografía de El Hierro, una isla a la que ya tenía ganas de ir y que, después de ver la serie creada por Pepe Coira y Alfonso Blanco, se ha convertido en destino preferente para un futuro periplo.

El espectador también irá descubriendo, sin embargo, la realidad oscura y ominosa que subyace bajo la cara amable de la isla. Como tantas veces hemos dicho y nunca nos cansamos de reivindicar, el buen género policíaco es el que confronta al espectador con la verdad oculta tras la amable fachada, el que desenmascara la contradicciones del sistema y descubre a los elementos corruptos y delincuenciales que todo lo contaminan.

Si el marco en que transcurre la acción de ‘Hierro’ es incomparable, una baza que la serie explota a las mil maravillas, con mesura y criterio; la trama está menos conseguida. Es uno de los grandes problemas de las series: mantener el interés argumental durante tantas horas resulta harto difícil. Y eso que, como la jueza se involucra personalmente en la investigación, la seguimos paso a paso y muy de cerca, que está narrada de forma didáctica e ilustrativa.

Como no queremos hacer nada parecido a un spoiler, que la serie apenas lleva unos días en emisión, pasamos al otro punto fuerte de ‘Hierro’: el reparto y el trabajo de los actores.

Que la jueza Candela esté interpretada por Candela Peña suena a declaración de intenciones: me voy a meter tanto en mi papel que hasta le presto mi nombre. ¡Y vaya si lo hace! Reconozco que tengo debilidad por esta actriz, una de las más sólidas y creíbles de nuestro cine.

Está Antonia San Juan, dando vida a un enigmático personaje que podría deslizarse hacia lo grotesco a nada que se le hubiera ido la mano, pero que termina sosteniéndose en el alambre. Están las jóvenes y prometedoras Kimberley Tell y Tania Santana y, sobre todo, está Mónica López.

Mónica López, actriz de sólida formación teatral y secundaria en algunas películas recientes, se convierte en el gran personaje de ‘Hierro’. Empática, sincera y comprometida, nos la creemos igual como Guardia Civil que como madre atribulada, amante discreta y amiga con la que confesarse durante una noche de copas.

Ellos no están mal, ojo. Darío Grandinetti compone a un Díaz extraordinario y los chavales encajan perfectamente en sus papeles, pero el peso actoral de ‘Hierro’ recae en el elenco femenino, lo que resulta muy de agradecer en una producción de género negro. Sobre todo, porque son personajes muy creíbles y en absoluto tópicos. Personajes con sentido, todos ellos.

Les decía antes que, sin embargo, la trama plantea delicados bajonazos, dando demasiadas vueltas a una investigación que se podría haberse rematado en la mitad de tiempo. Por no hablar de la resolución final, con diferencia, lo más flojo de ‘Hierro’.

En cualquier caso, la serie se ve con agrado y son muchos más los argumentos a favor que en contra. Eso sí: hay que destacar y alabar el compromiso de Movistar + con las producciones originales, apostando decididamente por las tramas negras y criminales, desde la portentosa ‘Gigantes’ de Enrique Urbizu —tenemos pendiente hablar de su segunda y última temporada— a la desasosegante ‘La zona’ o la satírica ‘Félix’.

Producciones en las que el noir sirve para descubrirnos visiones entre lo atractivo y lo enigmático de lugares de nuestra geografía poco aprovechados en el cine, de esa isla de El Hierro, un auténtico imán, a la sorprendente Andorra mostrada por Cesc Gay en ‘Félix’, con las mafias chinas como hilo argumental.

Jesús Lens

Las ovejas no pierden el tren

Me estoy haciendo viejo. Es un hecho incontestable del que da fe un documento: el Nacional de Identidad. Y, además, una serie de detalles que complementan al frío dato del DNI. Por ejemplo, cuando en un formulario de Internet tengo que buscar mi año de nacimiento y el muy ladino se esconde en lo más profundo del listado. O cuando, en las carreras, aparezco en los listados de Veterano B. ¿O es ya C?

Las ovejas no pierden el tren comida

Hoy me ha vuelto a pasar cuando, para preparar esta reseña, me he ido a repasar la filmografía del director de la agridulce comedia “Las ovejas no pierden el tren” y me he encontrado con que su primer trabajo, un cortometraje titulado “El columpio”, fue una de aquellas piezas que yo vi en el momento de su estreno. 1992. Eran tiempos en los que las televisiones daban cortos. ¡Qué tiempos!

Pero no nos desviemos del camino. Porque, con este preámbulo, lo que yo quería decir es que mi vida como espectador y crítico de cine está generacionalmente ligada a la de Álvaro Fernández Armero, nacido en 1969 y cuyas películas suelen tratar muchas de las cuitas que nos han ido asaltando a los que éramos veinteañeros en los 90, a los que entramos en la treintena con el año 2000 y a los que la crisis de los 40 nos asaltó cuando abordamos una década que ya empieza a consumir su primer lustro.

Las ovejas no pierden el tren armero

Con “Las ovejas no pierden el tren”, el director y guionista vuelve a acertar. De pleno. Porque sus personajes podrían ser los de sus cintas anteriores, pero ya instalados en esa cuarentena en la que, si te despistas, se te escapa el tren. Para siempre. Por ejemplo, el periodista y escritor que lleva 12 años de sequía creativa desde que publicó una exitosa novela y que se ha mudado a un pueblo rural con su mujer y su hijo, en busca de la inspiración. Y lo de pueblo rural no es pleonasmo, que conste. O su hermano, un corresponsal de televisión de larga trayectoria que, separado y con dos hijas, trata de reinventarse, personal y profesionalmente. Y para ello, sale con una chica veinte años más joven mientras trata de sacar adelante una agencia de comunicación.

Y están los padres de ambos dos. Él, con Alzheimer. Y ella, que empieza a no poder más. Y están sus parejas. Y las madres de ellas. Y las hermanas. Y los amigos. Y los colegas. Y los vecinos. Y lo que les va pasando a todos ellos, juntos y por separado.

Las ovejas no pierden el tren bar

Además, por supuesto, están los sueños. Sueños, entre rotos y hechos añicos, la mayoría. Y los proyectos, muchos de los cuáles rozan el surrealismo. Y luego está la realidad. La del Bla Bla Car, por ejemplo. Aunque tenga mucho de ecológico, supuestamente. Y la de la crisis. La económica, en este caso, además de la emocional. Y el cinismo. Y la ternura. Y la insatisfacción. Y la complicidad. Y el egoísmo.

Y luego están, claro, las ovejas. Y los trenes. Porque, a ver: ¿quién no ha tenido y/o tiene miedo de perder el tren, en una u otra estación de su vida? El tren, como metáfora, claro. Aunque, concretamente en Granada, no es una metáfora que nos impresione, dado que aquí vamos escasos de ferrocarriles. Pero no nos desviemos. Otra vez. Porque perder el tren es algo chungo. Y grave. Sobre todo, a partir de ciertas edades.

¿O no?

Pues dependerá, también, de si había mucho tráfico en la carretera. O no. Y de la prisa que tengas. En llegar. O en salir. Y del destino al que te diriges. Si crees en destinos, claro, sean humanos… o divinos.

Las ovejas no pierden el tren

Porque la película de Álvaro Fernández Armero nos habla de todas esas cosas de la vida, sencillas. Del día a día. Y lo hace de una forma amable y desenfadada, utilizando el extraordinario diseño de producción de su película para potenciar sus tesis, a partir de los diferentes espacios y escenarios en que los personajes se encuentran, se desencuentran, se pelean y se reconcilian. De los exteriores de los edificios y las calles de la ciudad a las solitarias calles del pueblo de piedra, pasando por los bares, las cafeterías, los restaurantes, los lofts y esos hipsters con luengas barbas y tatuajes tribales, que ya forman parte de cualquier paisaje contemporáneo.

Las ovejas no pierden el tren inma

Con la satisfacción de reencontrarme con una película de AFA, tras varios años de silencio, les recomiendo que vean “Las ovejas no pierden el tren” y que después, si les apetece, hablemos. De las metáforas. Por ejemplo.

 

Jesús Lens

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Una pistola en cada mano

Desde que Ben Stiller dirigiera allá por 1994 una deliciosa comedia titulada “Reality bites”, a películas como “Una pistola en cada mano”, de Cesc Gay, me gusta aplicarles esa etiqueta: bocados, pedacitos de realidad, trozos de vida trasplantados al celuloide.

 Una pistola en cada mano

Pocas veces como en “Una pistola en cada mano” sería aplicable dicha definición: dos personas que se encuentran y hablan. O que se buscan, y hablan. O que han quedado, para hablar.

Siempre de dos en dos. En episodios independientes. En lugares y espacios diferentes. En situaciones inesperadas. Inapropiadas, incluso.

En “Una pistola en cada mano” está lo mejor del cine español del momento. En primer lugar, por la nómina de actores. ¡Atentos!: Ricardo Darín, Luis Tosar, Javier Cámara, Leonor Watling, Eduardo Noriega, Leonardo Sbaraglia, Candela Peña, Eduard Fernández, Alberto San Juan, Cayetana Guillén Cuervo, Jordi Mollà, Clara Segura… y seguro que alguno más.

 Una pistola en cada mano

Pero lo mejor no es solo el reparto, sino también el guion, del propio Gay y de Tomás Aragay. Un guion que es como un collar de perlas: cada pieza es preciosa, pero el conjunto es… ¡perfecto!

Una historia coral porque, como señala el propio director: “así puedes contar distintas facetas de los seres humanos… y porque vivimos en sociedad, ¿no?”.

Una película de la que sales pensando que ser hombre no es lo mejor del mundo, precisamente. Hombre, en el sentido genérico del término. Genérico de género. Masculino: sujeto más o menos peludo, dotado de dos bolitas y un palito, pero que, de cerebro, lo justo. Muy justo. ¡Justísimo!

 Una pistola en cada mano

Tienes treinta y tantos, o cuarenta y pico; vas a ver esa película con una mujer y, al salir, casi que dices eso tan socorrido de “¡Uy! Pero qué tarde se ha hecho. Habrá que irse, ¿no?”

Porque como te metas en un bar, a tomarte tu Alhambrita de rigor… la has liado. Chungo, colega. Mala idea. Peor, incluso. ¡Pésima!

– ¿Y tú que piensas del personaje de Fulanito? ¿Y qué te parece lo de Menganito? Anda que si te encontraras con Zutanito…

Y tú, hombre, mirando al tendido. O estudiando la carta de las tapas, como si escondiera un arcano indescifrable, más complejo que las conexiones neuronales del cerebro de Einstein.

“Una pistola en cada mano” es una de esas películas que, en 95 minutos, consiguen algo tan difícil como es hacerte pensar. Y, para ello, una única herramienta: la palabra. El diálogo. La sugerencia. El apunte. El esbozo. La sutileza. Una palabra por aquí, un gesto por allá, una sonrisa, un silencio…

 Una pistola en cada mano

Sostiene Gay: “Me puse a escribir encuentros inesperados, cosas concretas, porque pienso que, en la vida, los momentos más importantes pasan sin que no solo los pensemos, sino que ni siquiera nos los llegamos a plantear”.

Es curioso que otra película española, radicalmente distinta a esta, “Lo imposible”, también parte de uno de esos momentos inesperados e imprevistos. ¿Por qué, la comparación? Porque cualquiera de los encuentros, las conversaciones y los diálogos de “Una pistola en cada mano” tiene los devastadores efectos de un tsunami emocional.

Ayer hacíamos balance de 2012, con las nominaciones a los Goya, lamentando que el guion de “Una pistola en cada mano” no hubiera sido destacado. Concluíamos que ha sido un año excepcional para el cine español. Muchas propuestas, muy diferentes entre sí. Muchos modelos tan distintos como complementarios de hacer, distribuir, exhibir, publicitar y vender un producto, el cine español, por que el deberíamos apostar todos, cada vez con más fuerza.

Si no, vayan a ver dos películas españolas como “El cuerpo” y “Una pistola en cada mano”. Un programa doble. Dos películas de hora y media que son una delicia y que te reconcilian con las muchas dimensiones que puede alcanzar esa entelequia conocida (y tantas veces desprestigiada y vilipendiada) como “cine español”.

Jesús Lens

A ver, los 9 de enero de 2009, 2010, 2011 y 2012