Hace un par de días glosábamos las maravillas de «Enemigos públicos». ¿Las leyeron? ¿Qué les parecieron? Lo mismo alo exageradillas… ¡pues no!
Miren, entre otras lindezas, lo que escribie Carlos Boyero sobre la última obra maestra de Michael Mann:
«Enemigos públicos no te decepciona. Es una de las mejores cosas que le han ocurrido este año al cine norteamericano, una sucesión de imágenes magnéticas y rodadas digitalmente, diálogos sin desperdicio, una ambientación y una atmósfera que otorgan credibilidad absoluta a la época y los conflictos que te están describiendo, un sentido de la violencia en el que las balas y la sangre adquieren insoportable sensación de realidad, se agradece la ausencia de psicologismo y de moralina, interpretaciones tan sobrias como memorables de protagonistas y secundarios, la capacidad narrativa que acredita a los maestros.»
Para leer completo el más que recomendable artículo de Boyero, sigan este enlace.
¡Qué ganas tenía de ver «Enemigos públicos», la última película de Michael Mann, posiblemente el director más interesante del Hollywood de alto presupuesto del siglo XXI!
Y ardía por ver «Enemigos públicos», la otra gran película del verano, junto a «Up», por varias razones. La primera, por el personaje que la protagoniza: el gángster John Dillinger, una de las figuras míticas de esa Norteamérica fundacional que tanto me gusta y arrebata y que, alguna vez, conoceré in situ, bien despacito.
La segunda, por el actor protagonista, el siempre atractivo e interesante Johnny Depp.
La tercera, por la época en que acontece la película, esos fascinantes años 30 de la depresión, el gangsterismo, las carreteras secundarias de la América profunda y el Chicago más duro y salvaje que, como digo, más pronto que tarde hay que conocer.
Y, por supuesto, por el director, Michael Mann, cuyas «Collateral» y «Heat» tengo en mi altar particular de thrillers imprescindibles de todos los tiempos.
Pero, sobre todo, porque, aunque tengo que volver a verla despacio y con espíritu abierto, su «Corrupción en Miami» no terminó de convencerme, que la recuerdo con un regusto amargo: excesivamente esteticista, sin fondo, sin chicha. Ni limoná.
Semana Negra tuvo a bien ofrecer un preestreno en exclusiva de «Enemigos públicos» en los cines Yelmo de Gijón y, gracias a la mediación de Marisa (qué haríamos nosotros sin ella) y del Jefe Taibo, allá nos plantamos Irene y yo, dos almas negrocriminalmente gemelas, dispuestos a empaparnos de la ensalada de tiros y persecuciones que la película prometía.
Y los hay. Tanto tiros como persecuciones. Por supuesto. Pero, siendo las secuencias de acción absolutamente magistrales, como no se podía esperar menos del fabuloso talento visual de Mann, la grandeza de «Enemigos públicos» radica en la composición del personaje de John Dillinger, al que Johnny Depp presta su rostro de niño, pero, sobre todo, su arrolladora personalidad. Y por eso resulta tan creíble, tan fascinante, tan atrayente.
Así habla Depp sobre el personaje que le tocó en suerte interpretar: «Es curioso, pero de niño tuve un largo período de fascinación por Dillinger. No por nada en particular. Simplemente me gustaba. Nunca perdí del todo esa fascinación y, mirando hacia atrás, ahora entiendo que era por su carácter. Por su forma de ser en una época en que los hombres eran hombres de verdad. Fue, para bien o para el mal, exactamente lo que era. Y nunca transigió.»
Efectivamente, «Enemigos públicos» nos presenta a un Dillinger que vive radicalmente al día, que no hace absolutamente ningún plan para el futuro y que disfruta de cada momento como si fuera el último. Un tipo, además, al que no le tiembla el pulso a la hora de coger todo lo que quiere y lo que considera que es suyo. Un buen ladrón que roba bancos, pero respeta el dinero de los clientes. Un tipo absolutamente libre y libertario que sólo se guía por un código de conducta: el suyo. Que incluye normas como ésta: «Walter Dietrich me enseñó una regla de oro: no trabajar nunca con personas desesperadas.»
Frente a Dillinger, Melvin Purvis, un justiciero con placa, un implacable enemigo de los gángsteres al que presta su pétreo rostro el más que solvente Christian Bale. Pero como ya ocurriera en «Collateral», el villano es mucho más atractivo que ese hombre bueno que termina renunciando a sus principios, no en vano, su mentor es un joven J. Edgar Hoover, que le manda cosas como ésta: «Cree informadores, agente Purvis. Interrogue a los sospechosos con vigor. Nada de nociones obsoletas y sentimentales. Estamos en la era moderna y vamos a hacer historia. Sea directo y rápido. Como se dice en Italia: «Quítese los guantes blancos». ¿No suena como de mucha modernidad?
Y si hablamos del diseño de producción, también tenemos que quitarnos el sombrero. En primer lugar, porque Mann ha filmado en algunos de los escenarios por los que transcurrió la vida de Dillinger, incluyendo la famosa posada Little Bohemia, tan real que Depp se acuesta en la cama en que el gángster lo hiciera, decenas de años ha.
Además, ya conocemos lo meticuloso que es Mann con la recreación espacio temporal de sus historias, con los coches de época, las armas, la forma de dispararlas, las persecuciones, el vestuario y hasta la estética más puntillosa: «Debido a los efectos devastadores de la Gran Depresión, los peinados de la época eran más bien prácticos… muy pocos llevaban bigote y barba. Iban a lo rápido.»
En resumen, que con «Enemigos públicos» vuelve el mejor Michael Mann. Que no será una película de masas, pero que pasará a la historia del cine de gángsteres por derecho propio. Como espero volver a verla en este abrasador verano, retornaremos a ella.
Valoración: 9.
Lo mejor: la profundidad del personaje de Dillinger y su visión de la vida.
Lo peor: la secuencia en que visita las dependencias policiales de forma anónima. Fuera verdad o fuera mentira, no funciona.
Tras una semana de películas raritas, 😉 de las que programan en Cines del Sur, cine moroso, tranquilo, de bajo presupuesto, repleto de emociones a flor de piel, con especial predilección por mostrar el rostro más humano de las personas… decido quitarme el mono de ruido y furia pirotécnica yanqui y me las piro a ver un blockbuster: «Terminator salvation».
Reconozco que yo quería ir a los dibujos animados de Coraline, con las gafitas 3D, pero llegué tarde al cine. Y la única opción medio válida era la de Terminator. Y allá que me fui.
Y… bueno. Aunque a mi amigo Frankie le gustó bastante, yo bostecé tres o cuatro veces y me removí, inquieto, en mi asiento, más de lo que me hubiera gustado. Vaya por delante que no había visto la tercera entrega de la saga, pero es que el actorzuelo que interpretaba a John Connor conseguía ponerme de los nervios. Mira que el «Terminator II» de James Cameron estaba bien, pero me pasé toda la peli suspirando porque el bueno de Arnie le pegara un tiro al capullo del niño.
En este caso, el niño ha crecido y el gran héroe de la resistencia contra las máquinas tiene, ahora, el rostro de Christian Bale, uno de los caretos más populares de los últimos años, Batman incluido.
Es un buen Connor, éste. Al principio de la película, con el planteamiento de la historia, estaba un poco perdido. No sabía quién era el morlaco al que iban a ejecutar ni su papel en la trama. Pero tampoco estamos ante una película de arte y ensayo y, dando por bueno el imposible juego espacio temporal que ya planteó la primera entrega de la saga, me dejé seducir por el despliegue de F/X, robots, máquinas voladoras, motos de diseño y demás elementos tecnológicos que, aparentemente basados en el éxito de «Transformers», se convierten en los auténticos protagonistas de la historia.
¡Con lo discreta que era la primera entrega de la saga, en ese sentido! Más una película de corte negro y criminal que de Ciencia Ficción, con Arnie como uno de los malos más malos de la historia del cine. Los productores deben haber pensado, como ocurriera con la cuarta entrega de Alien, que tras ocultar a las máquinas lo más posible, dándoles un amenazante aspecto humano, había llegado la hora de que lucieran más bonicas que un San Luis, otorgándoles todo el protagonismo en esta cuarta parte de la saga.
Y así fue pasando el rato, entre persecuciones, tiros, disparos, explosiones y amenazas apocalípticas. Sin grandes sobresaltos, sin grandes emociones. Pero sin aburrimientos excesivos o graves hartazgos ni empachos. Sencillamente… la guerra contra las máquinas continúa.
Valoración: 5
Lo mejor: La aparición de Arnie. Colosal.
Lo peor: La total y absoluta ausencia de sorpresas en la trama, tan previsible como compacta.