Que los jueces españoles protagonicen portadas, debates y discusiones por su gobierno y no por su trabajo diario en los juzgados se hace difícil de comprender. Por su gobierno… o más bien por su falta de; que la renovación del CGPJ está paralizada sine die y esto es un sindiós.
Las razones de Gobierno y oposición para mantener el desgobierno judicial las conocen ustedes de sobra, por lo que les ahorraré el refrito. No tengo intención de entrar en el debate sobre culpabilidades partidistas. Lo que me preocupa es el descrédito. La desafección. El distanciamiento de la ciudadanía.
El guirigay diario protagonizado por Lesmes & Co. se suma al contradictorio fallo del Tribunal Constitucional sobre los Estados de Alarma y Excepción y a los continuos fallos de los Tribunales Superiores de Justicia en contra de los toques de queda, certificados Covid y demás instrumentos para luchar contra el coronavirus. Hablo con gente de diversos ámbitos y extracciones y existe una sensación creciente de que los jueces viven en una realidad paralela cada vez más alejada de lo que ocurre en la calle.
Toda generalización es injusta y, cada día, miles de jueces dictan las sentencias que sostienen en pie el estado de derecho que tenemos la suerte de disfrutar en España. Pero la sensación de desafección está ahí.
Permítanme que vuelva, imagino que por última vez este año, a la brillante e imprescindible serie ‘The Good Fight’: nunca me cansaré de recomendársela encarecidamente. En su temporada más reciente, el personaje interpretado por Mandy Patinkin decide impartir justicia desde la trastienda de una copistería. Se erige en una especie de juez de paz, un hombre bueno que dirime casos livianos y poco importantes de forma estrafalaria, con la anuencia de las partes involucradas.
Poco a poco, la cosa crece y el teatrillo se convierte en un reality show televisivo, con el juez convertido en estrella mediática, cada vez más metido en su papel, hasta el punto de decretar multas de cuantioso importe económico y hasta penas de reclusión.
El público le adora y la propia policía empieza a derivar al tribunal fake a algunos de sus detenidos, a sabiendas de que acabarán encerrados. No les cuento más. Solo les diré que en el origen de esa justicia paralela se encuentra la creciente desconfianza de la gente de a pie en la labor de los tribunales ordinarios. Lo de la desafección y esas zarandajas, o sea.
Jesús Lens