EL VIOLINISTA DE SARAJEVO

Sarajevo es una de las ciudades que más me han impactado. Ciudades. A lo largo de mis viajes por el mundo he visto paisajes tan fascinantes como las llanuras del Serengeti. He subido los 6.000 metros del Kilimanjaro y he descubierto la magia del desierto del Sahara. Pero, en cuestión de ciudades, pocas me han causado tanta impresión como Sarajevo.Pasé allí los mejores cuatro días de mi viaje por los Balcanes. Aunque describirlos como los «mejores» no es exacto. Ni justo. Porque Sarajevo es una ciudad en la que aún se perciben las heridas causadas por la guerra que asoló el corazón de Europa hace nada más que un puñado de años.

Pero Sarajevo es una ciudad mágica y apasionante, mestiza como pocas, colorista y esencialmente vital. Aunque en sus fachadas aún estén visibles los impactos de las bombas y los balazos con que los serbios cercaron la capital de Bosnia Herzegovina durante cuatro largos años. Aunque el mercado de Markala tenga una placa en recuerdo de los muertos que provocó el ataque con morteros de los chetniks. Ciudadanos anónimos que intentaban comprar comida y que fueron vilmente asesinados. Por nada.

¿Y los que hacían cola para comprar el pan? ¿Os acordáis de aquellas brutales imágenes? Pues hubo un hombre, un músico que, impactado por la brutalidad y el salvajismo de aquellas muertes sinsentido, decidió tocar su violonchelo, durante veintidós días consecutivos, en el mismo sitio y a la misma hora, a modo de homenaje a todas y cada una de las víctimas.

Ese detalle, tan humano como inútil, dio la vuelta al mundo. ¿Y por qué no pensar que los serbios decidieran asesinarlo, en mitad de su actuación, para acabar incluso con ese soplo de esperanza e ilusión, en la masacrada Sarajevo? ¿Y no cabría imaginar que los bosnios pudieron poner a una contrafrancotiradora a velar por la vida del músico?

Ése es el punto de arranque de una novela dura, ciertamente, pero esencial y muy ilustrativa de lo que fue una de las grandes aberraciones del siglo XX europeo. Y mira que las ha habido… A través de una narración tan íntima como sentida, Steven Galloway se pone en la piel de tres personajes: Flecha, Kenan y Dragan, para contar el asedio de Sarajevo.

La primera es la contrafrancotiradora que ha de cubrir al violonchelista del título de la novela. Los otros dos protagonistas son dos personajes anónimos que, un día, han de recorrer las calles de la ciudad para algo tan sencillo como conseguir agua o ir a trabajar, al horno de pan que evita que los ciudadanos de Sarajevo perezcan de inanición. Y estar en la calle, en la ciudad asediada, es estar en peligro de muerte.

A través de un cuidado, preciso y medido estudio psicológico de los personajes, Galloway consigue que el lector sienta el horror, el desasosiego y el terror bajo el que, durante más de cuatro años, vivieron los habitantes de una ciudad radicada en el corazón de Europa.

Una novela para sentir, para pensar, para reflexionar y para odiar perennemente el sinsentido de los nacionalismos.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros